Desde que se
conoció la muerte del fiscal, los carroñeros y sus acólitos comenzaron a exigir
por todos los medios la sumisa y arrepentida voz de La Presidenta. Ellos, que siempre han despreciado las
Cadenas Nacionales, ahora necesitaban una para nutrir sus dicterios. Pero
CFK ha dicho muchas veces que no esperen de ella palabras de ocasión ni
declaraciones vacías. Para eso están los demás. Cuando Cristina habla, no es sólo
para dar condolencias. Ella esperó, pero
cuando abrió la boca lo hizo para apostar al futuro, sin dejar de recuperar el
pasado. Eso es sabiduría y compromiso: la palabra para construir. Por eso
es una estadista: porque piensa, evalúa
y espera el momento oportuno para intervenir. Por eso es Ella y no los
otros. Para actuar como los otros, están los otros. Para decir sandeces y
vociferar palabras huecas hay un abundante elenco estable siempre funcional
a la desestabilización del país.
¿Para qué quería
la diputada Laura Alonso un discurso presidencial? ¿Para tildar como “monstruo” a
Nuestra Primera Mandataria porque no dio el pésame a los familiares de
Nisman? Cuando se requieren declaraciones insustanciales está Macri, su jefe
no-político, que siempre recita algunas
frases de catálogo para salir del paso ante cualquier ocasión. CFK nunca va
a satisfacer las demandas de los insatisfechos porque sabe que siempre
mostrarán sus dientes. Y no es que tema a la contundente dentadura de estos
personajes, más apropiada para una paródica peli de terror que para actores políticos.
Quien tiene el timón en sus manos debe
preocuparse por el rumbo y no por las altisonantes voces de las horrorosas
sirenas.
¿Laura Alonso
viene a calificar como monstruo al otro? Y no estamos hablando de su belleza,
sino de la forma en que logra mutar las
facciones de su rostro al punto de pesadilla cuando aflora tanto odio acumulado.
Si hablamos de monstruos, la oposición está plagada de ellos. Los que pisotean
los intereses del país para satisfacer
la avidez del establishment no son otra cosa que bestias destructivas. Los
que van a pedir órdenes a la embajada de
EEUU y rinden cuenta de sus acciones a los buitres merecen con honores el
calificativo que la diputada destinó a Cristina. Y los que pretenden conquistar
cargos electorales para dar su espalda
al pueblo y facilitar el accionar de los angurrientos, también.
Ni hablar de los
eternos candidatos que se prenden con uñas y dientes a cualquier operación
mediática. Ahora falta que salgan con un cartel que rece “Yo soy Pachter”,
Lagomarsino o cualquiera que puedan
erigir como víctimas del régimen.
A lo largo de estos años y después de unos minutos de cámara cada tanto, terminan siendo cualquier cosa menos lo que
deberían ser. El Concejo Deliberante del Partido de la Costa decidió
cambiar el nombre de la calle Salta, ingreso a La Lucila del Mar, por el del
fiscal Nisman, iniciativa impulsada y aprobada por radicales y massistas. Los kirchneristas rechazaron el proyecto,
no por desalmados, sino porque no son oportunistas. Ése es el pésame que
exigen, el gesto instantáneo sin ningún
contenido: descartar el nombre de una provincia y reemplazarlo por el de un
personaje que no ha actuado como héroe,
precisamente.
El ritmo del verano
Tampoco Massa
será un héroe. Ni Macri, Bullrich, Stolbizer y unos cuantos más que bailan al ritmo del clarín. Binner ya perdió los pasos y pronto estará condenado al
olvido. Ni el adoquín de una cortada merecerá su nombre. Hasta el lunes a la
tarde, estos saltimbanquis clamaban por profundos cambios en la Secretaría de
Inteligencia, porque pensaron que
Cristina no se iba a atrever a meter el dedo en semejante llaga. Pero se atrevió
y todos enloquecieron. Después de mofarse por la silla de ruedas y el vestido
blanco, comenzaron a vomitar ese
incontenible veneno que los conduce a tan notorias contradicciones. Los
poderosos esperaban una confesión, un pedido de disculpas, un gesto de
sumisión. Pero la inmovilidad sólo está ocasionada por un tobillo dañado y no porque haya decidido hacer la plancha durante los once meses
que quedan de su mandato.
“A mí no me van a extorsionar –afirmó CFK el lunes- no me van intimidar, no les tengo miedo, que digan lo que quieran, que
los jueces me citen, no me van a hacer
mover un centímetro de lo que siempre he pensado”. Lejos de la
docilidad que esperaban, La Presidenta redobló la apuesta: descartó la SI –ex SIDE-
y presentó la AFI, Agencia Federal de Inteligencia. Los suspicaces considerarán esto como un simple cambio de nombre y
cuando se cansen de esta cantinela, recitarán generalidades sobre la
desconfianza e insistirán con la demonización de la Jefa de Fiscales, Alejandra
Gils Carbó. Tan obvios que hasta nos
hacen parecer adivinos. Tan torpes que hasta toman una posición sin tener
idea de nada. Binner y Macri encabezan esta categoría, pues ni siquiera logran disimular la ignorancia
que los desborda al abordar cualquier tema. Los otros no se quedan tan
atrás: mentirosos, contradictorios, conspiradores, destituyentes, demagogos. En todo esto y en mucho más se han
convertido por abandonar la política y zambullirse en la servidumbre.
Que nadie
interprete esto como un intento de construir un discurso único. Nadie quiere
que todos acuerden en todo con el ideario kirchnerista, que le digan sí a cada cosa que propone CFK, sino que sean más comprometidos con los
intereses del país, que sean más honestos, serios, racionales, autónomos. Que sean más políticos y menos marionetas.
Que comprendan que, en el hipotético caso de alcanzar la presidencia, con tanto servilismo conducirán el país a
las ruinas de las que estamos saliendo. Salvo Macri, que forma parte de ese
poder avariento, los demás serán
mayordomos y felpudos que servirán en bandeja de plata nuestra dignidad,
nuestra soberanía, nuestras riquezas.
¿Todavía no
entienden que cuando sirven a un Amo tan monstruoso se vuelven oscuros peleles,
descartables en cuanto pierdan funcionalidad; que no le hacen ningún bien al país con esa obediencia debida; que no son representantes del pueblo sino peones
de los poderosos? ¿Tanto les cuesta entender eso o saben que no tienen
retorno? Tal vez ya hayan advertido que un milímetro que muevan su posición los
condenará al silencio, como ocurrió con
Stolbizer hace no mucho tiempo. Está claro que la diputada comprendió la
lógica y ha decidido abandonar sus últimos principios para continuar ocupando un sillón en los estudios televisivos, en lugar
de la banca del Congreso.
No. Todavía no
han comprendido y parece que jamás lo harán. Por eso están cada vez más solos. Quien se sienta movilizado por
estos personajes debería echar una mirada a su propio corazón y descubrir qué
habita en su interior, si el desprecio o la esperanza. Si es el desprecio, estamos condenados a que un manojo de
individuos nos conduzca con su prejuicioso voto a los tortuosos laberintos que
ya hemos padecido. Si es la esperanza, alguna vez deberán reconocer cuánto
se equivocaron al coronar a semejantes candidatos. Porque la esperanza nunca es individual, sino siempre colectiva:
nadie se salva solo, sino en comunidad. Un
país se construye con los sueños de la mayoría y no con las ambiciones de una
minoría. Muchos ya lo hemos entendido; un esfuercito más y tendremos la
victoria asegurada.
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