Más de una vez los esfuerzos y el trabajo de los ciberactivistas se ven empañados por el peligro y la tentación de hablar de lo que no se sabe, inmediatamente, y dejar de hablar de lo que se conoce, en forma inmediata, también. Como periodistas de segunda mano, salimos a hablar del tema de día YA. Lo pintamos de nuestro color, buscamos info de las fuentes que tengamos a mano y vamos al frente como caballos.
Así es como en defensa de la megaminería somos capaces de diseñar un discurso que bien podría utilizar la Barrick en sus visitas guiadas para los niños de la escuela, o explicaciones bizarras sobre cierto incómodo aumento de dietas, todo por hablar de todo más rápido, pegar más fuerte y despejar el tema bien alto.
Ese apuro por decir queda bastante empañado por la actitud real de nuestros referentes políticos, en primer lugar, la Presidenta. Luego de la tragedia de Once, y con toda la data procesada para elaborar un discurso con fuerza performativa -un discurso que hace cosas- Cristina habló, pegó más fuerte y apuntó más alto.
“Claro, pero Cristina es Cristina”. Precisamente: uno tiene un modelo político, ideológico, estilístico y cultural, que suele encarnarse en una persona a la que responde como su líder. De mucho sabemos, incluso de los “temas del día” sobre los que nos hemos interiorizado bastante, pero caemos una y otra vez en el juego de hablar de lo que se impone en cada jornada y, lo que es peor, de olvidarnos de cuál era el tema que llevaba la delantera hace un mes.
Así, a golpes de odio y actualidad, las voces provenientes de sectores muy minoritarios, suelen ponernos en aprietos. Nos distraen con sus gritos destemplados y perdemos tanto tiempo en defendernos de ellos que perdemos la iniciativa. Nunca instalamos un tema, nunca reflotamos algo de interés. Lo importante es que ese asunto de hoy no nos derrumbe lo que tanto nos costó conseguir. Paradójicamente, ese asunto que instaló el amigo Clarín o el no menos apreciado La Nación, nos va a ocupar todo el esfuerzo de hoy, nos tendrá a sus pies desgañitándonos, pero por sobre todo, nos tendrá distraídos e inmóviles frente a lo que sí podríamos tratar con soltura y cierto saber.
En nuestra gran mayoría, los ciberactivistas no somos periodistas, pero podemos ser cronistas. Cronistas políticos que, hablando de temas de actualidad, tomemos distancia del hecho inmediato y lo relatemos cuando ya su peso específico ha sido medianamente mensurado. Cronistas que tengamos claro que un tema de hace dos meses es un tema de actualidad. Cronistas que esperan y se aprovechan de los ríos de tinta que corren de inmediato sobre una cuestión y los procesan, los analizan y luego los ponen por escrito. Cronistas que opinan, por qué no.
Cuando hablamos de acción y reacción política, tendemos a creer que por militar o simpatizar con un modelo de acción progresista, que va por el cambio de estructuras anquilosadas y decrépitas, por eso solo ya nuestro discurso será activo y progresista. Lamento decir que no es lo que se aprecia mayormente en la cibermilitancia, que reacciona (reacciona, atendamos a esta palabra) ante la imposición del discurso producido por pequeñas porciones -aunque bien poderosas, admito- de la sociedad, no representativos de las mayorías. Con esto no digo que las minorías no tengan su derecho a hablar, pero que dejemos que manipulen nuestro enojo, me parece grave.
A lo dicho, sumémosle la pifiada política de embanderarnos con errores, sólo por no leer con claridad las situaciones. Si me dicen que los legisladores “son todos chorros que se aumentan el sueldo”, mal puedo salir a decir que me alegra y que felicito ese aumento, porque es un tema que no me compete defender y porque alcanza a todas las fuerzas políticas: las que queremos y las que no. Que hablen los legisladores, que todos cobraron el aumento, aún los que se escandalizan. Nuestra palabra, en el ciberespacio, es nuestro capital, y no me parece orgánico ni beneficioso rifarlo, no ayuda al modelo que defendemos y más de una vez nos deja mal parados y hasta patéticos.
Retomo entonces la idea del cronista. ¿Qué pasó con el tema de hace cuatro días, sobre el que sabíamos que teníamos razón, sobre el que nos interiorizamos y logramos armar un discurso cohesivo y coherente? Quedó en la papelera de reciclaje porque desde una agencia decidieron que hoy tenemos que hablar de otra cosa, perder los estribos por otra cosa, insultar por otra cosa, enloquecernos por otra cosa. Desde una agencia deciden hacernos quedar como una sarta de orates que a la voz de aura gritan, insultan, bloquean y maldicen; una manga de locos que no piensan y que a todo dicen que sí, a nada dicen que no, para poder construir esa tremenda armonía que pone ciber y tecno los corazones.
“¿Entonces qué tenemos que hacer? ¿Criticar el modelo?” No: ése es el juego. Que nuestra voz sea nuestra, que no caigamos en la trampa dialéctica una y otra vez: o apoyo sin saber de qué hablo o critico. Si nosotros recuperáramos la iniciativa, hablaríamos de lo que nosotros decidiéramos.
No me parece -más que para algún momento en particular- que inundar un muro con una consigna muy trillada nos active la palabra cibermilitante. En la Argentina hay una computadora por cada cinco habitantes: la misma cantidad de televisores que había cuando éramos chicos. Tenemos que tener voz propia y decidir nosotros de qué hablamos. Comentarnos, detenernos en lo que dice el compañero, priorizar nuestros posteos, buscarnos en cada lugar del ciberespacio que habitemos, leernos atentamente, parar la pelota y salir jugando por donde la verdadera reacción no espera. Revalorizar los buenos modos, repreguntar a los tuiteros estrella que con tanta soltura son capaces de pagar para que los ingleses se queden con las Malvinas. Dejar de regodearnos en las desgracias que le ocurran a los políticos que no queremos, para poder reclamar con honestidad que esas prácticas caigan en desuso; replantearnos qué nos sedujo del kirchnerismo y cotejar nuestra palabra, para ver si se ajusta a eso que nos enamoró del modelo.
Tenemos responsabilidad comunicadora, y más de una vez espantamos a la gente que nos lee; no al troll salido de una usina de rumores, claro. Ese le mete para adelante, y si alguno se cae, otro tomará su perfil. Espantamos a aquel que nos lee y piensa que si mañana Cristina decide la matanza de los niños menores de tres años allí saldremos con camisetas que digan “Los niños joden”. Nosotros somos kirchneristas porque tenemos LA CERTEZA de que Cristina no sólo NO decide locuras, lo que ya la posicionaría como la mejor presidenta de la historia argentina, junto con Néstor -eso después lo discutimos- , sino que decide bien, buscando lo mejor dentro de lo existente.
Tantas y tantas horas escribiendo no pueden no dejar alguna secuela: estamos algo alterados. Todavía podemos evitar que este desajuste se vuelva crónico.
Publicado en :
http://perraintelectual.com.ar/mas-rapido-mas-fuerte-mas-alto.htm
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