La política de desendeudamiento, las profecías no cumplidas y los cuellos de botella que persisten.
“Sangra mucho el corazón del que tiene que pedir”, dice el Martín Fierro, y ni qué hablar todo lo que sangra cuando se trata de devolver lo pedido. En sus ya proverbiales diástoles y sístoles económicas, nuestro país, en plena globalización, tiene hoy una de las deudas como porcentaje del PBI menores del mundo. Y esto ha funcionado como “cortafuego” -en la metáfora utilizada por el ministro de Economía, Hernán Lorenzino- para evitar el contagio mayor de una crisis internacional profunda y que todavía no muestra atisbos de resolución.
Antes, crisis mucho menores e, incluso, en algún punto lejano de la Argentina, tuvieron sobre nuestra economía un impacto devastador, como si fuéramos la prueba nacional del “efecto mariposa”. Ése que resume la teoría del caos en el proverbio chino que dice: “El aleteo de las alas de una mariposa se puede provocar un Tsunami al otro lado del mundo”. Ahora el Tsunami al otro lado del mundo tiene un efecto mucho menor e, incluso, algunos consideran que la Argentina saldrá el año que viene mejor parada, luego de las inclemencias de 2012.
Ciertamente, el estar aislado de los flujos financieros ha sido una bendición para nuestro país. Las profecías de los economistas neoliberales que anunciaban “veinte años de la Argentina fuera de los mercados financieros” pueden estar en lo cierto. Lo que nunca iban a imaginar estos economistas es que, pese a eso (y quizás gracias a eso), el país pudo crecer a tasas chinas durante casi toda una década.
El kirchnerismo, en una de las “especialidades de la casa”, supo hacer del pecado -el default-, virtud. Néstor Kirchner logró una quita de la deuda histórica, lo que en su momento podría haber sido duramente criticado por Washington, en perfecta sintonía con la postura preconizada por George W. Bush y Anne Krueger. Que el FMI no tenía que funcionar más como prestamista de última instancia y que los que habían apostado a un país fundido, creyendo que luego iban a ser compensados, debían pagar las consecuencias (lo que no quita que llegado el punto, Kirchner criticara duramente in his face a Bush durante la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, algo que la Secretaría de Estado estadounidense no olvidaría nunca más).
Pagarle al FMI al contado y no tener que pedirle plata posibilitó esquivar sus “recomendaciones”, incluso a pesar de que, en el G-20 de Londres, el país firmó estar de acuerdo con su monitoreo. Así el kirchnerismo pudo lanzar el barco del crecimiento con todas las velas desplegadas, aprovechando los vientos internacionales pero multiplicándolos con dinero público dirigido a desatar el consumo deprimido en años. Obviamente, gran parte de esa energía se disipó en forma de inflación, pero el cálculo que los argentinos (bien conscientes de la inflación real, no la del INDEK) fue mayoritariamente positivo para la estrategia del hiperconsumo del Gobierno. Es más, la única elección que el kirchnerismo perdió fue cuando cayó el consumo, al recibir la economía el impacto negativo del conflicto con el C.A.M.P.O. y la gran crisis de 2008.
Pero ese apalancamiento del crecimiento por los ingresos comerciales y el gasto público ha comenzado a no ser suficiente para sostenerlo. Por un lado, están los avatares globales que golpean estas playas. Por otro, toda política (y todo funcionario) llega a un momento en el que comienza a brindar rendimientos decrecientes. Algo que la Presidenta destacó en su última intervención por cadena nacional al decir que lo que importa son los objetivos estratégicos y no los medios que pueden cambiar y por eso no hay que enamorarse de ellos.
Y también, como sostuvo, es ridículo tomar como ejemplo lo que están haciendo los países europeos, por el simple hecho de que afortunadamente la Argentina no atraviesa la tremenda situación financiera y fiscal que sí padecen ellos. Eso no quita tener que conformarnos con el escueto crecimiento de este año, que con muchas ganas y las impresoras del INDEK darán unos puntitos. Y, por ahí, venciendo nuestra afición por el dulce de leche, mirar un poco (ya que parece que de eso se trata) lo que han hecho algunos de los países de la región para poder crecer este año. Es decir, esos países que también exportan commodities, han sufrido el neoliberalismo, sufren desigualdades enormes, poseen megacadenas mediáticas y empresarios egoístas, ávidos por la próxima ganancia.
Y la clave de este crecimiento-a-pesar-de-todo es que han logrado combinar el consumo interno con la inversión (pública y privada, interna y extranjera). Algo a lo que apuntó la Presidenta cuando, ya ducha en su nuevo estilo de comunicación distendido y mediático, explicó pedagógicamente los alcances del decreto de creación de la Comisión de Planificación y Coordinación Estratégica del Plan Nacional de Inversiones Hidrocarburíferas e, incluso, llegó a compararlo con legislación semejante (e incluso más dura) de otros países de América Latina.
En la Casa Rosada saben bien que el desafío no consiste en retrucar divertidamente a la prensa hipercrítica. Que el verdadero desafío pasa por superar el principal cuello de botella que hoy tiene el crecimiento del país y que es el energético. En la historia argentina abundan las etapas de alto crecimiento seguido de caídas igual de vertiginosas. Por cierto, esta etapa de crecimiento ha sido una de las más altas y más perdurables en el tiempo (comparada al Golden Age de los conservadores a principio del siglo XX). Más aún, esa etapa ser da en el marco de un cambio estructural mundial, el paso de la globalización financiera a una turbo-globalización protagonizada por los gigantes emergentes que succionan commodities, entre ellas las de nuestro país.
Y, a pesar de ese contexto muy favorable, la Argentina tiene que saldar muchas deudas: no sólo la financiera, sino deudas de inversión, de infraestructura de todo tipo y, fundamentalmente, la deuda social que no deja que muchos de los habitantes que habitan su suelo puedan ser aprovechados en todo su potencial creativo, humano y productivo.
Si no superamos esas otras “deudas”,
los cuellos de botella siempre amenazarán con que el híper crecimiento haya sido sólo otra etapa de “GO” a la que le seguirá fatalmente otra de “STOP”. Y quizás para ello, en el futuro, tendremos que endeudarnos (bien, transparentemente, y cuando baje la tasa de riesgo país, que hoy la vuelve prohibitiva y que inexplicablemente duplica la de los países en crisis de Europa).
Afortunadamente, tras la preocupación inicial por el decrecimiento relativo de la actividad económica, especialmente en Brasil y la Argentina, por una caída abrupta de la actividad industrial, se están afinando los lápices que estiman que el año que viene será mejor. Justo durante el año electoral que se viene (en el Gobierno ya se adelantan a confirmar que “Dios es argentino, o al menos kirchnerista”).
Las penurias financieras que están atravesando muchas provincias quizás podrán haber funcionado como una fusta disciplinadora desde la Casa Rosada para que a ninguno se le ocurriese ningúna aventura por fuera del gran embudo de votos oficialistas que tiene que ser el FPV, si se quiere que la reforma constitucional sea al menos una amenaza creíble. Claro, la otra cuestión es si esos representantes, por más que sean elegidos bajo el paraguas oficialista, luego van a levantar su mano en el momento crucial siendo hombres y mujeres del gobernador.
Por eso ya se habla de que las listas de candidatos a diputados y senadores nacionales serán como nunca supervisadas en el despacho del secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini, lo cual ha sumido en la preocupación a no pocos gobernadores; y a otros a ensayar movimientos de sordas pero estridentes señales de rebeldía.
Se verá en esto cuánto hay de amagues y cuánto de realidades finales. Finalmente, la elección que vale para los principales jugadores es la de 2015. La del año que viene, es de preocupación primera de la Presidenta y su necesidad de asegurarse, al menos, la gobernabilidad para el resto del mandato.
Publicado en :
http://www.revistadebate.com.ar/2012/08/10/5764.php
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