Miradas al Sir. Año 5. Edición número 218. Domingo 5 de agosto de 2012
Por
Alberto Lettieri. Historiador
Luis Alberto Romero acaba de publicar un editorial sin desperdicio en La Nación1, tanto por lo que explicita, como por lo que permite inferir. La conclusión es obvia: en el ocaso de su carrera, Romero se ve obligado a aceptar el fracaso de su proyecto histórico-político formulado en 1983 –con Hilda Sabato, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano como eficaces laderos– consistente en imponer una explicación de la historia argentina que diera por definitivamente cerrado el capitulo del peronismo, para anunciar ipso facto la fundación de un Tercer Movimiento Histórico, en clave social-demócrata, liderado por Raúl Alfonsín.
Desplazado de la posición de poder detentada a partir de 1983, Romero se ve obligado a intentar una nueva vía para tratar de atraer la consideración pública. Para ello, no duda en recuperar del arcón de sus recuerdos a su odiado adversario, el peronismo, para centrar su atención en la emblemática figura de Eva Perón. Las consideraciones vertidas, sin embargo, están marcadas por el lúgubre tamiz de la derrota: Romero y su proyecto autoritario, encubierto por el ropaje formal de un republicanismo democrático a ultranza, admiten tácitamente estar en retirada, apostando a un proyecto rayano en lo ficcional.
Un curioso tipo de empleado público. Romero inicia su editorial con una efectista introducción, en el tono característico de sus pasados tiempos de gloria, en la que afirma que “pronto, la imagen de Eva Perón estará en los billetes de cien pesos en que reciben mensualmente el sueldo los jóvenes de La Cámpora empleados en alguna oficina estatal. (…) Desde ahora –sentencia–, el rostro de Eva reconciliará militantismo y prebenda”.
Su reflexión, naturalmente, nos conduce a preguntarnos ingenuamente cuáles serán los billetes con los que Romero pretende cobrar sus salarios públicos y subsidios –¿exigirá que le sigan pagando con retratos de Roca?, ¿se negará tal vez a recibir la moneda que asocia con la “prebenda”?–. También es necesario puntualizar que, a diferencia de los jóvenes que se desempeñan en el marco de oficinas estatales –y de muchísimos más que lo hacen ad honorem a lo largo de toda la geografía nacional, sean o no militantes de La Cámpora– para implementar el proyecto plebiscitado por el pueblo argentino, Romero es un empleado público muy especial. En su caso, los habitantes de la patria estamos financiando con nuestros aportes a un opositor a ultranza de las grandes causas e intereses nacionales –como en el caso Malvinas o en las reivindicaciones soberanas del Estado nacional–, que no hesita en asignar el mote de autoritaria a una presidenta dotada de inobjetable legitimidad democrática, o en descalificar a las autoridades de instituciones nacionales, como el Conicet, comparando falazmente su accionar con el de esa dictadura cívico-militar que tan bien conoció en su condición de editorialista de Convicción, el diario del dictador Emilio Massera.
¿Un nuevo historiador nacional y popular? Estas indispensables puntualizaciones –que nos exigen poner sobre el tapete la cuestión de las características de la autonomía universitaria– no deben distraernos sobre el fondo de las consideraciones que formula nuestro publicista de la dependencia. Según se ha consignado, Romero sostiene que: “Desde ahora, el rostro de Eva reconciliará militantismo y prebenda”. Ese “desde ahora” implica la puerta de ingreso a lo que en apariencia se presenta como una especie de revolución copernicana en su interpretación sobre el peronismo. En efecto, hasta ayer nomás Romero se animaba a denunciar a rajatabla que la “Fundación Eva Perón resultaba así la encarnación del Estado benefactor y providente”, o bien que merced a su gestión “se crearon muchas unidades básicas: organizaciones celulares del partido”, expresiones a su juicio de un aberrante mecanismo autoritario y personalista de manipulación de los fondos públicos. En cambio, ahora nos da una grata sorpresa, al reconocer que el “estilo político –de Eva– fue más moderno y elaborado que el de Perón”, en el marco de (¡ajústense los cinturones!) “la vigorosa democratización social y política que caracterizó al primer peronismo” y que “posibilitó la maduración de una sociedad móvil, integrada y democrática”.2
¿Nos encontramos ante el nacimiento de un nuevo Romero nacional y popular? Sus juicios habituales, que sostenían que el “régimen autoritario peronista tuvo una tendencia a convertir a todas las instituciones a su doctrina”, son trocados ahora por su nueva convicción de que “Perón fue un líder plebiscitario (que) recibió un mandato popular para combatir al antipueblo y construir un país justo, libre y soberano”.
¿Cuánto de sinceridad hay en esta caracterización que Romero –como hábil encantador de serpientes– no ignora que lo coloca en el lugar del “antipueblo”? ¿Cuánto hay de cálculo político? ¿Cuánto de rendición frente a la irreversibilidad de una realidad que ha cambiado?
De la historia a la ciencia ficción. Para tranquilidad de los compañeros y compañeras que sentirían urticaria de sólo pensar en compartir el mismo escenario con semejante sujeto, me apresuro a desalentar cualquier expectativa. A lo largo de la novedosa argumentación del historiador del “antipueblo” –denominación que asignamos a partir de su propia caracterización sobre el significado del peronismo–, aparecen reiteradamente las huellas de su época de pasado esplendor, a través, por ejemplo, de sus renovados cuestionamientos sobre el carácter voluntario de las contribuciones empresariales a la Fundación Eva Perón o sobre la transparencia en el manejo de sus fondos.
¿Qué se propone entonces con sus novedosos argumentos? En primer lugar, está claro que las minorías excluyentes que lo reconocen como vocero han asumido desde hace tiempo la inviabilidad de cualquier proyecto político que no proceda del peronismo, o que al menos no incluya a un segmento significativo del peronismo en su conducción. Por ese motivo, para estos sectores –y, naturalmente, para el propio Romero– su enemigo concreto no es ya el peronismo histórico, sino Cristina, La Cámpora y el proyecto nacional avalado por el 54% de la población, y que con absoluto desprecio es calificado como una construcción estatal compuesta por “una caja misteriosa y un cúmulo de prebendas discrecionales”.
Romero aspira a convocar a algo más que a una minoría recalcitrante y antinacional. Consciente de su escasa credibilidad más allá de espacios muy selectos y reactivos al pensamiento nacional y popular, pretende legitimar sus críticas despiadadas a la gestión actual, aun al precio de adoptar un impensado pseudo “revisionismo” histórico, focalizado y disoluto. Hábil lector de la realidad política en clave reaccionaria, Romero es consciente de la necesidad aludida de sumar una sólida “pata peronista” para cualquier iniciativa que se proponga desplazar al proyecto nacional y popular. Por eso, se dispone a invertir la exigencia de Isaac Rojas –”excluir el cadáver (de Eva Perón) de la vida política”– habida cuenta de que la experiencia histórica ha demostrado el secuestro de su cuerpo favoreció la consolidación de su mito. Así se dispone a transitar el camino inverso, aunque no menos inverosímil: desactivar los mitos sobre Eva, para “recuperar su persona”. El “resultado –afirma– será una imagen menos rotunda, sin blancos ni negros contundentes. Un perfil lleno de grises, tan matizado como el de cualquier persona que conocemos”.
El proyecto político-intelectual que difunde Romero roza, por cierto, la ciencia ficción: despojar a Evita de su mito, eliminar su “tono plebeyo y agresivo”, diferenciarla e incluso confrontarla con el propio Perón para vaciarla de contenido político. Una vez más, no desesperemos: Romero no asume tardíamente banderas combativas setentistas para convertir a Evita en “capitana” de un proyecto revolucionario, sino precisamente lo inverso: consciente de la imposibilidad de desplazar a Evita de su protagonismo político y cultural, aspira a reinventarla como una figura de síntesis, de consenso social, una Evita despojada del mito y caracterizada por sus contradicciones –reales o ficticias– y su presunta prescindencia de toda propensión estatal.
La pretensión de arrebatar a Evita del alma de su pueblo, y convertirla en objeto de ficción científica del adversario puede verse como una ambiciosa genialidad académica, la última esperanza de recuperación de cierta consideración de un historiador en declive o, tal vez simplemente, el reconocimiento liso y llano de la derrota de un proyecto antipopular que, luego de años de imponer su dictadura sobre educadores y educandos, discursos públicos y espacios académicos, se ve obligado a aceptar, a su desgano, la conclusión de una etapa y su delicada situación: “en retirada”.
1-“Eva, lo que el mito no deja ver”, La Nación, 31 de julio de 2012.
2. Las citas sobre afirmaciones pasadas de Romero corresponden
a su libro Breve historia contemporánea de la Argentina, vs. Ed.
Publicado en :
http://sur.infonews.com/notas/en-retirada
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