Por Eduardo Aliverti
El derrumbe impresionante e irreversible de Sergio Massa, en sus aspiraciones presidenciales, es el mayor motivo de especulación y cálculo. La fuga del pugilista Francisco de Narváez era lo único que le faltaba. Con seguridad, nunca se vio que un personaje político de trascendencia mediática semejante, proyectado hace apenas dos años como figura indetenible de las grandes ligas, haya sufrido el abandono y hasta el desprecio de virtualmente todos sus barones acompañantes. ¿Era el destino natural de lo que fue mucho más el imaginario, la invención y las necesidades de la prensa opositora, que sus probabilidades reales de liderazgo y construcción? Muy posiblemente. Lo cierto, a esta altura, es que ya ni siquiera puede sostenerse con certeza el arrastre que tendría Massa aun si se bajara a una candidatura a gobernador bonaerense, solo o colgado del universo macrista-radical. La devaluación de su imagen es tan potente que inclusive se conjetura el riesgo de comprarse un pelotazo en contra, porque además se reforzaría la idea del rejuntado a costa de lo que fuere. Algo de eso huele Mauricio Macri, y su alter ego ecuatoriano que insiste en recomendarle la descontaminación de aromas peronistas mientras acuerdan la candidatura a senador de Carlos Reutemann entre, claro, otros varios signos de que la limpieza profunda es ma non troppo. En el bando macrista también se preguntan si el ex Fórmula Uno será tan conveniente o taquillero como lo pintan. Por lo pronto, afirmó que apoya a Miguel Del Sel “hasta ahí nomás”, en factible sintonía con la vergüenza ajena que provoca el cómico por fuera de sus votantes y, justo, cuando parecen crecer las chances del kirchnerista Omar Perotti. Igualmente, es dable inferir que, tanto como en Buenos Aires con el dueto Rodríguez Larreta-Michetti, les puede salir bien apostar a la confrontación interna que en lo ideológico no es ninguna. En el flanco oficial también tienen lo suyo, si es por terminar de enfocarle a la estratagema más adecuada. Interrogantes que espolean al kirchnerismo. ¿Fue y sigue siendo correcto acotarle el espacio a Daniel Scioli todavía más, marcándolo por izquierda a través del discurso de Florencio Randazzo y con la esperanza de que el gobernador no gane las primarias por gran diferencia? ¿No sería mejor jugar al ministro para la gobernación y, presumiblemente, acabar con el asunto? ¿O es más plausible lo primero porque el candidato bonaerense que lleve el Frente para la Victoria –quien fuere– ganará cómodo en cualquier caso? ¿Y alguien sabe lo que finalmente hará Cristina? ¿Y los aspirantes a vice deben ser significativos e influyentes? ¿Está escrito o corroborado en alguna parte que alguien vota teniendo en cuenta al segundo de una fórmula? Es apenas una porción, aunque sí la más atractiva, de lo que se resuelve por estas horas. La pregunta estructural es, o sería, si alguna de estas especulaciones tácticas altera el escenario de que, entre agosto y octubre, habrá que decidir entre continuar globalmente hacia delante –sin la épica personal/presidencial de todos estos años, ni de lejos– o retornar globalmente a las andadas menemistas. Cristina viene de decir, en una de las enunciaciones de campaña más elementales y profundas, que la clave es qué se propone hacer con el Estado, en su sentido de protagonista y guía como regulador de los desequilibrios de clase o en el de juez favorito de los grandes grupos económicos. No hay lugar para no estar de acuerdo con eso, siempre que se admita la discusión dentro de los marcos de un sistema capitalista y no bajo los efluvios que la época estipula como fantasías testimoniales. Y sectarias, en ejemplos varios.
Ajeno al panorama electoral, pero fuertemente interpelante en lo tanto que resta por hacer desde las políticas públicas además de los cambios culturales de la propia sociedad, el miércoles se produjo una manifestación igual de impactante que inédita frente a la violencia contra las mujeres. Fue una foto que recorrió el mundo y, de nuevo, como con el juicio y castigo a las genocidas, como con el matrimonio igualitario, los argentinos brindamos ejemplaridad positiva. “La rebelión de las víctimas” fue el inmejorable título de la columna que escribió la colega Marta Dillon, en Página/12 del día siguiente, y quizá sea también el más adecuado para definir esa marea de cansancio, protesta, denuncia, grito, que ganó las calles en casi todo el país. Escribió Dillon:
“Algo (...) se habrá modificado; la púa sobre el disco no hará sonar la misma canción porque ahí estará la memoria del chirrido, ese que se escuchó ayer, ese que decía basta. Basta dicho de mil maneras, en innumerables carteles, buscando responsables aquí o allá pero siempre convergiendo en el mismo punto: ese donde ancla la libertad de cada una, la propia autonomía, la soberanía sobre nuestros cuerpos (...). Igual que en la Plaza, son las conversaciones con otras las que reponen las certezas y dejan fluir a la alegría de haber estado ahí, en ese lugar como un caldero donde la alquimia fue posible y ahí, donde había dolor, hubo un estallido de poder; fugaz como un orgasmo, puede ser, pero así de inolvidable. Ahí querremos volver. Desde que empezó a gestarse esta convocatoria que llenó las plazas públicas de más de ochenta ciudades del país, se tejieron muchas hipótesis sobre cómo sería, para qué, a quién se reclama, quién es el enemigo, cuál es la denuncia. Sobre cada una de estas cosas se pusieron palabra, que podrán revisarse en documentos escritos y testimonios tomados en la vía pública. Pero lo mejor sucedió donde tenía que suceder, en la calle, ahí donde cada cuerpo contaba, ahí donde se opuso la resistencia de estar juntas, porque así es como sí podemos”.
Ya que de colegas se trata: ayer fue el Día del Periodista y, con todo el pudor que es menester al autorreferenciarse, éste que firma se permite reproducir el cierre de su columna del año pasado ante esta misma oportunidad, que a su vez fue prácticamente lo mismo del año anterior. De alguna manera es renunciar a pretensiones de originalidad, pero si hay firmeza en las convicciones de lo que uno piensa y dice no está mal reiterarlas de esa forma, de vez en cuando.
“Podrá decirse, con razón, que ésta no es la etapa más gloriosa del periodismo argentino, pero sí la más sincera. La más desnuda. Es para celebrar y se lo debemos a que la política volvió a tener peso. A que ya no se trata de que las corporaciones pueden asentar un discurso único en eterno favor de sus intereses. A que los debates públicos son ardientes gracias a que aquello, la política, reinstaló la chance de dar pelea cultural y concreta, con posibilidades de éxito. Se gana y se pierde, pero los privilegiados de siempre ya no pueden dar ganado el partido sin jugarlo. Crece la cantidad de gente que no come vidrio, tenga la inclinación que fuere, en torno de nosotros. Medios, y periodistas individualmente considerados. Más o menos ya todos saben –valga el oxímoron– que detrás de esta actividad hay el juego del poder, la puja por influir ideológicamente y, en consecuencia, la importancia de no comprar a sola firma. Hay operaciones y operetas de prensa como pocas o ninguna vez se ha visto. Hay títulos tramposos a mansalva. Hay demasiada nota mal escrita. Hay que por perseguir síntesis extremada lo simple se convierte en simplote. Hay ausencia, no total, de grandes plumas. Hay violaciones seriales a la diferencia entre sintaxis gráfica y oral. Hay que la noticia no vale a secas, sino e inevitablemente con música de fondo. Hay la orgía del uso de potenciales. Hay exceso de copiar, cortar y pegar, y de que con una sola fuente basta y sobra. Pero también hay que, aun con todas esas deficiencias, errores, horrores, manipulaciones, se sumaron medios y voces que disputan hegemonía y construcción de sentido a los ganadores que ya no ganan así como así. Hay periodismo que es sindicado como ultraoficialista. El ‘ultra’ ni siquiera hace falta: en la hipocresía del ideario liberal y cualunquista, periodismo y simpatías con el gobierno de turno deben llevarse obligatoriamente mal. A sabiendas, confunden la necesidad de preservar pensamiento crítico con oponerse porque sí. Y así también resulta habilitado hablar de un periodismo opositor, ultra o a secas, que en algunos casos persiste en designarse como constitutivo de medios libres, o independientes. Continúa consumiéndoselos, y cómo, pero no desde creerlos vírgenes (no, de mínima, generalizadamente). Esto es, en sí mismo, una victoria importante hacia la honestidad intelectual. Para ponerlo en lenguaje de chascarrillo o chicana: los K y sus periodistas militantes o afines serán lo que serán, pero vos no me vengas con que sos una carmelita descalza. Está ese resentimiento por los negocios perjudicados, los accionistas que debieron dividirse, la afectación de símbolos, la desmonopolización del fútbol televisado. Ahora resulta que una parte de los negocios pasó al Estado; y que ese mismo Estado, que ya no es de ellos ni de sus amigos en soledad, reparte cartas de otorgamiento de licencias de radio y tevé. Eso también implica la posibilidad o concreción de corruptela, aunque lo trascendente será si el resultado final es o no mayor democratización en el número y calidad de voces mediáticas. Pero vos, ustedes, todos, no jueguen de carmelitas”.(Eduardo Aliverti, 2014)Por eso la conclusión es literalmente la misma que la del año pasado. Una vez más, felicidades a los que no nos creen independientes de nada. Y a quienes nos reconocen como los actores políticos que somos.
Publicado en:
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-274436-2015-06-08.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario