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domingo, 19 de agosto de 2012

Mitre, La Nación y la ética, por Alberto Lettieri (para “Infonews” del 19-08-12)



Por:

Alberto Lettieri

La independencia del Uruguay, que celebrará un nuevo aniversario el próximo 25 de agosto, constituye una magnifica prueba de cómo los intereses foráneos se impusieron en América, con la servicial cooperación de elites locales de mentalidad colonial e intereses inconfesables. Así, en tanto el sueño de integración rioplatense de Artigas, autodefinido como “argentino nacido en la Banda Oriental”, fue vetado en 1814 por acción del director supremo Alvear y su séquito pro británico, las aspiraciones similares de Lavalleja y sus 33 orientales se desplomaron en 1828 tras la rendición porteña en la guerra con el Brasil. El acuerdo de paz diseñado por Inglaterra expresó su postura de oposición a que los dos grandes Estados de América del Sur controlaran todo el litoral atlántico. A tal fin impuso la creación de un pequeño Estado tapón, destinado a oficiar como foco de discordia entre sus poderosos vecinos, favorecer la injerencia foránea e impedir la unidad regional.

Cuatro décadas después, en 1864, un nuevo conflicto explicitó con brutalidad la hegemonía británica en la región. Paraguay, que había alcanzado un crecimiento económico autónomo llamativo, desoyó las exigencias inglesas de trocar proteccionismo por librecambio, para así permitir el ingreso de los productos europeos. Una vez más, el emperador del Brasil y el primer mandatario argentino –en ese momento Bartolomé Mitre– fueron los instrumentos de sus pretensiones. La nación guaraní fue cercenada en los 2/3 de su territorio y su población soportó un terrible genocidio. La tesis británica volvió a imponerse.

Guerra, negocios y ética pública. Mitre aprovecho las facultades extraordinarias que le confería la guerra para imponer la censura a la prensa, clausurar medios opositores y exterminar al Partido Federal, previa compra de la adhesión de un Urquiza, convertido súbitamente en proveedor del Ejército Nacional. No sería el entrerriano el único favorecido. En 1866, Natalicio Talavera denunció en el frente paraguayo que “(Anacarsis) Lanús, socio del presidente Mitre, es proveedor general del Ejército”, y que había acumulado fabulosas fortunas durante una carnicería que se extendía indefinidamente.

La buenaventura de Mitre no cesó allí. El 23 de enero de 1869, tres meses después de abandonar la presidencia, recibió un revelador “homenaje” de los agradecidos proveedores beneficiados por su gestión: el regalo de la propiedad en la que funciona hoy en día el Museo Mitre. Los donantes aseguraban que era el premio merecido por quien había posibilitado “a los hombres industriosos dar impulso a sus trabajos y vuelo a sus operaciones”. Mitre aceptó el obsequio con satisfacción, descartando toda valoración ética. Pocos días después, Sarmiento le comentaba con sarcasmo a M. Sarratea que esa “casa fue negociada por agentes y obtenida la suscripción de los proveedores que mediante despilfarro de la rentas han ganado millones, como Lezica, Lanús, Galván, que al fin costearon casi en su totalidad”.

En medio de las denuncias sobre los oscuros negociados urdidos alrededor de la guerra que encendían a la opinión publica, Mitre y sus asociados se dispusieron a dar el próximo paso. Junto a su alfil Rufino de Elizalde y a los enriquecidos proveedores de guerra Anacarsis Lanús, Cándido Galván y Ambrosio Lezica creó una sociedad anónima que se hizo cargo de La Nación Argentina, el cual pasó a denominarse La Nación, dirigido por el ex presidente e impreso en la vivienda que materializaba el agradecimiento de los contratistas.

La Nación y el autoritarismo. Los años pasaron y La Nacióncontinuó imperturbable en su alineamiento con los intereses foráneos y su oposición manifiesta a todo aquello que pusiera en riesgo los intereses de una minoría privilegiada. De este modo, en tanto los términos escogidos para caracterizar una manifestación yrigoyenista en 1930 eran “procesión rodante y aullante” y “ululante bacanal demagógica”, su lectura del golpe cívico-militar de 1976 revelaba en su edición del 25 de marzo de ese año una amplia satisfacción: “La crisis ha culminado. No hay sorpresa en la Nación (...) (sino) una enorme expectación… Por la magnitud de la tarea a emprender, la primera condición es que se afiance en las Fuerzas Armadas la cohesión con la cual han actuado hasta aquí. Hay un país que tiene valiosas reservas de confianza, pero también hay un terrorismo que acecha”.

Su actuación como publicista oficial durante los años de plomo fue recompensada con la escandalosa cesión de Papel Prensa, en sociedad con Clarín y La Razón. Estas empresas periodísticas también fueron beneficiarias de la estatización de las grandes deudas privadas, promovida por Domingo Cavallo como presidente del Banco Central, en los tramos finales de la barbarie.

¿Derecho o privilegio? En los últimos meses, el discurso conspirativo y las agresiones a la investidura presidencial se han adueñado de las páginas de La Nación. Todas las medidas de reparación histórica y recuperación del patrimonio nacional promovidas por el Gobierno Nacional han sido descalificadas: La Nación ha decidido asumir la defensa de los intereses de los kelpers, Repsol, Iberia o las AFJP, protege al procesado Mauricio Macri –ocultando los desaciertos y desmesuras que caracterizan a su gestión– y abre sus columnas a todo opositor o “arrepentido” dispuesto a atacar al modelo nacional y popular.

En la edición del domingo 12 de agosto, Fernando Laborda intentaba impugnar los juicios vertidos por Cristina Fernández de Kirchner, sosteniendo que la Presidenta “no parece la más indicada para promover” un debate sobre la ética periodística, afirmación que se fundaba en insípidos cuestionamientos sobre su patrimonio o su estilo político. A continuación descargaba un discurso tan agresivo como banal sobre la jefa de Estado. ¿La Nación se propone amordazar a quien ha demostrado saber utilizar con pericia los medios visuales para comunicar a la población su programa y las medidas adoptadas? ¿Si la Presidenta no amerita lo suficiente como para ejercer su derecho de opinión sobre las cuestiones publicas, quién sería el indicado? ¿O tal vez La Nación, tribuna para la expresión de intereses foráneos y de sus asociados nativos, ladera fiel de todo emprendimiento autoritario, considera que la libertad de expresión no es un derecho sino un privilegio del que goza, y que acepta extender a regañadientes con unos pocos medios asociados?

¿Guardaespalda o dinosaurio? Homero Manzi señaló hace décadas que “Mitre se dejó un diario de guardaespaldas” para custodiar su memoria y su obra. Tampoco faltaron las urticantes opiniones que afirmaron que había resultado natural el cambio de nombre del periódico –La Nación Argentina por La Nación–, porque con su dirección había dejado de ser argentina. Después de 142 años, puede advertirse que sus métodos e interés no han variado; lo que ha cambiado es el curso de la historia. La democracia y el proyecto nacional y popular son una realidad hoy en nuestro país, mal que le pese a un medio que el 28 de marzo de 1982 seguía elogiando al terrorismo de Estado y asociándolo con los momentos fundacionales de la patria: “De ninguna manera está en juego la revisión de la guerra contra la subversión (...) por la misma causa que tampoco lo está el de nuestras guerras de la Independencia, ya que sus victorias –ayer como hoy– son la causa de que la Nación viva”.

Este, estimados lectores, es el periódico que pretende darle lecciones de ética a la Presidenta de la Nación.

Publicado en :

http://www.infonews.com/2012/08/19/politica-34870-mitre-la-nacion-y-la-etica.php

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