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lunes, 9 de mayo de 2022

Individualismo, bienestar y amor sueco, por Dante Augusto Palma




Hacia principios del año 2018 y con la misión de enfrentar un flagelo que afecta al 13,7% de la población británica, la Primer Ministro, Theresa May, decidió crear el Ministerio de la Soledad. Si hubiese sucedido en Venezuela habría programas enteros, publicaciones y memes varias burlándose de las ocurrencias del socialismo del siglo XXI, pero sucedió en el primer mundo. 

Y si de primer mundo hablamos qué mejor que hacer referencia a los países nórdicos, aquellos que siempre aparecen como sinónimos de progreso y modernidad. Los nórdicos, o al menos eso nos cuentan las moralinas decadentistas que espasmódicamente nos quieren recordar que siempre se vive mejor lejos de nuestra tierra, tienen el Estado de Bienestar perfecto, igualdad de género, la mejor educación guiada por principios liberales, un sistema de protección de la salud admirable, y, por si esto fuera poco, para colmo, son de los más felices de la tierra. Y no tienen la felicidad sudamericana, que es siempre presentada como una felicidad “natural” e “irracional” propia de quien gusta más de la playa que del trabajo. Los nórdicos no. Los nórdicos tienen la felicidad seria, la felicidad comprometida con los valores occidentales de la modernidad. Es que los nórdicos no son populistas. Los nórdicos son progresistas. 

Sin embargo, según la OCDE, Islandia lidera el ranking de consumo de antidepresivos por habitante, doblando el porcentaje de, por ejemplo, España que, por cierto, se encuentra entre los primeros diez países con mayor consumo. El único país latinoamericano que aparece en el top 30 es Chile.

En cuanto a Finlandia, aparece entre los primeros países en lo que a igualdad de género respecta pero, al mismo tiempo, la tasa de violencia de género es de las más altas del mundo. Asimismo el consumo de alcohol es sorprendentemente alto y hay estadísticas que afirman que el 14% de las muertes de los finlandeses se debe a problemáticas derivadas del consumo de alcohol.

Noruega, por su parte, considerado el país más desarrollado del planeta, ocupa el tercer lugar de Europa en lo que a muertes por sobredosis respecta y, en Dinamarca, cada vez son más frecuentes las agresiones a inmigrantes condenados a vivir en guetos, tal como sucede en Suecia, donde según el documental “La teoría sueca del amor”, de Erik Gandini, los inmigrantes tardan un promedio de siete años en ser integrados y conseguir un trabajo estable y formal. 

Si bien, naturalmente, existen múltiples variables para comprender estos fenómenos y hay quienes dicen que las particularidades del clima juegan un papel relevante, “La teoría sueca del amor” avanza sobre una hipótesis interesante que podría ampliarse al universo de los países nórdicos. Y es que contrariamente a lo que se suele suponer, lo que sobresale en este tipo de sociedades es su extremo individualismo, su renuncia a la interdependencia y su apuesta por una autosuficiencia entendida siempre de manera egoísta y nunca como parte de una comunidad.

Desde el punto de vista del documental que viera la luz en el año 2015, el punto de inflexión hacia este tipo de cultura se dio a partir de 1972, año en que, impulsado desde el mismísimo Estado, se avanzó en la línea del manifiesto socialista titulado “La familia del futuro”. Allí, en nombre del valor de la independencia, se llamaba a una liberación en favor del individuo, una emancipación de las relaciones interpersonales. Que las mujeres se liberen de los varones, que los ancianos se liberen de los hijos y que los adolescentes se liberen de sus padres. Toda vinculación pareció entenderse como dependencia y el nuevo modelo de familia presuntamente socialista llamaba a desvincularnos entre los humanos para vincularnos directamente con el Estado.    

En este sentido, no casualmente el documental comienza reflejando el éxito de un banco de esperma que permite la inseminación artificial a domicilio. Cualquier mujer, a través de internet, puede comprar su dosis de esperma, pagar el costo del envío hasta la puerta de la casa, abrir la caja, llenar la jeringa, recostarse e inseminarse. Así una mujer autónoma puede tener un hijo sin tener contacto alguno con un varón: simplemente elige entre los varones que se van a masturbar al banco de esperma y dejan su biografía en internet para ser más “seleccionables”. Un paso más hacia el “Hágalo usted mismo”.

Mientras desarrolla el caso del banco de esperma, el documental deja ver un dato escalofriante: casi la mitad de los suecos viven solos y el 25% de los ancianos mueren viviendo solos. La problemática es tal que existe una dependencia del Estado encargada exclusivamente de estos casos ya que constantemente se reportan muertes de ancianos que son encontrados tras varios días en sus propios departamentos gracias al llamado que hacen los vecinos, incómodos por el olor nauseabundo que se siente en los pasillos de los edificios. Un ejemplo bastante particular fue el de un hombre de buena posición económica cuyo cadáver fue encontrado en su departamento dos años después. Nadie reclamó ni siquiera la herencia y nadie notó que había muerto porque pagaba sus servicios a través del débito automático. Es que más que su carácter humano, lo que importaba era que fuese un cliente cumplidor, incluso después de muerto. Pero lo cierto es que ante estos casos, la dependencia del Estado trata de hallar algún familiar y cuando esto no es posible, las pertenencias del difunto quedan, naturalmente, en manos del Estado. 

Tampoco quisiera pasar por alto otro elemento que puede resultar curioso pero se da en el mismo marco: todas las semanas grupos de voluntarios se reúnen para buscar gente que se haya perdido en los barrios o en los bosques sin que nadie las reclame. Sí, pasa en Suecia: el ejemplo de Estado de Bienestar y modernidad progresista donde para cualquier vínculo pareciera que hace falta la intervención del Estado.   

Con todo, hacia el final, el documental viaja a Etiopía, el lugar del mapa donde se predican los valores exactamente contrarios a los de Suecia y donde un médico sueco decide instalarse para atender en una precaria construcción que pretende hacer las veces de hospital y en el que todo escasea. El médico utiliza fierros de bicicletas, o aquel plástico que permite organizar los cables, para sujetar un hueso fracturado; atiende pacientes que llegan con flechas que les atraviesan el cuerpo, y salva a una niña con el paladar deformado por un cáncer de lengua. Desde allí señala que pese a todas estas penurias, los hombres y mujeres de Etiopía nunca se sienten solos como sí se siente la mayoría de los suecos. Si bien podemos obviar este gesto romántico y demagogo del documental, resulta interesante el final, aquel en el que se recurre a una breve reflexión del sociólogo polaco recientemente fallecido Zigmunt Bauman. Allí indica: “Es falso que la felicidad signifique una vida sin problemas. La vida feliz significa superar los problemas, luchar contra los problemas, resolver las dificultades (…) Una cosa que no tienes…una cosa que no se puede proporcionar por el Estado o por la políticas dirigidas es estar entre otras personas. Estar con otras personas. Ser uno en compañía (…) Las personas entrenadas para ser independientes están perdiendo su capacidad para negociar la convivencia con otras personas. (…) La vida online está en gran medida libre de riesgos, de los riesgos de la vida… ¡Es tan fácil hacer amigos de internet! Nunca estás sintiendo realmente tu soledad (…) Cuando no estás conectado lo que ves es realmente la diversidad de la raza humana (…) Tendrás que enfrentarte a la necesidad de dialogar (…) y cuando se inicia un diálogo nunca se sabe cómo va a terminar (…) Cuanto más independiente seas, menos eres capaz de detener tu independencia para reemplazarla por una agradable interdependencia. Así que al final de la independencia no está la felicidad. Al final de la independencia hay vacío de vida, una pérdida de sentido de la vida y un aburrimiento inimaginable”.

La sociedad sueca actual, aquella constituida sobre la base de una combinación entre individualismo extremo y Estado de Bienestar, evidentemente ha resuelto una gran cantidad de dificultades que sociedades con otros paradigmas no han podido resolver aún. Pero cada vez que quieran exponernos su ejemplo como modelo a seguir, bien cabe, al menos, alguna advertencia.  

 



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