Arriba: José Serra, Canciller del gobierno golpista de Brasil y Susana Malcorra, Canciller del gobierno argentino. Abajo Juan Pío Tristán y Moscoso, y José Manuel Goyeneche, militares peruanos que comandaron los ejércitos realistas en las guerras por la independencia.
Quizás el 25 de mayo de un año en el que se cumple el bicentenario de la declaración de Independencia de las Provincias Unidas en la América del Sud, realizada el 9 de julio de 1816 en San Miguel de Tucumán por representantes de provincias del Río de la Plata y el Alto Perú, sea un buen momento para reflexionar sobre estos hechos, sobre todo considerando que estamos en un contexto particularmente hostil al concepto de patriotismo.
Estamos en una realidad en la que aparentemente Patria y Patriotismo se han vuelto malas palabras, al punto de que el actual Presidente de la Nación argentina juró desempeñar su cargo no “con lealtad y patriotismo” –como exige el artículo 93 de la Constitución Nacional- sino “con lealtad y honestidad”… como si el patriota no pudiera ser honesto, o el honesto no pudiera ser patriota… o como si el actual presidente pudiera ser alguna de las dos cosas.
Tras una década larga de avances en pos de la construcción del sueño sanmartiniano y bolivariano de la Patria Grande, se observa un preocupante reflujo que parece incluir victorias electorales de una derecha proimperial (Argentina), golpes violentos (hay quienes parecen buscar un “modelo sirio” para Venezuela) o golpes blandos institucionales (Brasil, Paraguay, Honduras), desestabilizaciones varias (Bolivia, Ecuador), y negociaciones en pos de integrar organismos supranacionales que someten a las naciones y suprimen la soberanía estatal, como es el caso de la Alianza del Pacífico que universaliza la legislación norteamericana como reglas de juego comunes, pasando por encima de constituciones y acuerdos internacionales preexistentes. Sin embargo, y a pesar de, o debido a, estas señales negativas no debemos olvidar algunas enseñanzas que nos dejó tanto el proceso independentista del siglo XIX como esta experiencia transformadora del siglo XXI.
En primer lugar, debemos tener en cuenta que estos procesos de cambio siempre tienen profundas contradicciones, así como avances y retrocesos. De ellas estuvieron plagadas las luchas de la etapa 1810-1825 en todo el continente. Siempre hubo americanos que lucharon para el Imperio y en contra de la propia independencia, los hubo antes y los hay ahora.
En segundo lugar fue justamente hace doscientos años, en 1816, cuando el proceso de independencia parecía perdido completamente. A comienzos de 1816 los españoles dominaban Chile, Perú, Bolivia, Colombia, Ecuador y casi toda Venezuela, así como México y Centroamérica. Fue justamente a comienzos de 1816 cuando Bolívar –junto a otros lideres como Piar y Páez- comienza a luchar en Oriente para lograr la liberación definitiva de la tierra venezolana. A la vez, en el otro extremo del continente, el Río de la Plata declara su independencia mientras San Martín preparaba el Ejército de los Andes en Mendoza, con el cual comenzaría la campaña de Chile a comienzos de 1817. La noche termina cuando sale el sol… hay que tratar de que la noche no sea excesivamente larga.
En tercer lugar, nunca debemos olvidar que nuestro gran problema es que no hemos logrado nunca completar el proceso de independencia. La veintena de estados latinoamericanos no representa el triunfo de la independencia sino su fracaso, ya que todos los líderes libertadores soñaban con Estados mucho más grandes, que unieran las Américas en lugar de dividirla. Bolívar construyó la Gran Colombia y convocó el Congreso de Panamá. San Martin y Belgrano soñaban con un nuevo Tawantinsuyu que uniera el Río de la Plata, Chile y Perú. Artigas organizó una Liga de los Pueblos Libres que excedía en mucho al actual Uruguay. México se independiza como un Imperio que se extendía desde California y Tejas hasta Costa Rica. También pensadores posteriores como José Martí, José Carlos Mariátegui o Manuel Ugarte soñaron con superar las fronteras “nacionales”. Libertad, Independencia y Unidad latinoamericanas van de la mano. Lo dijo Juan Domingo Perón, con su estilo tan particular, en 1951: “Unidos seremos inconquistables, separados indefendibles”.
La cuarta reflexión tiene que ver con las enseñanzas de estos últimos años, en los que los cambios se limitaron a buscar el control de las instituciones que dependen del voto popular, como son las ejecutivas y legislativas, sin afectar demasiado a otras instituciones que son ajenas a votos y urnas, como es el caso de la corporación judicial y los grandes grupos económicos -productivos, financieros o mediáticos-. Atrincherados en esas instituciones profundamente ajenas a todo concepto democrático, los poderes reales resistieron y ahora contraatacan. Es muy difícil, por no decir imposible, sostener transformaciones profundas en una sociedad desde las instituciones democráticas mientras los poderes reales -que de democráticos tienen poco y nada- controlen corporaciones extremadamente poderosas. Es algo que se debe tener en cuenta en el futuro.
Es difícil saber cuánto durará la noche y cuán oscura será. Dependerá de todos nosotros. Pero no debemos olvidar nunca las palabras pronunciadas en 1908 por un gran olvidado, don Manuel Ugarte: “Abandonemos la idea errónea de que la época de la independencia fue una edad fabulosa y que sus hombres no pueden ser imitados jamás”.
Adrián Corbella
25 de mayo de 2016
miércoles, 25 de mayo de 2016
TENÍAMOS PATRIA… Y LA VOLVEREMOS A TENER, por Adrián Corbella
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