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domingo, 27 de julio de 2025

Milei no lee a Maquiavelo, por Dante Augusto Palma




Se suele citar a Maquiavelo como el primer pensador que separa la moral de la política en un quiebre que nunca más iba a poder suturarse. Ya no se trataría de gobernar según el Bien y los principios de la moralidad sino de sostenerse en el poder. De las reflexiones acerca del rey filósofo pasábamos a los consejos concretos a un gobernante que tiene que lidiar con la Fortuna y, sobre todo, con hombres que, por naturaleza, están lejos de ser ángeles.


Aunque una lectura algo más a fondo de Maquiavelo otorgaría algunos matices a las interpretaciones que lo ubican como una suerte de genio del mal que entiende que el fin justifica los medios, una de las claves está en el giro interpretativo que el florentino hace de la idea de Virtud. Porque para el autor de El Príncipe, el líder virtuoso no es el que siempre actúa conforme al Bien sino el que sabe adecuarse a las circunstancias, haciendo el bien a veces, sirviéndose del mal en otras ocasiones. Esto significa que el príncipe debería tratar de regirse por las mejores leyes, pero hay momentos donde tendrá que imponer condiciones por la fuerza.


Discutiendo con Cicerón, Maquiavelo indica el príncipe puede obrar como Hombre o como bestia y que, aunque es mejor actuar como lo primero, muchas veces se ve obligado a actuar como lo segundo. Asimismo, como bestia, el príncipe puede utilizar la fuerza como el león o el engaño como la zorra. 


Esta larga introducción viene a cuento de las consecuencias políticas que se han seguido los días posteriores al cierre de listas de Provincia de Buenos Aires en la Alianza La libertad Avanza. Me refiero en particular a la decisión política de sus armadores, Karina Milei y Sebastián Pareja, de postergar al espacio juvenil denominado Las Fuerzas del Cielo, el cual respondería a Santiago Caputo. 

¿Acaso el león ha entendido que a veces debe ser una zorra si lo que quiere es permanecer en el poder? La selección de los armadores y la decisión de dejar de lado a los sectores más radicalizados, pareciera ir en esa dirección. Es como si el mileismo se hubiera dado cuenta de aquello que el Frente de Todos nunca entendió: lo que te sirve para ganar, puede no alcanzarte para gobernar. 


Incluso hasta podría interpretarse como un gesto de madurez política, casi institucionalista, como para exagerar un poco más: Milei habría entendido que no puede gobernar a decreto y veto, y que necesita una fuerza propia en el Congreso, al menos capaz de reunir las voluntades para apoyar los vetos que le quiera imponer la oposición y frenar cualquier eventual intento de juicio político. 


Sería, a su vez, el movimiento exactamente inverso si lo comparamos con la inacción y el capricho con que decidió no negociar y recibir un golpe en el senado algunas semanas atrás frente a gobernadores que, frente a la carencia de interlocución, no les quedó otra que mostrarle los colmillos. 


Dicho esto, otros interrogantes aparecen: ¿puede jugar a la zorra, es decir, utilizar las prácticas propias de la política, entendiéndose por tal, distintas formas del engaño, quien ha hecho de la antipolítica su leitmotiv pero, sobre todo, quien ha hecho del discurso moralista una columna vertebral? 


En otras palabras, jugar a la zorra aliándose con figuras de la casta como los Menem, Santilli y Ritondo, o dejando el armado en un tipo como Pareja, puede redundar en una buena performance en provincia, pero ¿cuánto resiente simbólicamente a la figura del presidente en la opinión pública y en sus seguidores más cercanos?


Es más, podríamos pensar que si la moralidad es una de las columnas vertebrales de Milei, la otra es una supuesta superioridad desde la perspectiva del conocimiento. Esto se ve en su obsesión contra los mandriles, una disputa casi de nicho académico, de quien siempre fue despreciado en la facultad por sus pares, en la que intenta demostrar que su teoría y su capacidad están por encima de las de sus adversarios. 

Y allí encontramos un problema porque una de las dos columnas debió ser sacrificada en el episodio LIBRA. Lo dijimos aquí: o aceptaba ser un estafador, es decir, un inmoral, o aceptaba ser un incapaz e ignorante al cual habían embaucado en el tema donde dice ser experto. Ladrón o boludo, para decirlo de manera directa. 

Su narcisismo hizo que apenas pueda balbucear algo del orden del engaño pues de otra manera se enfrentaba a la posibilidad de perder el gobierno y la libertad, de modo que, si la hipótesis de estas líneas es la correcta, resentida la columna de la superioridad de su conocimiento, máxime cuando se empiezan a ver demasiados errores no forzados en materia económica, como los de las últimas semanas, lo que resta es erigirse en una figura moral. Y erigirse como tal junto a determinadas figuras de la provincia de Buenos Aires, sean del PRO, sean “heridos” y “buscavidas” que utilizan sellos para alcanzar grados de poder, no parece un buen plan. 


Especialmente porque la cuestión de la moralidad es relevante en los sectores jóvenes que lo siguen: Milei es para ellos un ejemplo, no por su anarcocapitalismo sino por sus condiciones de líder disruptivo y por su afrenta contra la corrupción de los políticos y el Estado. A esos chicos se les está pidiendo que continúen la revolución libertaria contra el peronismo votando a Ritondo y a Santilli. En política todo es posible, pero hay que tener mucha tolerancia en la garganta y el esófago para deglutir semejantes escuerzos. Con todo respeto, claro. 


Todo es muy pronto, pero pareciera casi como un movimiento inverso al del kirchnerismo pos nacimiento de La Cámpora.

Cuando fue creada tal agrupación tras la muerte de Néstor, se aceleró un proceso de trasvasamiento generacional que, evidentemente, le quedó grande a la gran mayoría de los protagonistas. Aquí sucede lo contrario: el empuje de sectores juveniles entre los que más apoyo tiene Milei, son postergados. En la jerga anarcolibertaria, el trasvasamiento generacional inverso traslada el poder de los jokers enojados a la casta de viejos meados y transeros. 


La decisión evidentemente ha generado ruido interno. Algunos hablaban de la ruptura del triángulo de hierro con un Santiago Caputo desplazado, lo cual sería un grave error para el gobierno, puesto que es El Mago del Kremlin la cabeza que está detrás y comprende como nadie la época y la oportunidad. La confirmación de las broncas internas las vemos cuando desde la cuenta de Karina Milei aparece un mensaje en el que se dice que no aceptar las decisiones del armado de las listas es ir contra el presidente o cuando alguno/a de esos/as tránsfugas que viven en los canales de televisión exigen lealtad y verticalidad al partido que se jactaba de llevar librepensadores y fomentar leones en lugar de ovejas.  


Maquiavelo afirma que las mejores leyes se sustentan con las mejores armas, armas que deben ser propias y estar en manos de los súbditos del príncipe y no de mercenarios, pues, si este fuera el caso siempre se va a depender, en última instancia, de tipos que tienen un precio, en algunos casos, incluso muy bajo.


He aquí el problema porque con este giro, el mileísmo acaba de invertir la famosa frase del libro de Los Macabeos y reconocer que ahora la victoria ya no depende de las Fuerzas del Cielo sino de la cantidad de soldados. Se trata de un giro de lo místico a lo terrenal, una aceptación de que la política todavía necesita, al menos en parte, territorio. 


¿Y los soldados propios que exigía Maquiavelo como garantía para que el príncipe pueda sostenerse en el poder? Esa te lo debo, amigo.





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