Parece que para las potestades europeas el indio sigue siendo el indio aunque vaya en su avión presidencial, pero el imperio sigue siendo el imperio aunque un negro sea su gobernante. Rostros del mundo que nos ha tocado.
Esta
semana hemos visto ese fenómeno en un escenario global: cómo un
benefactor de la humanidad, que denuncia el modo como un gobierno espía a
sus ciudadanos, es tratado como un criminal y anda acorralado en los
pasillos de un aeropuerto sin saber a dónde correr, y los gobiernos de
cuatro países por temor al perseguidor, niegan el paso por su espacio
aéreo a un jefe de Estado sólo por la sospecha de que lleva con él al
acusado. También el contraste entre la dignidad de los gobiernos
latinoamericanos y la indignidad y la obsecuencia de unos gobiernos
europeos que están hoy muy por debajo de su fama y de su orgullo.
Da
mucho qué pensar ese avión de un presidente indígena que no encuentra
por dónde cruzar los cielos del verano, al que no quieren recibir ni en
Fiumicino, ni en Charles de Gaulle, ni en Portela ni en Barajas, sólo
por la sospecha de que lleve en su cabina al hombre que reveló ese
escandaloso espionaje. Dan mucho qué pensar esos cielos cerrados ante la
nave soberana de un jefe de Estado, y da mucho qué pensar que sea
precisamente un indígena la víctima no de una ofensa, sino de un delito
contra el derecho internacional.
En
cambio no tiene que extrañarnos que la red de Internet, exhibida por
décadas como el tejido integrador del planeta, instrumento de
aproximación entre sociedades y culturas, puerto de acceso al océano de
memoria acumulada de la especie, y que nos hemos acostumbrado a ver como
el cotidiano auxiliar de la vida de millones de terrícolas, nos revele
su cara oculta: la de un vasto mecanismo de espionaje que husmea en los
gustos y las inclinaciones de cada individuo, registra el historial de
sus exploraciones, graba mensajes, dibuja el mapa de los ciudadanos, sus
amistades, sus comunicaciones y sus preferencias, y convierte la vida
privada en un dosier que manosean y manipulan funcionarios y empresas.
Conociendo
los hábitos de la condición humana y las clásicas astucias del poder,
no sería raro que estemos marchando todos, dóciles y fascinados, hacia
una versión todopoderosa e hipertecnificada de la Gestapo y de la Santa
Inquisición. Bien dice la prudencia que los poderes de este mundo no dan
tanto a cambio de nada, y sabemos que los correos gratuitos, por
ejemplo, se han ido convirtiendo en espacios donde interviene sutilmente
el mercado. Uno escribe un mensaje privado sobre Samarkanda o
Pernambuco, y al otro día encontrará publicidad de Pernambuco y
Samarkanda; uno habla de discos o de góndolas y mañana tendrá su oferta
musical o turística en el recuadro. Siempre hay alguien interesado en
quiénes somos, qué pensamos o qué queremos, por razones comerciales o
profesionales, y no podían tardar los que se interesaran en esos asuntos
tremendos o pueriles por razones morales o políticas. Cada internauta
va dejando su rastro inconfundible en la telaraña y no dejarán de
aparecer las criaturas de ocho patas que le siguen la pista.
El
prometedor, el celebrado, el sorprendente, el decepcionante, el muy
pronto detestado Barack Obama prosigue su metamorfosis, tratando de
convertirse no en el que eligieron sus votantes, sino en el que
toleraron el Pentágono y las corporaciones. Si hubiera persistido en su
voluntad de encarnar un nuevo paradigma ético para los Estados Unidos y
para el mundo, habría contribuido a la distensión y a la convivencia,
pero tal vez se habría ganado el odio de los poderes del imperio, y
hasta habría terminado padeciendo la suerte de Evo Morales en su avión
presidencial. Está experimentando en carne propia lo difícil que es
seguir siendo humano cuando se maneja el mayor poder de este mundo, y
puede terminar siendo ejemplo perfecto de la famosa sentencia: “El poder
corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Había
llegado al poder para borrar el desprestigio en que la administración
de George Bush hundió a los Estados Unidos; para aliviar la conciencia
de un país arrastrado a la barbarie de invasiones militares
injustificadas, arrestos clandestinos, torturas infames y campos de
concentración por fuera de toda legalidad. Ahora justifica el espionaje
sobre sus ciudadanos, ordena las ejecuciones que obran aviones no
tripulados, y permite que recomience una política internacional
conspirativa e irresponsable, creyendo impedir así la pérdida de
hegemonía de su imperio.
Pero
América Latina lo mira con indignación, la opinión pública mundial lo
mira con asombro, Snowden recorre los pasillos ciegos del aeropuerto de
Moscú y, allá, lejos, en el mar del Japón, las armadas de Rusia y de
China realizan maniobras militares conjuntas por primera vez en mucho
tiempo..Publicado en:
http://www.elespectador.com/opinion/columna-432064-los-cielos-cerrados
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