O’Globo hizo un mea culpa por apoyar a la dictadura. El Mercurio blanqueó la complicidad con Pinochet. Clarín, aislado del mundo.
Están en su derecho, claro. Nadie está obligado a declarar en su
contra. Lo que no se publica, aunque exista, no adquiere categoría de
noticia. Cuando el mayor conglomerado mediático de Brasil pide perdón
por apoyar a la dictadura, estamos sin duda ante un hecho relevante. Si
Agustín Edwards, dueño de El Mercurio, principal diario chileno, ante un
juez, admite sus contactos con la CIA, el papel del Plan Cóndor y su
rol en el derrocamiento de Salvador Allende, confirmando el contenido de
los archivos de Inteligencia estadounidenses desclasificados, también
merece atención. Pero los fabricantes de noticias dominantes no las
dejaron ser noticias. Las recortaron de sus agendas.
Cuando las futuras generaciones quieran revisar la hemeroteca para
ver cuándo y de qué manera los medios latinoamericanos comenzaron la
glasnot informativa sobre sus propios pecados durante las sangrientas
dictaduras que asolaron la región en pleno siglo XX, van a enfrentarse a
la inseguridad informativa de no poder leerlo, porque se las habrán
escamoteado. Serán víctimas. Leerán la historia por la mitad. La memoria
incompleta que garantiza los negocios de la prensa hegemónica local,
así estará garantizada. Aún en la época de Internet, que supone el
clímax de circulación masiva de contenidos sin censura, el control del
flujo y el sentido de las noticias ocupa obsesivamente a las grandes
corporaciones. Una gran parte de las noticias que se viralizan en la red
surge de los contenidos de los diarios de papel. Todos los días
multitudes digitales que confían en el espejismo libertario de las redes
sociales opinan sobre lo que los diarios quieren que opinen, sin
saberlo. Porque no los leen: son leídos por ellos.
En su edición de ayer, la sección El Mundo, del diario Clarín,
dedicó sus dos páginas de apertura a un hecho que involucra a otro gran
barón de la comunicación, el italiano Silvio Berlusconi. Eso quiere
decir que, en este caso, un hecho protagonizado por un empresario de
medios es noticia. Sin embargo, en una sección de seis páginas, donde
además de informar sobre la casi segura expulsión del senado romano de
Berlusconi, la visita del Papa a Asís, el trágico hundimiento de
barcazas en Lampedusa, el estado psiquiátrico de la mujer que atacó la
Casa Blanca y la muerte del general Giap, no hubo espacio para la
declaración judicial del chileno Edwards, también empresario de medios.
Esto no fue noticia ayer en Clarín, quizá lo sea hoy: la publicación en
Tiempo Argentino tal vez los obligue a hacer algo. Pero ayer, no fue
noticia. No es que fue chico, en un recuadro, en un pirulo: la
revelación sobre sus contactos con la CIA, su participación en el golpe
pinochetista, fue omitida. Los editores de esa sección no son
aprendices. Son los mejores de la Argentina. No se les escapa que la
declaración del empresario de medios ante el juez Mario Carroza apareció
el viernes en el portal chileno El Mostrador. Por eso no es imputable a
ellos la ausencia. Son los accionistas del diario los que opinaron a
través de lo que decidieron hacer callar en sus páginas, al menos, en la
edición sabatina.
Santiago de Chile queda a 1400 kilómetros de Buenos Aires. Roma
está nueve veces más lejos. En la Argentina vive medio millón de
chilenos, la mitad de los que están fuera de su país. También hay medio
millón de italianos viviendo acá. Suponiendo que lo que le sucede a
Berlusconi sea de su interés, igual vara podría haberse utilizado para
informar sobre Edwards. Son dos empresarios mediáticos, influyentes en
la política de sus países e involucrados en escándalos judiciales. Pero
le dieron amplio espacio a Berlusconi y ninguno a Edwards. ¿Por qué?
Para la academia, los criterios de noticiabilidad –qué es noticia y
qué no– son esencialmente subjetivos. Lo que se publica en un diario es
fruto de la selección de hechos, porque no todos los hechos que ocurren
en un día entrarían en la limitada capacidad de páginas de un diario.
Esa selección espacial obedece a una línea editorial. Hay líneas
editoriales más flexibles, otras más rígidas, las hay de derecha, más
progresistas, con más respeto por la verdad y también las que no le
guardan ninguna devoción. Todas deciden publicar algo y dejar de
publicar otra cosa. El recorte es el espejo, fundamentalmente, del
interés de sus accionistas. En su edición de ayer, Clarín optó por no
darle a conocer a sus lectores un hecho que desnuda la complicidad del
propietario de El Mercurio con la dictadura pinochetista. Es una
decisión criticable pero legítima. Está en libertad de hacerlo. No
existe una línea editorial común para todos los diarios. Clarín puede,
de hecho, hablar sobre la corrupción kirchnerista sin mencionar la
corrupción macrista. La corrupción mala, denunciable, según su criterio,
es la kirchnerista. No es la corrupción global, es la imputable a un
gobierno del que son opositores tenaces la que deciden amplificar. En
nuestro país, después de 30 años de democracia, existe plena libertad de
expresión, incluso para hacer eso.
Lo interesante es indagar sobre las razones de los accionistas de
Clarín para eludir el tema Edwards. Hay un pedido previo, de la
organización internacional Reporteros sin Fronteras (RSF), que una vez
conocido el pedido de disculpas de O’Globo, del 32 de agosto último,
reclamó a Clarín y al diario El Mercurio un comportamiento idéntico.
Christophe Deloire, su secretario general, y Benoit Hervieu, responsable
para las Américas, firmaron un comunicado que decía lo siguiente: “El
periódico argentino Clarín y el chileno El Mercurio se comportaron de la
misma manera cuando los militares tomaron el poder por la fuerza en sus
respectivos países, pero nunca expresaron un mea culpa (…) Clarín
conserva una posición dominante en el espacio argentino de frecuencias
de radio y televisión, y se niega a ceder parte de él, como lo exige la
nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, cuya plena
aplicación se encuentra en suspenso por una decisión de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación (…) las regulaciones propuestas en distintos
países de la región se comprenden en función de los años del Cóndor. La
censura y el terror cesaron, pero el pluralismo no ha llegado, no el
pluralismo real. La fuerte concentración mediática consolidada durante
las dictaduras no experimentó ningún cambio con el retorno a la
democracia."
RSF reclamó algo que Clarín no puede concederle. Porque si pidiera
perdón por haberse convertido en el brazo propagandístico del genocidio,
estaría admitiendo lo que niega en los estrados judiciales: su sociedad
con la dictadura cívico-militar, sellada en el despojo a la familia
Graiver de Papel Prensa, la productora de papel monopólica desde la que
controlaron el flujo de "noticias" deseables para justificar el
terrorismo de Estado que desapareció 30 mil personas. Manejar Papel
Prensa en los '70 era como manejar Google hoy. Ese despojo, investigado
en la justicia por crímenes de lesa humanidad, es la base del
surgimiento del emporio. ¿Cómo va a pedir perdón el grupo empresario si
ese perdón compromete a sus accionistas en un hecho aberrante que se
resisten a asumir?
En este contexto, que no por repetido deja de ser apremiante para
nuestra democracia, queda claro por qué la declaración del dueño de El
Mercurio, de hace dos semanas, fue ignorado por Clarín. Por qué,
también, Brasil y Chile dejan de ser los modelos exitosos para
contraponer al "desastroso" modelo nacional cuando sus empresarios de
medios piden disculpas por haber apoyado dictaduras. Es una
selectividad, al menos, opinable la de Clarín. Como su antikirchnerismo,
que no es otra cosa que una política en defensa propia: saben que si el
kirchnerismo se va del gobierno, no habrá otro que impulse los juicios
por violaciones a los Derechos Humanos como este. No habrá un tiempo
político que les demande explicar nada y, mucho menos, hacer un mea
culpa por lo que hicieron o dejaron de hacer cuando la libertad de
expresión fue avasallada, en serio.
Ese va a ser un país horrible aunque a Clarín se le antoje
paradisíaco. Los que se dicen hartos de la pelea entre Clarín y el
gobierno tienen derecho a estarlo. Las peleas, aunque sean justas,
cansan. Pero es lo que Héctor Magnetto quiere escuchar, que gana por
cansacio. El indulto que el Poder Judicial corporativo extendió al grupo
empresario durante todos estos años funcionó como aliado de un sentido
de cosas inamovibles. La indefinición terminó naturalizando lo injusto.
Pero tres décadas de democracia ininterrumpida no pueden terminar
siendo el banquete del CEO de un grupo empresario. El mundo donde
O’Globo pide disculpas y el dueño de El Mercurio asume la verdad, existe
igual, aunque el mayor fabricante de noticias insista en hacernos vivir
en el suyo.
El medio ambiente de la diplomacia
En el conflicto por la ex Botnia se destaca el daño que el aumento
de su producción, autorizado por el gobierno uruguayo, produciría en el
Río Uruguay. Que la pastera contamina, ya se sabía. No ahora, desde
siempre. Si lo hace mucho o poco, es un debate para científicos. Lo que
apena es que el tratado sobre el río sea violado nuevamente y haya que
recurrir a La Haya para saldar la disputa, como la otra vez. Argentina y
Uruguay no son países enemigos. Artigas es un héroe para los argentinos
y para los uruguayos. La derecha oriental y el mitrismo argentino
deberían dejar de arrojar combustible al tema. ¿Quiénes se benefician
con esto? En principio, una corporación extranjera. Los asuntos
medioambientales son una prioridad en la agenda bilateral de dos países
hermanos, o deberían serlo. Es un disparate que Buenos Aires y
Montevideo no puedan dialogar para efectivizar las cláusulas de un
tratado escrito en castellano, idioma común a ambos lados del Río de La
Plata. Es preocupante que no haya instancias regionales que obliguen a
entenderse. ¿Y la Unasur? ¿Y el Mercosur? ¿Y la CELAC? ¿En qué andan? Es
una vergüenza que La Haya deba, cada tanto, poner las cosas en su
lugar.
Pepe Mujica sabía, hasta no hace mucho, que la Argentina es el
principal socio comercial del Uruguay. ¿Por qué ceder ante UPM de la
noche a la mañana, en pleno proceso electoral nacional, ignorando que la
escalada sólo beneficia a los sectores que se oponen a los regímenes
democráticos de promoción social ascendente como el argentino y el
uruguayo?
Desgraciadamente, la cuestión del medio ambiente, que debe ser
atendida, debe relegarse por otro asunto más urgente todavía: las
relaciones diplomáticas casi rotas entre dos países de una misma nación
latinoamericana.
Gualeguaychú o Frey Bentos son pueblos que no pueden querer cosas
muy distintas. Pepe Mujica y Cristina Kirchner, tampoco. La cancillería
uruguaya, dominada por sectores blancos y colorados, y no por los
cuadros del Frente Amplio que cuidan la relación con sus pares
argentinos, ha sido y es una mala consejera del presidente oriental.
Cuatro años estuvo cortado un puente como metáfora del diálogo trunco,
en parte por la postura intransigente de Tabaré Vázquez, hasta que
Mujica y Cristina pudieron destrabar el incordio. Ese es el camino, lo
demás se lo lleva el agua.
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