La gravedad de la crisis del Primer Mundo exige una optimización de las medidas proteccionistas ya aplicadas. A las Licencias no Automáticas, se les sumó desde el miércoles pasado un control más estricto de las importaciones. Como era de esperar, el tradicional órgano oficial de la Argentina librecambista y subdesarrollada ha puesto el grito en el cielo. Su editorial del 15 de enero titulado Intervencionismo asfixiante prueba por qué la defensa técnico-política de la industria nacional y la soberanía económica carecen de sentido sin su defensa cultural. El debate proteccionismo-libre mercado que se creía perimido –como tantos otros en esta Argentina que despierta y se despereza– vuelve al ruedo. A los abogados y paladines de un modelo de “acumulación” semicolonial en nuestro país, vaya la argumentación política de uno de los padres del nacionalismo económico estadounidense.
BREVE INTRODUCCIÓN AL PROTECCIONISMO EN LOS ESTADOS UNIDOS.
El despegue manufacturero de los EE UU se remonta al período entre 1808 y 1815. En efecto, tanto las Guerras Napoleónicas como la Guerra de 1812 habían servido de fuerte e indirecto impulso a la industrialización local. Desde 1815 y hasta 1861 rigió, aunque con altibajos, un sistema proteccionista moderado. Moderado sí, pero fundamental para “sentar las bases de una economía autosuficiente y estable, en este último caso consecuencia de un gran proceso de diversificación” (Chester Wright. Economic History of the United States). Concluida la Guerra de 1812, la joven nación se vio nuevamente invadida de manufacturas británicas. En la metrópoli, las revolucionarias técnicas de producción elevaban la oferta por encima de la demanda. Las manufacturas sobraban y debían ser colocadas en otros mercados. Vino entonces con la Tarifa de 1816, la primera respuesta estadounidense de protección a la industria doméstica. Apenas después, le siguió la Tarifa de 1818, decididamente más proteccionista al poner el acento en varios productos del hierro. El debate libremercado-industria nacional copaba el Parlamento y los discursos y agenda de los políticos de la época. La Tarifa de 1818 fue mejorada con la de 1824, y esta por las de 1828 y 1832, marcando el pico proteccionista de la época. Sobrevendría entonces la respuesta de las fuerzas favorables a la aplicación del sistema colonial británico en los EE UU. El estado cantante de este sistema, el de Carolina del Sur, declaró inconstitucionales las leyes proteccionistas en 1832 y logró una disminución casi generalizada de los gravámenes a los productos importados. La contraofensiva nacional tampoco se hizo esperar. A continuación, algunos extractos del formidable discurso brindado por Henry Clay, cerebro y padre del nacionalismo económico estadounidense (The American System), en 1832.
EN DEFENSA DEL SISTEMA AMERICANO, CONTRA EL SISTEMA COLONIAL BRITÁNICO.
A comienzos de ese mismo año y ante la avanzada del estado de Carolina del Sur, el senador Henry Clay protagonizó una encendida defensa parlamentaria de las tarifas proteccionistas y de las beneficiosas consecuencias que estas habían reportado al país. “Este debate habrá de decidir el sistema económico a ser adoptado, el cual definirá el destino futuro de este país en crecimiento. Un camino nos llevará a una bancarrota y un agotamiento generalizados; a la ruina nacional, y sin excepción para ninguna parte de la Unión. El otro, nos permitirá preservar y aumentar la prosperidad existente, y la nación proseguirá su avance en materia de salud, poder y grandeza. (…) Los últimos siete años han sido sin duda los de mayor prosperidad para nuestro pueblo desde el nacimiento de la Constitución; un período de siete años que siguió inmediatamente a la sanción de la Tarifa de 1824. La transformación de la penumbra y el atraso en esplendor y prosperidad, fue en gran parte una consecuencia de la legislación americana, la cual fomentó y acogió a la industria americana, salvándola del control de una legislación foránea que abrigaba una industria igualmente foránea. En 1824, los enemigos de la Tarifa, predijeron que, con su promulgación, sobrevendría la ruina de los ingresos públicos. Los caballeros de Carolina del Sur entonces nos advirtieron que se destruiría nuestra navegación, que se desolarían las ciudades comerciales, que aumentarían los precios de los objetos que consumimos y caerían los de nuestros productos exportables. Pero todas sus predicciones han fallado, y fallado por completo. (…) Tengo en mis manos el ejemplo de Nueva York, entre 1817 y 1831. (…) Sólo después de 1825 el producto interno de la gran capital norteña se duplicó. Si a propósito de esto se dice que tal desempeño fue una consecuencia del mercado externo, entonces las críticas a la Tarifa de 1824 y su potencial acción destructiva sobre el comercio externo y nuestras ciudades comerciales no eran correctas. Si, por el contrario, suponemos que el crecimiento de Nueva York obedeció al comercio interno, entonces el comercio interno no puede ser denunciado –como lo es– de ser portador de diabólicas implicancias. La verdad es que el crecimiento se explica por el efecto combinado de ambos factores: la industria doméstica nutriendo el intercambio comercial con el extranjero, a la vez que el comercio exterior, nutriendo la industria doméstica”.
LAS COSAS POR SU NOMBRE: ¿LIBRE MERCADO O SISTEMA (SEMI)COLONIAL?
Párrafos después, Clay apunta las armas de su crítica a la desarticulación de la gran zoncera librecambista: “Cuando estos caballeros (los del Sur) triunfen en la gradual destrucción del Sistema Americano, ¿con qué lo substituirán? Libre comercio! (…) Pero este no existe, ni ha existido nunca. Comercio implica dos partes. Y para ser ‘libre’, debe ser justo, equitativo y recíproco. Si nosotros abrimos nuestros puertos a la producción foránea, libres de todo impuesto, díganme pues, ¿qué puertos y de qué nación extranjera, encontraremos igualmente abiertos al libre ingreso de nuestra producción excedente? […] Sin embargo, no es ‘libre comercio’ lo que nos están recomendado aceptemos. Es, en efecto, el sistema colonial británico que nos están invitando adoptemos; y, si su política termina por prevalecer, nos conducirá, sin ningún resquicio a dudas, a la recolonización de estos estados bajo el dominio económico de Gran Bretaña. (…) ¿Qué hizo Francia cuando tiempo atrás los británicos propusieron a su embajador un sistema recíproco de libre comercio? El embajador les respondió que debían darle medio siglo para poder igualarse con Gran Bretaña en materia de producción industrial, capitales, flota mercante, etcétera. Caballeros, la política adoptada por Francia fue la de fomentar su industria nativa; y fue una decisión sabia, porque lo contrario les hubiera llevado a un muy rápido retorno al status de nación agrícola. (…) América ha actuado bajo el mismo principio que Francia. América ha legislado pensando en una población en crecimiento. América también ha prosperado gracias a este sistema. En 20 años, América será independiente de la totalidad de los industriales ingleses. (…) En fin, este sistema denominado de ‘libre comercio’, tan gentil y elocuentemente recomendado, no es sino un mero revival del sistema colonial británico, aplicado por la fuerza por Gran Bretaña durante nuestra existencia como su vasallo colonial”. Henry Clay, además de padre del nacionalismo económico estadounidense, fue quien más obró para la utilización de fondos públicos en el desarrollo de una infraestructura nacional (incluyendo la socialización de tierras); fue, asimismo, quien más hizo para la edificación de un sistema bancario autónomo. Descripto por Lincoln como su “ideal de grandeza humana”, Clay se opuso a la conquista de México y al Destino Manifiesto. Y acá es donde cierra la historia; acá es donde convergen Clay y la nueva Argentina industrial y justa que asoma.
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