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domingo, 28 de abril de 2024

Milei en el espejo del progresismo, por Dante Augusto Palma

 



Se produjo la primera manifestación transversal multitudinaria capaz de reunir sectores política e ideológicamente diversos. Se trató de una movilización de cientos de miles de personas entre las que, se presume, también habría gran cantidad de votantes de Milei. Inferir de aquí que es el principio del fin implicaría demasiado voluntarismo. En todo caso, confirma que el votante de Milei no va a aceptar el paquete completo y que aun cuando se haya impuesto una tendencia antiestatista, hay una mayoría de la población que cree que hay cosas que hay que defender: la educación pública y de calidad es una de ellas, como también lo es la salud, tal como demuestra una encuesta reciente donde se observa que bastante más de la mitad de los argentinos evalúa negativamente el accionar del gobierno en lo que respecta a la epidemia de dengue. Efectivamente, el Estado es enormemente ineficiente pero la gente espera que quien lo administra haga algo más que sugerir que nos cuidemos, implorar las bajas temperaturas y desearnos suerte en la obtención de repelentes.     

La respuesta del presidente a la movilización ha sido una provocación y sobre todo una demostración de un distanciamiento de la realidad: si todos los que se manifestaron en las calles fueran zurdos, él no hubiera ganado las elecciones ni tendría el apoyo que todavía posee a pesar de estar realizando el ajuste más grande de la historia, como él mismo indicaría. De modo que estamos ante un binarismo tan ramplón que se asemejó a ese pasaje surrealista de su exposición en Davos en el que, tras defender la existencia de monopolios y afirmar que Occidente está lastrado por el socialismo, afirmó que entre nazis, comunistas, keynesianos, progresistas, globalistas, populistas y nacionalistas no existe diferencia sustantiva en tanto todos defenderían la idea de que el Estado debe dirigir cada uno de aspectos de la vida de los individuos.  

A juzgar por los errores de la actual administración, pareciera que Milei está enarbolando la bandera de “lo personal es político”, solo que desde el otro lado del espectro ideológico. Es decir, si desde hace ya tiempo la izquierda ha malinterpretado aquel slogan para significar que los problemas personales de los individuos son culpa de la sociedad y los debe resolver el Estado, en Milei aquella bandera asume la forma de “las políticas de Estado tendrán el rostro de mis frustraciones y mis disputas personales”. Estamos, entonces, frente a dos formas de confundirlo todo, ambas profundamente individualistas, por cierto.  

Claro que el presidente tiene razón en que las universidades públicas funcionan también como cajas de la política. La UBA en general y algunas facultades en particular, ofrecen caja para el radicalismo desde hace décadas, de la misma manera que otras facultades son cajas para los partidos trotskistas y muchas universidades del conurbano y terciarios son cajas para el peronismo. Pero reducir las universidades a eso o suponer que el presupuesto se explica por ello, es no conocer cómo funcionan las cosas. Lo mismo con la cantinela del adoctrinamiento: claro que hay docentes y cátedras que bajan línea, a veces de manera vergonzante, pero las facultades y las universidades son tan grandes y tienen, en general, tanta diversidad, que ese tipo de acciones se diluyen y los estudiantes más o menos inteligentes encuentran espacios para una formación equilibrada. Hay excepciones y hay facultades más politizadas que otras; pero la gran mayoría de los que se movilizó no salió a defender ese costado de mierda de las universidades o los kiosquitos que algunos han sabido conseguir allí; salió a defender una institución que brinda oportunidades y que explica buena parte de la diferencia argentina respecto al resto de Sudamérica.  

Es más, la necesidad de recortar, -porque algo habrá que recortar-, podría dar una oportunidad para exponer y acabar con esas cajas, pero también discutir un montón de aspectos que funcionan mal en las universidades, las cuales, pese a los slogans y a la gratuidad, no son “de los trabajadores” sino de las clases medias. Incluso se podría ir más allá y repensar la educación pública desde el inicio porque sus resultados son horribles: los chicos saben cada vez menos, pocos se reciben en el secundario, el nivel de los docentes es malo, se pierden días de clases, hay una cantidad de licencias con goce de sueldo inaudita, etc. Como consecuencia de ello, los mismos que se movilizaron en defensa de la universidad pública fueron, mandan o mandarían a sus hijos a primarias y secundarias privadas. No lo dicen porque les da vergüenza. Pero lo hacen.  

En síntesis, está lleno de cosas que funcionan mal en las universidades, pero la solución no pasa por un recorte fenomenal que haría prácticamente imposible la continuidad de su funcionamiento. Hay que sentarse, negociar, afinar el lápiz, ganar algo y perder algo. Casi como sucede siempre. 

Para ir concluyendo, en tiempos de polarizaciones, el arte de gobernar es el de mantener separados a aquellos que pueden formar el polo opuesto. Cuando la soberbia progresía tensó la cuerda hasta límites insospechados ofreciendo batalla cultural mientras aumentaba la cantidad de pobres, comenzó a perseguir y a llamar fascista a todo aquel que se le opusiese. Usando ese término de modo tal lábil, no hizo más que quitarle negatividad, vaciarlo de sentido histórico y convertirlo en una bandera de rebeldía frente al statu quo. Los resultados están a la vista en todo el mundo donde opciones de derecha vienen obteniendo excelentes resultados. De aquí que, actuando en espejo, es difícil imaginar que el resultado pueda ser otro. Así, si el gobierno de Alberto Fernández perdió la oportunidad de corregir todo lo que había que corregir por ese desprecio que tenía hacia el ejercicio del poder, por gobernar para que nadie se enoje, y, sobre todo, para no afectar los intereses de los sectores que lo apoyaban, una motosierra casquivana y sin rumbo que entiende el funcionamiento del Estado como un ejercicio de contabilidad, sería más de lo mismo, es decir, una segunda oportunidad perdida.   

Por ello, si Milei en el gobierno tensa la cuerda por una sobreideologización y por sus guerras privadas impulsadas por vaya a saber qué experiencia de vida, le espera el mismo destino y un retorno recargado de la versión más radical de la progresía. Solo será cuestión de tiempo conocer cuál será el eje articulador capaz de unificar a todo ese conglomerado opositor y, sobre todo, cuál será el liderazgo que lo pueda conducir.

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