CELEBRANDO 30 AÑOS DE DEMOCRACIA:
El Estado argentino se organizó, a fines
del siglo XIX, como una República oligárquica que poco o nada tenía de
democracia. El modelo político que se consolida a partir de 1880, pero que
comienza a gestarse en las tres décadas anteriores, se basaba en un gran
acuerdo nacional de dirigentes de todo el país, sustentado en la corrupción y
el fraude electoral generalizado. Muy poca gente votaba, y esa pequeña minoría
debía hacerlo “en público” (voto cantado) lo que la dejaba a merced de
presiones de todo tipo.
Este sistema fue cuestionado por la Unión Cívica Radical
que se negó a participar de elecciones totalmente amañadas y organizó varias
revoluciones armadas: 1893, 1895, 1905. Finalmente, en 1912, el líder radical
Hipólito Yrigoyen pactó un acuerdo con el presidente Roque Sáenz Peña, producto
del cual fue la ley del mismo nombre, base del sistema electoral actual: voto
universal (en esa época sólo masculino) secreto y obligatorio.
En las elecciones de 1916, las primeras
realmente democráticas de la historia argentina, el candidato radical Yrigoyen
alcanzó la presidencia, iniciando un período de 14 años de gobiernos de la UCR. Esta continuidad
democrática fue interrumpida en 1930 con el golpe de estado encabezado por el
general José Félix Uriburu, el primero de una ominosa tradición en la historia
argentina, pero que tiene todas las características de los golpes que lo
siguieron.
En el golpe de 1930, como en todos los
posteriores a él, los militares eran los que daban la cara concretando el
golpe. Pero detrás de ellos, bastante visibles, aparecen dirigentes políticos
de la oposición que son los que luego ocupan la mayoría de los cargos en el
nuevo gobierno. De la misma manera hay detrás grupos empresariales que lo
impulsan para acabar con políticas económicas que los molestan (en este caso
intereses petrolíferos). Estos tres sectores son acompañados por otros; los
golpes siempre han tenido una cobertura mediática (en el caso de Yrigoyen se
hablaba de un presidente ajeno a la realidad al que le hacían un diario sólo
con buenas noticias) y judicial (la Corte Suprema convalidó el golpe de estado,
iniciando una impresentable tradición).
Fuerzas de seguridad, políticos opositores,
empresarios, medios de comunicación, la justicia y a veces sindicalistas son
los factores de poder que aparecen en todos los golpes cívico-militares.
El período posterior a este golpe también
muestra características similares a otros golpes posteriores: Uriburu no logra
consolidarse como dictador y llama a elecciones. Pero en estas elecciones el
radicalismo yrigoyenista es prohibido (se lo acusa de antidemocrático) y
regresa el fraude. En lo económico, el Pacto Roca-Runciman no sólo compromete
fatalmente la soberanía nacional sino que además mantiene vivo artificialmente
un sistema agro-exportador que padecía de muerte cerebral, que ya no
correspondía a la realidad de la época.
Todos los golpes contra gobiernos populares
(1955, 1962, 1966, 1976) tienen estas características: son seguidos de etapas
donde los derechos de las personas son afectados, la soberanía económica del
país es vendida y la seguridad se ve comprometida por la aparición de represión
y violencia política.
Los golpistas de 1955 hacían a Perón las
más descabelladas acusaciones: de nazi para abajo todo lo que se quiera
imaginar. La dictadura cívico-militar de 1955-58, autodenominada “Revolución
Libertadora” comenzó su labor “democratizadora” reduciendo los salarios reales,
alineando al país con EE.UU., ingresando
al FMI, modificando la
Constitución con procedimientos ilegítimos y fusilando
opositores peronistas.
Quizás el aspecto más terrible de este
proceso político sea la decisión tomada en junio de 1956 de fusilar al general
Juan José Valle y a una treintena de sus partidarios, que habían intentado
sacar con un golpe a los golpistas. Los fusilamientos de José León Suárez,
inmortalizados en la película y el libro Operación Masacre, inician una
tradición de arrestos ilegales, ejecuciones secretas y desaparición de los
cadáveres.
El golpe de Lonardi de 1955 da comienzo a un período de 28 años
que es seguramente uno de los peores de la historia argentina. De 1955 a 1983 hay gobiernos
civiles elegidos por el pueblo sólo en 7 años… en los otros 21 años gobiernan
uniformados. Son años de proscripciones, endeudamiento, violencia política y
social, y sangre.
Las elecciones de 1958, que gana el radical
Arturo Frondizi, se hacen con el peronismo proscripto. El nuevo presidente, por
supuesto, no termina su período: es derrocado cuando le faltaban dos años de
mandato, logrando concretar sólo dos tercios del mismo.
El golpe de 1962 da comienzo a una de las
etapas más absurdas de la historia argentina. Va a ser presidente por un año
José María Guido, civil pero títere de los militares. Las Fuerzas Armadas se
encuentran divididas en dos sectores , Azules y Colorados, ambos
antiperonistas, los primeros más dialoguistas, los segundos intransigentes. Las
diferencias entre ambos sectores se dirimen a los balazos, llegando esta
grotesca situación a su cénit el 2 de abril de 1963, cuando aviones “colorados”
de la marina bombardean la base del Regimiento 8 de Tanques de Magdalena, fiel
a los azules, que contestan cañoneando la base naval de Punta Indio.
No quedaba más remedio que convocar a
elecciones, y en 1963, con el peronismo aún proscripto, triunfa el radical
Arturo Humberto Illia, que logra completar apenas la mitad de su mandato. En la
caída de Illia confluyen intereses de las empresas farmacéuticas internacionales
y una campaña de demolición mediática que lo acusaba de inoperante.
El dictador Juan Carlos Onganía, general
del ejército que derroca a Illia, se presenta como un hombre de orden, incluso
con veleidades corporativistas filofascistas. Intenta establecer un gobierno
fuerte, que reprime en las universidades para finalmente hundirse en la
explosión social que significó “El Cordobazo” de 1969, cuando obreros y
estudiantes batieron en retirada a las fuerzas del “orden” enviadas a
reprimirlos.
Estas tres décadas fueron de una
conflictividad social creciente, tanto por la combatividad de los sindicatos
como por la aparición de grupos guerrilleros de izquierda o peronistas.
Los militares estaban desbordados. En 1973,
el dictador Alejandro Agustín Lanusse, hombre de una larga trayectoria
antiperonista, llega a un acuerdo con Perón y convoca a elecciones sin
proscripciones. Hay dos elecciones en pocos meses: en la primera el candidato
peronista Héctor J. Cámpora obtiene el 49% de los votos. En la segunda el
candidato es el propio Perón, quien arrasa con el 62% de los votos.
La situación social y de violencia política
era muy compleja en 1973, y Perón, de casi 80 años, fallece en 1974, dejando en
el poder a su vicepresidente y viuda, María Estela Martínez, alias “Isabel” Perón, una mujer que no tenía ni capacidad ni
formación política. El poder real queda en manos de José López Rega,
“superministro” que comienza la represión ilegal contra los grupos
guerrilleros, luego profundizada por la dictadura.
El golpe del 24 de marzo de 1976 da
comienzo no sólo a una etapa de represión y terror sino a la aplicación de
políticas neoliberales que generaron los problemas que los argentinos luego
arrastramos durante década: destrucción del aparato productivo, endeudamiento
sin control y profundización de las diferencias y conflictos sociales.
En 1982 la dictadura agonizaba. El
Secretario General de la CGT
Saúl Ubaldini organiza un paro general con movilización a
Plaza de Mayo, el 30 de marzo, que le ponía fecha de vencimiento al gobierno
militar. El dictador Galtieri se juega todo a una sola carta, saltando al vacío
con la aventura de Malvinas, porque ya no tenía nada que perder.
En octubre de 1983 se realizan elecciones,
ganadas por el radical Raúl Alfonsin, cerrando un período de tres décadas que
estuvo entre los peores de nuestra historia.
Muchas enseñanzas nos deja este período. La
violencia genera más violencia. Los gobiernos deben terminar su mandato.
Vulnerar la voluntad popular con golpes, del tipo que sean, provoca desastres a corto, a mediano y a largo plazo.
Los que pierden una elección deben trabajar
para ganar la siguiente.
Esa es la esencia de la democracia.
por
Adrián Corbella
octubre de 2013
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