A dos semanas de la trágica muerte del fiscal Alberto Nisman, hasta lo más obvio merece ser explicado. Un análisis del hecho y sus repercusiones en tres planos: el policial, el político y el mediático.
Del primero, se sabe cada vez más: hay una autopsia garantizada por el titular del Cuerpo Médico Forense a instancias del presidente de la Corte Suprema, una pistola y un proyectil peritados con la más avanzada tecnología disponible en el país, el testimonio titubeante del facilitador del arma y su munición mortífera, y la recolección de un único ADN en el departamento de Le Parc, el de la víctima.
Son indicios que van camino a ser prueba criminal, aunque es cierto que las hipótesis sobre qué cosa, quién o quiénes propiciaron el violento desenlace aún se mantienen dentro de un abanico de posibilidades desconcertante.
Para el expediente, todavía se trata de una "muerte dudosa", tan dudosa como la "testimonial televisada" que Diego Lagormarsino –dueño del arma que arrebató la vida al fiscal–, dio junto al abogado de Carlos Menem. La referencia es sobre el Lagomarsino que tuiteó insultos contra la presidenta cuando lanzó el proyecto de democratización del Poder Judicial, no el que aparece como asistente informático del bufete Saénz Valiente, propietario del Grupo Clarín.
Decíamos, tan relativas son las hipótesis barajadas tanto en público como en privado, que cualquier duda es pertinente. ¿Fue un suicidio voluntario, fue un suicidio accidental, fue un suicidio inducido (todas variables reconocibles en la primera impresión de la fiscal investigadora Mónica Fein, cuando aseveró que no habían intervenido "terceras personas" en la escena) o fue un asesinato, como piensan la presidenta, el entorno más íntimo del fiscal y buena parte de la sociedad argentina?
Todo puede ser, y si todo puede ser, hay que pensar, entonces, por angustiante que sea, que a dos semanas de la noticia que conmovió al país entero, no hay certeza de ninguna cosa que pueda ser corroborada con prueba irreprochable. Las especulaciones que hacen los investigadores policiales y judiciales forman parte de su labor, porque aún la conjetura más alocada puede conducir a una pieza que termine por componer el rompecabezas.
No ocurre lo mismo en el segundo plano analizado, el político. Cuando la sangre de Nisman aún estaba fresca, el núcleo más histérico que lleva la voz cantante de la oposición pretendió instalar que el fiscal había sido ultimado por el gobierno para acallar su denuncia sobre un eventual nuevo encubrimiento en la causa AMIA, en la que involucró a la presidenta, al canciller Héctor Timerman, al secretario general de La Cámpora, Andrés Larroque; a Luis D’Elía y a Fernando Esteche.
La sola idea de que un gobierno que sentó en el banquillo y condenó a los militares genocidas de los '70 pudiera estar asociado a algo tan horrendo como el asesinato de un fiscal, reinstalando la mecánica del crimen mafioso cometido desde el Estado en la escena política argentina, ya sonaba descabellada antes de ser enunciada. Si a alguien perjudicó esta muerte, además de a Nisman y su familia, por supuesto, ese alguien, como sujeto político, es el gobierno.
Sin embargo, igual lo intentaron. Algunos, como Laura Alonso, de este modo: "Ella fue denunciada y solo se ha dedicado personalmente a ensuciar al fiscal que la denunció y apareció muerto cinco días después." Julio Cobos habló en sintonía: "Si es un homicidio, entonces esto es un mensaje mafioso a los jueces y fiscales que investigan al poder político." Patricia Bullrich, aunque con un artilugio retórico, llegó más lejos: "Me cuesta creer que la presidenta haya ordenado que lo maten." Todos compitiendo con Elisa Carrió, la nueva socia macrista para las PASO.
Otros suavizaron un poco las declaraciones. Fueron desde el "no lo cuidaron lo suficiente", del radical Ernesto Sanz (es decir, responsabilizando al gobierno indirectamente), hasta el "no puede haber sucedido lo que sucedió, no puede ser que la Argentina hoy sea noticia mundial bajo el título 'apareció muerto el fiscal que denunció a la presidenta'. Nos hace un enorme daño a todo el país y hay que investigar hasta las últimas consecuencias", de Mauricio Macri, protagonista de la primera conferencia de prensa después del suceso, en la que buscó aparecer como un estadista, o un candidato en campaña, que para la lógica de los medios dominantes, es casi lo mismo.
El "Je suis Nisman" callejero y antikirchnerista del 19 de enero, operado en simultáneo por activistas de redes sociales relacionables a simple vista de pantalla con la militancia orgánica e inorgánica del PRO, el Frente Renovador, el radicalismo y sectores comunitarios que responden a sus estrategias de acumulación, y que contó además con la profusa militancia de los medios opositores para difundirla y amplificarla, no logró contagiar al conjunto de la sociedad, más escrupulosa y menos hormonal a la hora de adjudicar responsabilidades penales y política por un hecho terriblemente macabro como este.
Fue una expresión socialmente delimitada, que debería hacer revisar su estrategia a los asesores de campaña cuya obsesión es asociar al kirchnerismo, como se viene advirtiendo desde esta columna, a lo maldito e imperdonable para producir una masa de indignados que, en los hechos, funcione como aval moral ciudadano a su prédica irresponsable, cuando no destituyente.
No les funcionó esta vez, como tampoco les resultó en situaciones anteriores. Una crítica habitual al oficialismo, que proviene, en esencia, de los politólogos de manual, es que le habla casi exclusivamente a su núcleo duro de seguidores. Esto puede ser más o menos cierto, lo que es innegable es que la oposición que aspira a sucederlo en la Casa Rosada no hace nada distinto, a pesar de los afiches del diputado de Tigre: repiten el error, cosechan lo mismo, porque están pescando siempre en la misma pecera.
El propósito de transformar a Nisman en ícono antikirchnerista tuvo dos cosas repudiables. El uso de un muerto al que sus familiares todavía estaban llorando y no habían podido sepultar y, desde la misma postura cínica que asumieron los instigadores políticos de la oposición, la ausencia de reconocimiento de su figura en amplias capas de la población para las que Nisman y la AMIA son símbolos vividos con extrema ajenidad.
Esto último es tan grave como lo primero: Nisman se habrá equivocado con su denuncia inconsistente y floja de papeles contra la presidenta, pero era un fiscal de la Nación, a cargo de la investigación del atentado terrorista más grande de la historia argentina, con 85 muertos, que sigue impune después de 20 años.
Habrá que admitir que el desconocimiento sobre su trabajo en todos estos años, que sin duda adolecía de respuestas definitivas a las familias de las víctimas de la voladura (lo que motivó el cuestionado memorándum aprobado por el Congreso para intentar hacer avanzar la causa aunque sea un metro más) es una muestra de la indolencia general aplicada a un suceso que avergüenza. Se diga lo que se diga, si la sociedad conoce hoy y recuerda aunque sea algo de lo que ocurrió en Once la fatídica mañana de 1994, es gracias a los familiares (Memoria Activa, 18 J, Apemia) y no al trabajo del Poder Judicial.
Volviendo al análisis original, faltaba el plano mediático. Salvando el previsible impulso al morbo que genera todo cadáver, las disputas por primicias que no son tales, el espacio cedido a los aventureros de la opinión, siempre con riesgo de "samantizar" el caso por algunos puntos de rating más, el tratamiento editorial de los medios hegemónicos, embarcados en su lucha prolongada de demolición de la imagen pública del gobierno democrático, viene hundiéndose en el barro de lo irreversiblemente indecoroso.
El columnista de La Nación, Carlos Pagni, procesado por espionaje junto al "Tata" Yofre en un expediente federal que instruyó la ahora viuda de Nisman, la jueza Sandra Arroyo Salgado, aprovechó cada una de las instancias producidas desde el domingo del hallazgo en Puerto Madero para abonar la sensación de que el gobierno terminó su mandato con el balazo que recibió el fiscal.
En su nota titulada "El desmoronamiento del poder, al desnudo", pueden leerse los siguientes párrafos abismales:
l "Cristina Kirchner invitó ayer a los argentinos a descender un círculo más en la escalera del infierno."
l "La señora de Kirchner no ofreció más indicios que algunas ocurrencias deshilvanadas, interrogantes e insinuaciones."
l "Envuelta en un enredo que no controla, Cristina Kirchner está desnudando el desmoronamiento de su propio sistema de poder."
l "Es la desarticulación de una maquinaria que utilizó y que ahora la devora. La señora Kirchner habla desde dentro del derrumbe."
l "De nuevo el peronismo atrapa al país en sus convulsiones (…) El Estado, cuyo dominio sobre los argentinos se ha extendido tanto, ofrece ahora lo peor de sí."
l "La presidenta convocó ayer a dar otra vuelta en su inquietante tren fantasma."
l "Son minucias en las que la presidenta parece entretenerse para no pensar la dimensión de la tragedia."
l "Ella también entra en la Historia cargando con un muerto inexplicable."
Todo eso en una sola nota. No son los títulos de toda una semana de La Nación, el diario militante del antikirchnerismo y oficialista del genocidio. Es apenas la columna de Pagni, el procesado consultor de políticos y empresarios, del viernes 23 de enero.
Retoma parecidos argumentos Eduardo Van Der Kooy, premiado como "joven brillante del periodismo" por el ex dictador Jorge Rafael Videla en 1977, en su columna "Síntomas graves de descomposición", publicada el 30 de enero pasado e ilustrada por Sábat con una imagen de la presidenta con nariz de Pinocho:
l "Mirada a la distancia, geográfica y temporal, la Argentina política parece sumida en una descomposición a la cual van sometiéndose su persistente inoperancia y desvergüenza."
l "Aquel impacto (la muerte de Nisman) atornillado en la memoria permite diseñar un cuadro más acabado de la pestilente realidad."
l "Sucede que el espectáculo de la anormalidad política se ha convertido en algo habitual. No sería patrimonio del kirchnerismo aunque esta década ha sido pródiga con ese propósito."
l "¿Podría un mandatario ser tan frío e indiferente con una tragedia como la del fiscal? (…) Quizá esa forma de reaccionar desnude la calidad y la talla de su verdadero liderazgo."
l "Su aparición del lunes por TV fue un hilván perfecto entre falacias y perversidades."
l "Difícil rescatar la verdad entre una avalancha de mentiras, sentenció el domingo en Clarín el escritor italiano Roberto Saviano, especialista en desnudar tramas mafiosas."
El último párrafo mete miedo, en la oposición sobre todo, su objetivo es condicionarla, cuando no dirigirla:
l "La excepcionalidad del momento tampoco estaría siendo advertida por aquellos dirigentes que están llamado a gobernar este país desde diciembre. Dejan la impresión de que esperan que el gobierno se pudra en su propia crisis para sacar luego provecho electoral (…) Cualquiera de ellos, solo, no podrá lidiar a futuro con la miseria política e institucional que dejará el kirchnerismo."
¿Es un llamado a la unidad de todos con todos para salvar a "la República amenazada"? ¿O acaso la aceptación, dos semanas después de la muerte del fiscal y del abuso político de su cadáver para esmerilar a Cristina Kirchner, de que por más fichas que ponga el Grupo Clarín en candidaturas individuales estas siguen sin repuntar en las encuestas, que es lo que realmente les importa de cara a diciembre?
La corresponsal de Clarín en los Estados Unidos, Ana Barón, en su nota de ayer: "En la CIA creen que Nisman murió por una pelea en la SIDE", sostiene que en Langley, sede de la central de espionaje estadounidense, suponen que "Cristina expresó su deseo de deshacerse de Nisman por la denuncia que había presentado acusándola de encubrir a los autores iraníes del atentado contra la AMIA. Y, consecuentemente, un grupo de los servicios decidió cumplir con su deseo ya sea con acuerdo o sin acuerdo de ella". Esto está resaltado en negrita, la segunda hipótesis de su fuente no: "Otros miembros de los servicios realizaron el operativo para debilitar a Cristina debido a la reestructuración que había comenzado a hacer en la SIDE."
Van Der Kooy y Barón escriben. Eso les permite pensar un poco más que aquel colega que habla sin pensar en la urgencia. Las palabras escritas ordenan el mensaje. En su caso, enmascaran la intencionalidad con insumos narrativos, pero en el fondo es la misma que la del editor del diario, su jefe, Ricardo Roa, quien en diálogo con Fabián Doman, en su programa de Canal 13, sin andar con tanto rodeo, se despachó con dos afirmaciones: 1) "La muerte de Alberto Nisman beneficia a la oposición", y 2) "Hay que ver si la oposición logra convertir esto en votos".
No es análisis: fue una orden. "Aprovechen que es ahora o nunca", sería. ¿Al muerto?
Claro que la cadena nacional antikirchnerista seguirá sosteniendo que la que no tiene corazón ni sentimientos, ni escrúpulos es la presidenta.
A dos semanas del trágico final de Alberto Nisman, hasta lo más obvio merece ser explicado.
Publicado en:
http://tiempo.infonews.com/nota/144137/catorce-dias-que-conmovieron-al-pais
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