Tras Moyano en la Plaza, y luego de un paro que no se notó en absoluto, con excepción del reparto de diarios, cabe decir en primer término que sucedió lo que tenía suceder, que no hubo sorpresa alguna y que todo sigue exactamente como antes del miércoles pasado. Sin embargo, queda mucho lugar, no tanto en volumen como en calidad temática, para extender conceptos sobre la caracterización de esta etapa. Y sobre todo, de la que puede o debe venir.
Una mirada rápida y válida, pero corta, sugiere que el único logro del todavía jefe formal de la CGT fue la demostración de fuerza hacia la interna sindical. Su interna. Hay una relación inversamente proporcional entre eso y la trascendencia nula que tuvieron el paro y el acto, esto último por fuera de la adhesión de los camioneros y algunos agrupamientos de izquierda. Moyano no tiene potencia política más allá de su gremio. Pero a la vez es cierto que ninguno de sus adversarios cuenta con la capacidad de convocatoria mostrada por él. Si eso significa que logrará mantenerse al frente cegetista es una incógnita, porque esos porotos se contabilizan mediante roscas en las que no interviene, de manera excluyente, quién gana la calle con mejor o mayor barullo. Valgámonos de este dato para intentar una primera observación más profunda. ¿Cuál es la importancia de si Moyano conservará el mando burocrático de la central obrera? Si la respuesta es “mucha”, por carácter transitivo implica que lo es porque de lo contrario se partiría la CGT. Lo cual es un disparate, porque no sólo la CGT sino el conjunto de la dirigencia sindical están despedazados hace rato. Moyanistas, gordos, independientes; tránsfugas de todos los costados que se moyanizan o antimoyanizan según sean las urgencias que les convengan, invariablemente circunstanciales, al solo efecto del reparto de poder burocrático. También está partida la CTA aunque, por lo menos, su división responde a identificaciones políticas diferentes y no a la repartija de ganancias entre gremios que, antes que representantes, tienen propietarios. Además, hay experiencias de base como la de los metrodelegados y agrupaciones que ya meten baza entre los conductores de negocios (bancarios, alimenticias, ferroviarios). Son sectores con influencia sostenida que no responden ni a los unos ni a los otros. En consecuencia, no de qué sino de cuál probable segmentación hablan, quienes mentan al rompimiento de la CGT como hito que trazaría un antes y un después. ¿Dónde viven los que pronostican eso? Hasta ahí, lo que al firmante le parece la mirada corta. La larga, en esta sección, tendría tres aspectos esencialmente complementarios. Uno, a quién le conviene semejante fragmentación en la representatividad de los trabajadores. Dos, ¿el Gobierno apuesta a eso y se conforma con hacer pelota la torta de Moyano, más dejar que se disparen a los pies los amiguitos impresentables del camionero y más creer que ese espanto es decisivo para seguir construyendo relato? (No está dicho en sentido de denuesto: construir relato es clave para hacer política y es uno de los pilares que permitió la edificación del kirchnerismo; el interrogante apunta a si acaso no se descansa excesivamente en esa estratagema valiosa.) Tres, ¿destruir o diluir a Moyano debe conllevar el apoyo a personajes que emblematizan lo peor de lo peor de la corrupción sindical? ¿Hay que mirar con cariño a Barrionuevo y Cavalieri? Y en todo caso, ¿cuál sería la estrategia de esa táctica? Carlos Raimundi, diputado nacional por el Frente Nuevo Encuentro, decía hace poco que –sin perjuicio del valor de las consideraciones psicológicas o de enconos personales– se hace necesario revolver más hondo en cuanto al enfrentamiento del Gobierno con Moyano. Su hipótesis, bien atendible, es que si Cristina se acentúa hacia (digamos) izquierda, en términos de una construcción político-social capaz de prescindir de las estructuras tradicionales del peronismo, el choque con éstas es inevitable y dramático gracias a la afectación de prebendas que le son constitutivas. Nadie puede creer, ni con seriedad ni con largas líneas de fiebre, que el camionero lanzó su patriada porque le preocupa la escala del mínimo no imponible. Es decir: si la apuesta es a la conformación de base expresada en Vélez, no hay forma de evitar la colisión más temprano o más tarde. Y no ya con Moyano, sino con el grueso de los aparatos. Más luego, ¿es así o se va tanteando a medida que las coyunturas lo imponen?
Ya que se trata de intentar observaciones de largo alcance, vayan también estas líneas que Enrique Martínez, ex titular del INTI, hizo circular por la web en las últimas horas: “La combinación de (...) factores dibuja un escenario distante del óptimo, con productividad mediocre, salarios reales con techo y problemas de inversión y de balanza de pagos. El Gobierno ha buscado compensar a los periféricos o excluidos de este sistema. Lo hizo con medidas fuertes, como la Asignación Universal por Hijo; la recuperación de los fondos de las AFJP; la generalización de las jubilaciones y su movilidad por ley; la actualización del salario mínimo; la recuperación de las paritarias privadas (...); los subsidios al transporte y los servicios. Además de eso, se ha puesto al hombro la obligación de toda la inversión en infraestructura vial, de comunicaciones, de energía, educativa y de vivienda social. Todo en dimensiones y con alcances que ningún gobierno anterior ni se comprometió ni intentó. El punto es que, en tal esquema, los fondos públicos en algún momento pasan a no alcanzar. Porque su fuente son impuestos aplicados a una economía cuya capacidad de generación de riqueza se centra más y más en la utilización de sus recursos naturales, con límites evidentes, mientras aquello que la actividad humana le pone encima tiene un horizonte restringido (...) Este no es un problema argentino sino de todo el mundo periférico, donde las transnacionales hegemonizan el sistema productivo. El punto es que el Gobierno parece negar la existencia del conflicto, al menos con la importancia que aquí se ha señalado. Si no fuera así, hubiera instalado hace mucho tiempo la discusión sobre cómo se construyen actores nacionales, en sociedad con el Estado, con capacidad tecnológica de creciente autonomía, que bajen el nivel de dependencia de nuestro país”. Se puede coincidir o no con la opinión de Martínez, que en verdad es bastante más extensa que este extracto de su artículo. Pero está fuera de toda duda que su desafío analítico es de cuantía sólida. Aunque sea, para plantearse si hay quienes, en el oficialismo, piensan en cambios reales de matriz productiva.
En ligera síntesis: si es por la herramienta política que se necesita para continuar avanzando en la reparación de las mayorías, está claro que es el kirchnerismo el que mejor la encarna. Hay una experiencia de casi diez años que lo avala. No solamente es así por la positiva. En lo que no, es aun más límpido que los adversarios del Gobierno son, por un lado, el adefesio de siempre. Y por otra parte –no deja de ser la misma– enuncia a lo más horrible de una derecha que ni siquiera se traza la perspectiva de ser una burguesía lúcida. Todos sus miembros (patronales agropecuarias, medios de comunicación, sectores financieros, dirigencia partidaria atomizada y sin referentes) son apenas una expresión tribal de rapiña. Se “suman” a ellos unos grupejos autoproclamados de izquierda desde una subjetividad que, objetivamente, en acuerdo con costumbres históricas e histéricas, no hacen más que poner su vocación cariocinética al servicio de los intereses reaccionarios. Podría decirse que ni siquiera tienen la perspicacia de advertir que aportan números de alboroto a los burócratas sindicales que denunciaron toda la vida, pero sería cínico. Parece increíble estar leyendo que Moyano se codeó sin roces con la izquierda. ¿La izquierda de qué? Pues de la derecha a cuyos objetivos sirve. De lo contrario, los periodistas del establishment no hablarían como si nada de la armonía “natural” entre banderas rojas y la quintaesencia de aquello a lo que esos estandartes se opusieron desde que el mundo es mundo.
En lo que sí, resta continuar braceando por la profundización de los cambios. Y uno de los riesgos es interpretar que eso consiste, únicamente, en acabar con Moyano o cascotearle el rancho a Scioli.
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