jueves, 23 de marzo de 2017
24 DE MARZO DE 2017, por Adrián Corbella
Recordamos un nuevo aniversario del golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976. Decimos “cívico-militar” porque los golpes nunca fueron responsabilidad de media docena de militares alocados. Detrás de ellos siempre había empresarios que impulsaban a los uniformados, dirigentes políticos que miraban para otro lado, e intelectuales y periodistas que daban un sustento ideológico al proceso.
Las excusas eran siempre las mismas: el gobierno anterior era corrupto, autoritario y no respetaba la Constitución. Se trataba de "populistas" (radicales, peronistas) que comprometían el futuro de la Patria. Por supuesto los golpistas multiplicaban estos problemas, reales o supuestos, y generaban otros nuevos, impensados.
Argentina y Chile fueron en estos años, como señala la investigadora canadiense Naomi Klein en su libro "La Doctrina del Shock", laboratorios de experimentación mundiales para las teorías económicas neoliberales, luego aplicadas en el mundo angloparlante por Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Los neoliberales creen que el Estado no debe intervenir en la economía, que los países deben abrirse al libre comercio y las relaciones laborales deben flexibilizarse. Creen que si la riqueza se acumula en unos pocos estos invertirán productivamente, ya que se generará un clima propicio a las inversiones.
Todo esto es muy teórico. Lo concreto es que cuando estas políticas se aplican, sea en Argentina, en España, en Grecia o en cualquier lado -y en Argentina se han aplicado varias veces- el efecto es muy distinto.
José Alfredo Martínez de Hoz en tiempos de los militares, Juan Vital Sourrouille durante el gobierno de Alfonsín y Domingo Felipe Cavallo con Menem y De La Rua aplicaron estas políticas generando siempre lo mismo: pobreza, endeudamiento, desocupación, destrucción del tejido social y del aparato productivo.
Para aplicar estas políticas los militares necesitaban reprimir buscando paralizar toda reacción social. Los miles de desaparecidos generados por los militares no fueron, en su mayoría, combatientes armados. La guerrilla estaba militarmente derrotada en marzo de 1976. Quedaban solo núcleos aislados. Por eso la mayoría de los reprimidos fueron civiles desarmados: delegados de fábrica, cuadros políticos, militantes sociales, líderes estudiantiles, intelectuales, periodistas, sacerdotes con inquietudes sociales. El objetivo era exterminar todo tipo de dirigencia que pudiera tener un proyecto alternativo.
El periodista Rodolfo Walsh escribió el 24 de marzo de 1977 una carta abierta a la Junta Militar donde denunciaba muchas de estas cosas.
Decía Walsh:
“El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades.”
Y agregaba más adelante:
“Una política semejante solo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.
[…] De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada aun en las cumbres represivas de anteriores dictaduras.”
Veinticuatro horas después de haber publicado este texto Rodolfo Walsh fue detenido y paso a integrar la lista de miles de desaparecidos generados por el Proceso cívico-militar. Evidentemente, para los militares golpistas una máquina de escribir era un arma tan o más peligrosa que un arma de fuego.
Adrián Corbella
20 de marzo de 2017
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