Arriba : Ricardo Alfonsin
por Ricardo Forster
¿Resulta acaso sorprendente que la derecha argentina sienta una cierta inquietud existencial al ser identificada precisamente como de derecha? ¿Está sucediendo un reacomodamiento de piezas en el mapa político de la oposición que parece haber descubierto que la defensa cerrada de las corporaciones económico-mediáticas ya no rinde el rédito esperado o se trata, una vez más, de inmolarse en su defensa? ¿Resulta, tal vez, impresentable quedar pegado a las vicisitudes del inefable Mauricio Macri, que su antiguo socio y colega de herencias busca separarse ostentosamente acusándolo de “derechoso”? ¿Será, acaso, que en soledad Elisa Carrió sigue propinando frases desmesuradas en defensa de los monopolios o del impresentable señor Magnetto mientras los principales exponentes del peronismo neoliberal se reúnen con el mandamás de Clarín? ¿Por qué pasa Pino Solanas de elogiar a la eterna pitonisa del desastre argentino a desmarcarse anunciando que es “demasiado de derecha”? ¿Suena a paradójico que antiguos intelectuales declaradamente progresistas hoy se hayan convertido en columnistas estrellas de La Nación pero tratando de conservar a rajatablas su aura progresista? ¿Les inquieta ser definidos como liberal-conservadores? ¿Resultó muy oneroso el precio que pagó una parte sustantiva del “Grupo A” al concurrir a la Rural antes siquiera de escuchar el discurso reaccionario de Biolcati?
Extrañas parábolas que fueron iniciadas, no por De Narváez o algún otro de los peronistas disidentes, si no por Ricardo Alfonsín que, lanzado a la carrera presidencial, percibió que el pequeño señor Cobos se estaba volviendo cada vez más pequeño y que hacía falta regresar al ilusionismo socialdemócrata para volver a la mística extraviada de los orígenes. Ser y parecer de derecha no trae, al menos en esta coyuntura nacional, buena imagen. Mejor arroparse con las galas de antiguas veladas progresistas, de esas que nunca pusieron en cuestión el poder del establishment económico, que ofrecerse como adalid del conservadurismo argentino.El hijo del padre, hábil a la hora de captar el cambio de atmósfera, hace borrón y cuenta nueva respecto de sus votos nada progresistas en los últimos dos años (votó en contra de todas las leyes de avanzada que se presentaron en el Congreso de la Nación, desde la reestatización jubilatoria, la recuperación de Aerolíneas Argentinas hasta llegar, por supuesto y como gran coronación, al rechazo de la Ley de Servicios Audiovisuales); su objetivo, ahora, es construir su candidatura desde la perspectiva de alguien que se presenta como un genuino exponente del progresismo argentino (de ese que lleva dentro suyo un antiguo gorilismo y que suele desconfiar de la falta de prolijidad del plebeyismo populista, de un progresismo aferrado a lo políticamente correcto, al life style y al sacrosanto temor que desde siempre le han causado las multitudes). Frente a la denuncia elevada por el Poder Ejecutivo en relación a la oscura adquisición de Papel Prensa por los grupos Clarín y La Nación, primero Alfonsín hijo pareció apoyar la iniciativa para, luego de recibir una severa reprimenda de sus correligionarios, regresar sobre sus pasos y descartar por “sospechoso y fuera de tiempo” lo actuado por Cristina Fernández.
Nadie quiere, en estos días que corren, salvando los editoriales del siempre liberal-conservador diario de los Mitre, definir su identidad política acercándose peligrosamente a la derecha de la pantalla. Nadie quiere, después de los extraordinarios y multitudinarios festejos del Bicentenario, festejos en los que se desplegó un relato de la historia que fue apropiado por esas multitudes, aparecer como exponente de una visión de derecha. Nadie, en especial aquellos que pelean por una suerte de candidatura peronista neoliberal, desea que les recuerden su ostensible inclinación hacia el poder concentrado y hacia las recetas conservadoras (Macri, de todos ellos, es el que lleva la delantera en una carrera de la que nadie quiere ser el ganador, porque la meta es ser identificado como el heredero de Menem). Con diversos grados de astucia, y en eso De Narváez demuestra que aprende rápido y que tiene alrededor suyo a un ejército de asesores que permanentemente le susurran cosas al oído, los impresentables de un peronismo prostibulario se afanan por demostrar que ellos nada tienen que ver con ese fantasma horrible que viste los ropajes de la derecha. El problema es que nadie parece creerles porque la foto, por sí sola, es más que elocuente allí donde se presentan juntos Eduardo Duhalde, Adolfo Rodríguez Saá, Ramón Puerta, Francisco de Narváez, Juan Carlos Romero, Felipe Solá y, como haciéndose el distraído, el enigmático y siempre escurridizo ex piloto de Fórmula 1 muy acostumbrado a bajarse del auto antes de llegar a la meta.
El único que parece no tenerles ascos a las declaraciones reaccionarias es Eduardo Duhalde, que no se cansa de convocar los fantasmas militares ni de ofrecer recetas represivas (su inefable esposa habló, en los últimos días, de un país anarquizado por los piquetes y reivindicó el proyecto de su marido de utilizar a las Fuerzas Armadas para “controlar el orden”). Parece que alguien ha susurrado al oído de Duhalde que su única posibilidad electoral es ofrecerse como el genuino candidato de la derecha argentina, como el salvador de la atemorizada clase media y como el garante de los intereses corporativos. Es probable que esa estrategia se choque con la buena conciencia de quienes en nuestro país no desean ser identificados tan certeramente como votantes de una derecha dura y sin camuflajes. Es preferible disimular un poco y maquillar los discursos a la hora de ofrecerse para expulsar a la “bestia populista”.
Lo cierto es que esta troupe que se asemeja a una tienda de los milagros sabe que tiene que desmarcarse del espectro que la acosa, un espectro que los lleva directamente hacia lo peor de la última década y que los muestra ocupando sin medias tintas el costado derecho de la política argentina, en especial allí donde el kirchnerismo se ofrece como el heredero de las tradiciones nacional populares del peronismo y desde el radicalismo, y tal vez en alianza con el socialismo santafesino y algo de lo que quede de la Coalición Cívica, amenaza con expropiar el imaginario progresista y republicano que tanto atrae a la clase media. Los “federal-peroconservadores” intuyen que los tiempos actuales no llevan los aires de la restauración ni que resulta conveniente, al menos por ahora, mostrarse como lo que efectivamente son y representan.
No deja de ser interesante y algo extraño que al gobierno de Cristina Fernández se lo empiece a correr por izquierda cuando, como sucedió hasta ahora, se lo hizo por derecha y en consonancia con los intereses económicos más concentrados. Los radicales, pese a las declaraciones inoportunamente reaccionarias y prejuiciosas de Sanz al afirmar que la asignación universal lo único que había logrado es aumentar el consumo de paco y el juego de azar entre los pobres y a la figura cada vez más conservadora de Cobos, parecen haber encontrado en Ricardo Alfonsín al candidato que los puede colocar en el andarivel democrático y progresista, ese que parecieron haber olvidado y que, con olvidos de por medio, intentan recuperar en concordancia con socialistas y seguidores de los diferentes desprendimientos del partido de Alem (la gente de Proyecto Sur no parece estar dispuesta a jugar ese juego de engaños y de diluciones y preferirá, quizás, insistir con Pino Solanas en la soledad de su candidatura y afirmando, como lo vienen haciendo sin ningún tipo de prejuicios, que desde el 2003 estamos viviendo en el país de la impostura, un país en el que el Gobierno no ha hecho otra cosa que neomenemismo, sin que se pongan colorados, Pino y los suyos, a la hora de votar en conjunto con el “Grupo A”, ni Pino sienta ningún resquemor al rechazar las denuncias que pesan sobre la corporación mediática en relación a Papel Prensa). Su jugada es astuta aunque dependerá de la memoria que tenga una parte significativa de la clase media a la hora de elegir repetir más de lo mismo y sabiendo que los radicales han llevado al país hacia el precipicio cada vez que fueron gobierno desde la recuperación de la democracia.
Lo positivo de la emergencia de Alfonsín en detrimento de la de Cobos es que ofrece la oportunidad de que la batalla electoral tienda a girar hacia carriles en los que los adversarios buscarán mostrarse, cada uno, como el mejor exponente de un proyecto de transformación y redistribución en el país. Eso incluso acelera lo que ha caracterizado al kirchnerismo que ha optado, en casi todas las oportunidades, por la profundización y no por el repliegue ante los avances de las corporaciones y de la oposición en esos momentos difíciles que se abrieron desde el voto no positivo del pequeño señor Cobos. La puja por el 82 por ciento a los jubilados marca, en parte, esa tendencia, mostrando que la derecha, una vez más, puede desprenderse de su esencia a la hora de jugar el juego del oportunismo político y de correr por izquierda al gobierno. Pero cuando se trata de cosas serias y decisivas, como por ejemplo la denuncia de la complicidad de los grupos Clarín y La Nación en el despojo de los Graiver y en la apropiación de Papel Prensa, vuelven a ocupar el lugar en el que siempre estuvieron.
De todos modos, el camino hacia octubre de 2011 es demasiado largo y siendo la Argentina un país tan complejo y laberíntico, tan zigzagueante y caprichoso, es aventurado imaginar que el actual escenario se mantenga intocado. Lo que sí parece ser evidente, si se sostiene el crecimiento de Ricardo Alfonsín, es que el mayor desafío al que se enfrentará el kirchnerismo no vendrá desde el seno del peronismo, no será un desafío marcado por la impronta de un neomenemismo o de un conservadurismo duhaldista, sino que adquirirá los rasgos de una alianza neoprogresista heredera, aunque bajo otras circunstancias históricas, de aquella otra alianza que llevó al gobierno a De la Rúa y al Chacho Alvarez con los resultados conocidos y sufridos. Un progresismo vacío, retóricamente republicano y muy débil ante los poderes económicos, se enfrentará al único gobierno democrático que después del ’55 logró mantener su modelo pese a los claros avances destituyentes a los que tuvo que enfrentarse a partir de la rebelión agromediática. Será cuestión de seguir de cerca este duelo que, por esas extrañas parábolas de la realidad nacional, encuentra a los adversarios tratando de mostrarse como los más consecuentes en la búsqueda de un proyecto progresista. Lo que al menos sí se sabe es que uno está en el Gobierno afanándose por profundizar políticas que mejoren la distribución y el trabajo, a la vez que continúa en la senda de políticas de memoria y justicia, y los otros han tratado de bombardear sistemáticamente ese camino aunque ahora se envuelvan en ropajes progresistas.
Publicado en Revista Veintitrés del 16-09-2010
Publicado en forma digital en :
http://www.elargentino.com/nota-106723-Por-que-nadie-quiere-ser-de-derecha.html
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