Toda invención tecnológica lleva implícita -inexorablemente reflejada- la impronta de la comunidad o sociedad que la creó. A grandes rasgos se puede advertir que las sociedades capitalistas producen un tipo de tecnología que, en primer término, son herramientas de, por y para el avance del capitalismo, y la carrera armamentística; como derivación de ese propósito gubernamental, esas tecnologías llegan, en primer lugar, a manos de empresas privadas y por último a ‘la gente común’, que las utiliza para fines particulares.
La internet, por ejemplo, fue desarrollada en EEUU a principios de los año sesenta como un dispositivo defensivo de intercomunicación de bases militares en plena guerra fría. A partir de 1969 el sistema -que se denominó ARPANET- ya estaba en operaciones y consistía en una serie de computadoras de bases militares intercomunicadas entre sí telefónicamente, con el pentágono y con la Casa Blanca, a fin de estar preparados para reaccionar en caso de un ataque nuclear soviético.
Al término de la guerra fría, con la caída del muro de Berlín y posteriormente la disolución de la Unión Soviética, las pocas empresas norteamericanas que habían colaborado con el estado para la creación de internet, vieron finalmente el terreno listo para disponer de este servicio (durante dos décadas vedado a los civiles) y convertirlo en un negocio espectacular, ofreciéndolo a mega empresas como automotrices, fábricas de armamentos, industria química, etc, que lo utilizaron con grandes beneficios (ganancias) hasta que hacia fines de la década del noventa internet fue ofrecida también a la gente común.
La internet en sí, como sistema de comunicación, es una herramienta, como milenios antes lo fue la rueda, la brújula o la pólvora. La cuestión siempre radica (como dice Paul Virilio) en ‘qué hace la humanidad con esas herramientas, qué uso les da, para qué terminan funcionando dentro de la configuración social’. Es obvio que en el caso de la rueda, al ser una herramienta tan elemental, sus variables son mucho menos sofisticadas que las de internet, aunque sus límites igual de imprecisos. Dado que no sabemos qué sociedad creó la rueda -apenas podemos ubicar el invento en un marco cronológico- tampoco podemos saber cuál fue la impronta que esa primitiva sociedad le infundió, pero queda claro que marcó un antes y un después en la historia del transporte.
Si la madre Teresa de Calcuta hubiera creado internet, con toda seguridad el invento llevaría implícita su impronta: un protocolo eminentemente humanístico que incluiría una serie de aplicaciones de tipo ‘preceptivo’, induciendo a los usuarios a ser cariñosos, amables, cordiales en el acto de comunicarse, a respetarse como seres humanos atendiendo afectuosamente cada mensaje que llega, contestándolo como si la persona (no ‘el contacto’ : LA PERSONA) estuviera a su lado hablándole y uno no pudiera ignorar su presencia tal como lo hace el usuario común de wasap, porque ese ignorar al otro no es más que la impronta de la sociedad que creó esta tecnología, una sociedad eminentemente egoísta, salvajemente individualista, mezquina, soberbia y carente de valores éticos como lo es la sociedad norteamericana, donde sus valores primordiales son el dinero, el accionar privado y la consumación de sus propias metas individuales.
Personalmente me causa gracia, pero también me subleva, observar estas conductas en el ámbito local, entre gente que se considera a sí misma ‘solidaria’, ‘colectivista’, ‘preocupada por el bienestar del otro’, etc etc, hasta que les llega el wasap de un amigo y lo postergan.
En resumen: volviendo al concepto de herramienta, en un hipotético juicio a la internet la declaramos inocente del mal uso que se hace con ella, el culpable es el humano que replica en el uso la impronta de la sociedad que la creó: el individualismo, el egoísmo, la soberbia, y resulta paradójico, patético, irrisorio, ver a supuestos adalides del progresismo y la justicia social posponiendo para vaya a saber cuándo la respuesta a un amigo de carne y hueso, hoy ya convertido en amigo de internet.
Para finalizar nada mejor que citar una reflexión del un filósofo y economista coreano. (Al que le quede bien el saquito que se lo ponga): ´´La caracterización más exacta del egocentrismo, la crueldad y la discriminación que profesa el anarco-capitalismo del siglo XXI se puede resumir en lo que se denomina ‘clavar un visto’ en un mensaje que nos llega por redes sociales. Así como en el siglo XIX la infamia del burgués consistía en escupir al plebeyo desde el carruaje, y en el siglo XX subir la ventanilla del automóvil ante el mendigo que se acercaba con la mano extendida, en nuestro siglo se caracteriza por el acto de ignorar el mensaje recibido en el teléfono móvil o en la computadora. Ese gesto encierra toda la miserabilidad del individuo acostumbrado a recibir pero no a dar, mucho menos a devolver, y menos aún a compartir’’
Ha-Joon Chang, economista coreano
Autor de ‘Retirar la Escalera’
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