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viernes, 14 de marzo de 2025

Jueces sin vergüenza para un país de locos,. por Sergio Zabalza



(García Mansilla y los efectos de la impunidad sobre una comunidad hablante) 

Sergio Zabalza*

Tanto en su vertiente neo como anarco, el capitalismo se sirve de los rasgos más oscuros del ser hablante para, con delirantes argumentos, otorgarles legitimidad por medio de corromper la administración de Justicia. El resultado es la exacerbación del odio de sí que habita en todo ser hablante y cuyos efectos se traducen en la ominosa segregación de los tiempos que nos toca vivir.  

Kafka lo ilustró de manera tan deslumbrante como sencilla en su texto “Comunidad”. “Somos cinco amigos. Una vez salimos, uno tras otro, de una casa. Primero salió uno y se colocó al lado de la puerta de calle; después el segundo salió por la puerta, o, mejor dicho, se deslizó con la misma suavidad con que resbala una gota de mercurio, y se ubicó no lejos del primero; después el tercero; después el cuarto; después el quinto. Finalmente, nos pusimos todos en una línea, parados. La atención de la gente empezó entonces a centrarse en nosotros, nos señalaban y decían: ´Los cinco acaban de salir de esa casa`. Desde entonces vivimos juntos. Sería una existencia pacífica si no viniera siempre un sexto a entrometerse”. Pocos párrafos después el relato concluía con esta frase: ´Por más que saque trompa lo alejamos a codazos; pero por más que lo alejemos a codazos él vuelve`” . En estos breves trazos Kafka dibuja la matriz que explica el lazo social en cualquier época y cultura, a saber: la conformación de una comunidad a partir de la exclusión: sea un negro/a; un indio/a; un/a pobre; un/a inmigrante; una mujer o… un loquito suelto. Cuestión que tiene sus serias consecuencias. El excluido habla de la sociedad que lo aparta más que una entera biblioteca. El odio y el desprecio sobre la excepción retorna de las formas más insensatas y crueles en el conjunto.  Por algo dice Lacan,  “no hay universal que no tenga que contenerse con una existencia que lo niega”. 


la Justicia y el odio de sí


Desde este punto vista bien podemos concluir que la ley es el recurso con que una comunidad intenta preservarse de este impulso paranoico por el cual, aquello que no soportamos de nosotros mismos, se lo endilgamos al prójimo. Bien podemos considerar entonces que la salud mental de una democracia descansa en el buen desempeño de la Justicia. Sin embargo, un rápido relevamiento de este Poder del Estado en nuestro país explica las razones por las cuales tanto el odio de sí, el desvarío como el disparate resultan ser el dato relevante de los días que nos toca vivir. Por empezar, la larga serie de irregularidades; arbitrariedades; complicidades; faltas y omisiones en las que la Corte Suprema de Justicia –un órgano compuesto por apenas cuatro hombres- ha incurrido en los últimos años es tan larga y escandalosa que dificulta una completa reseña. Se trata de un cuerpo cuya constitución está viciada desde el arranque en virtud de que en diciembre de 2015 dos de sus miembros aceptaron integrarse por un decreto del Poder Ejecutivo, en lugar de ser nombrados por el Congreso de la Nación, tal como estipula la Constitución. 

Diez años después, se repite el mismo atropello. Hoy condimentado –tal como marca la época- con un dato que da para la risa si no fuera porque está en juego la salud de una Nación. García Mansilla, uno de los dos jueces designados a dedo por el Poder Ejecutivo, le niega la licencia a su consorte de decreto (Lijo) para que pueda acceder a la Corte sin correr el riesgo de perder su sitio en Comodoro Py. En definitiva, un par de caraduras, si bien quizás uno más vivo que el otro, como se dice en el barrio. Y también más sinvergüenza. García Mansilla –defensor de las leyes de impunidad (punto final y obediencia debida)- había dicho en la comisión de Acuerdos del Senado que no asumiría por decreto. Como su pliego no consiguió los avales necesarios, dejó de lado el respeto a la Constitución, prestó juramento de apuro en una reunión secreta y luego, para sorpresa de muchos, impidió que Lijo hiciera lo propio.       

Según Freud la vergüenza es uno de los diques que, junto con el asco y la compasión nos impiden consentir a hechos aberrantes: en suma, la conciencia moral que sustenta los pilares que otorgan vigencia a un estado de derecho. Superadas estas barreras solo nos espera la barbarie del sálvese quien pueda. En ese caso, las acciones viles y ruinosas se naturalizan de tal manera que la capacidad de asombro e indignación se debilitan al punto que el sentido común pasa a incorporar la idea de que es todo lo mismo. Esto es algo así como la muerte de una democracia, la aniquilación del aire que alimenta el cuerpo vivo de una Nación, su capacidad ética. Así anda la Justicia argentina. Jueces sin vergüenza para un orden paranoico del que se aprovechan algunos canallas. 

 

el loquito suelto 


No es necesario abundar sobre la extrema tensión que las personas padecen en la actualidad. Los testimonios en los consultorios son contundentes: ansiedad desatada; angustia desbordante; depresión; inhibición generalizada; violencia de género; son algunos, tan solo algunos, de los síntomas emergentes en el discurso de aquellos que tienen la suerte de consultar. La raíz de estos males reside en la pauperización simbólica propia de nuestro tiempo. Esto es: allí donde la capacidad referencial de las palabras pierde valor, no hay posibilidad de corte para el desborde del desesperado. El discurso político -los acontecimientos en la polis- ejercen una decisiva influencia en la intimidad de las personas. El 1° de septiembre de 2022, la vicepresidenta de la Nación sufrió un intento de magnicidio ante los ojos del planeta entero. Hasta ahora, la Justicia no solo hizo poco y nada para investigar a los responsables intelectuales del atentado, sino que fue cómplice de la eliminación de los datos del celular del agresor. De esta manera se abonó la hipótesis del loquito suelto para evitar toda responsabilidad en lo que constituye el quiebre del pacto democrático sellado con el retorno de la democracia en 1983.

Pero lo que la justicia no sanciona, tarde o temprano retorna de la peor forma.  De hecho, el loquito suelto volvió. El actual presidente de la Nación, responsable de la mayor debacle en democracia de la historia argentina y que goza de hacer daño, surgió del voto de los ciudadanos. La impunidad hizo su trabajo. En una sociedad solo predomina el odio de sí cuando la Justicia lo deja suelto.


*Psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.

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