Miradas al Sur. Año 6. Edición número 282. Domingo 13 de Octubre de 2013
Así, la mayoría de los diarios de la Capital Federal y los más tradicionales de las provincias se volcaron contra el coronel Juan Perón desde el momento mismo en que éste se hizo cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión el 27 de noviembre de 1943, y mucho más a medida que, a través de su labor, iba ganando apoyo y popularidad entre los trabajadores. Desde los medios más conservadores hasta los de izquierda no se dejó de alertar acerca del supuesto carácter fascista del ascendente líder a la vez que subestimaban permanentemente a sus seguidores. Esta prédica se vio reforzada por la presencia en el país del nuevo embajador norteamericano, Spruille Braden, quien se inmiscuyó deliberada y descaradamente en los asuntos internos del país. Entre mayo y septiembre de 1945, tiempo en que ocupó su cargo, se convirtió en virtual jefe de la oposición política y económica, que exigía el retorno a la normalidad institucional.
En este escenario, lo acaecido el 17 de octubre de 1945 sería una bisagra en la historia del país. En efecto, la trascendencia de lo ocurrido ese día, con una multitudinaria movilización obrera que permitió la vuelta del ex Secretario de Trabajo a la vida política –había sido obligado a renunciar a los cargos que ejercía y detenido en la isla Martín García–, y que lo catapultó a la presidencia de la Nación meses más tarde, sorprendió a todos: al gobierno, a la oposición e, incluso, al propio Perón.
La apreciación que los periódicos dominantes tuvieron de la jornada fue contraria respecto de aquel y de los manifestantes que la protagonizaron. Así, La Nación aludió a la concentración argumentando que al desaparecer en esa jornada todo vestigio de autoridad del presidente Edelmiro J. Farrell, éste “actuó bajo la presión de las turbas que acampaban en la plaza histórica en forma más lesiva quizá para la cultura, por lo menos dada la diferencia de épocas, que la de los caudillos del litoral en el año ’20”. Para el periódico fundado por Bartolomé Mitre, la del 17 había sido la “noche triste” (SIC) de la democracia argentina. Otro diario conservador, La Prensa, propiedad de la familia Paz, no editorializó sobre los sucesos, aunque dio amplio espacio a las declaraciones de repudio que empezaron a proliferar en los días siguientes. Crítica, fundado por Natalio Botana en 1913 y que había sido un actor destacado en el golpe de Estado de 1930, tituló su edición de la jornada de la siguiente manera: “Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino tratan de intimidar a la población”. Y en su interior argumentaba: “El anunciado movimiento popular de los peronistas ha fracasado estrepitosamente, en un ridículo de extraordinarias proporciones. En la misma línea, El Mundo decía: “Recurriendo a toda clase de métodos de coerción y contando con una inexplicable pasividad por parte de la policía, que se negó a intervenir en los casos en que se solicitó su protección, elementos adictos al ex vicepresidente de la República intentaron poner en práctica un plan de perturbación del orden tendiente a impedir la normalización institucional del país”. El vespertino La Razón, a su vez, expresaba: “Numerosos grupos, en abierta rebeldía, paralizaron en la zona sur los transportes y obligaron a cerrar fábricas, uniéndose luego en manifestación en la Capital Federal”. Y Clarín, de reciente aparición, encabezaba su tapa del día 18 del siguiente modo: “Una jornada dramática vivió ayer Buenos Aires”.
Los medios de las fuerzas políticas de izquierda, empero, fueron más allá que los diarios comerciales en su condena a los protagonistas de la jornada. Llama la atención que todos ellos eran considerados marginales y lúmpenes, esto es, la antítesis del “verdadero trabajador”, supuestamente defendido por aquellas. Desde el comunismo, el periódico Orientación sentenciaba: “Pero también se ha visto otro espectáculo, el de las hordas de desclasados haciendo de vanguardia del presunto orden peronista. Los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron la ciudad no representan ninguna clase de la sociedad argentina. Era el malevaje reclutado por la policía y los funcionarios de la Secretaría de Trabajo y Previsión para amedrentar a la población”.
Desde el socialismo, La Vanguardia tenía un discurso similar, donde los manifestantes peronistas eran “elementos típicos de comité; obreros municipales y del Estado obligados por sus jefes; un conglomerado de hombres de trabajo indefinidos que, evidentemente, por su condición ni están agremiados y poco entienden de reivindicaciones y de problemas sociales; (…) se le añadió a todo ello una buena dosis de elementos que viven al margen de la ley, ante la perspectiva de sacar algún provecho de los tumultos”.
Fue tan significativa esta tergiversación de la realidad por parte de la prensa opositora a Perón, que se silenció el único hecho de sangre de la jornada, esto es, la muerte del joven nacionalista Darwin Passaponti, que había concurrido a la Plaza de Mayo a pedir por la libertad de aquel, quien cayó asesinado a consecuencia de un tiroteo producido frente al edificio del diario Crítica.
En la vereda de enfrente, solitaria, se encontraba La Epoca, reaparecida el mes anterior –había sido fundada en 1915 para defender al gobierno de Hipólito Yrigoyen siendo clausurada en 1930–, único medio que adhería incondicionalmente a Perón. Exultante, anunciaba en su primera plana del día 18, junto a una fotografía que mostraba a la multitud reunida: “Desde la histórica Plaza de Mayo, más de un millón de ciudadanos aclamó presidente al Cnel. Perón”. Y en su segunda página agregaba: “Dio el pueblo un magnífico ejemplo de cultura, cordura y corrección al expresar ayer su más auténtica voluntad”.
Lo dicho viene a demostrar que la división que se percibía en la sociedad de la época era cada vez más tajante, donde había poco lugar para el equilibrio. Merece citarse al respecto la postura del diario católico El Pueblo, el cual bregaba por apaciguar los espíritus en esa difícil coyuntura. En su abordaje de los sucesos del día 17, una de sus columnistas, la escritora Delfina Bunge de Gálvez, ponderó el comportamiento de los manifestantes peronistas del siguiente modo: “En esta fecha –que me parece de difícil olvido–, las calles de Buenos Aires presenciaron algo insólito. De todos los puntos suburbanos veíanse llegar grupos de proletarios (…). Y pasaban debajo de nuestros balcones. Era la turba tan temida. Era –pensábamos– la gente descontenta… (…). Con el antiguo temor, nuestro primer impulso fue el de cerrar los balcones. Pero al asomarnos a la calle quedábamos en suspenso… Pues he aquí que estas turbas se presentaban a nuestros ojos como trocadas por una milagrosa transformación. Su aspecto era bonachón y tranquilo. No había caras hostiles ni puños levantados, como los vimos hace pocos años. Y más aún, nos sorprendieron sus gritos y estribillos: no se pedía la cabeza de nadie”. Sin embargo, esta visión le trajo consecuencias inmediatas a la autora, tal su expulsión de la Asociación de Escritoras Católicas.
A comienzos del año siguiente, durante la campaña electoral para las elecciones del 24 de febrero, la prédica mediática opositora adquirió más virulencia aún, lo que no impidió, sin embargo, el triunfo del candidato que recibió el voto de los trabajadores.
Publicado en:
http://sur.infonews.com/notas/aquellas-miradas-sobre-el-17-de-octubre
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