miércoles, 4 de enero de 2012
Invalidez espiritual y otras miserias, por Hernan Brienza (para “Tiempo Argentino” del 31-12-11)
No fue una buena semana para los argentinos bien nacidos. Excepto para aquellos energúmenos capaces de festejar el dolor ajeno –y vaya si los hay– como lo han hecho anteriormente con las muertes de Eva Perón o del propio Néstor Kirchner. Cuesta creer que en nuestro país hay gente que puede alegrarse con el dolor ajeno y solazarse en él. Y creo que allí hay un límite preciso. No soy muy afecto a la lógica de amigo-enemigo, buenos-malo, blancos-negros; soy un convencido de que la cosa es un poco más complicada. Sin embargo, viendo algunas reacciones en las redes sociales, algunos comentarios callejeros o leyendo entrelíneas algunas notas en los principales diarios tradicionales uno comienza a intuir que más allá de las ideas políticas, más allá de las diferencias ideológicas, más allá de los colores y las banderas, hay en una buena porción de los argentinos un “odio cósmico” –como decía Héctor Oesterheld– contra los líderes populares difícil de desanudar. Para mí ese límite es la celebración del dolor ajeno. Entiendo, incluso, las justificaciones que en determinado momento distintos grupos o personas se inventan para ejercer el mal y la violencia. Pero no puedo concebir, todavía, cómo alguien puede celebrar el dolor ajeno. Comprendo el dolor y la muerte como un hecho trágico, pero jamás como una ocasión para el brindis barato. Perdonen mi ingenuidad, pero soy de aquellos –como tantos otros millones– que no festejan ni siquiera las muertes de los dictadores. Siempre recuerdo al gran escritor vasco Miguel de Unamuno, simpatizante de los franquistas, cuando escuchó gritar al inefable general José Millán-Astray “¡viva la muerte!” Automáticamente, se levantó de su asiento y acusó al militar en silla de ruedas de “inválido” espiritual. Yo creo que aquellos que celebran estos días son, aunque estén abrazados a símbolos sacros de cualquier tipo, “inválidos espirituales” y sólo pueden demostrar sus propias miserias y las heces con las que están construidos.
La presidenta de la Nación anunció con entereza que será sometida a una operación por un “carcinoma en la glándula tiroides”. Nada que, a priori, conlleve más gravedad que la que tiene. Más de un 90% de estos casos tiene un resultado positivo y satisfactorio. Además, Cristina Fernández anunció que en febrero volverá recargada y con más fuerzas, y nada indica que no haya que creerle. Sin embargo, es cierto que así como la muerte de los líderes genera un acto de contundencia irreparable traducida en una orfandad difícil de acarrear, la enfermedad introduce un espacio de incertidumbre en la sociedad difícil de soportar: ¿Por qué se enferma un presidente? ¿Cómo es posible que tenga problemas de salud? ¿Tienen derecho a enfermarse los presidentes? Incluso hay cierto reproche por parte del ciudadano común en esos cuestionamientos. Ese “espacio de incertidumbre” sólo puede ser devorado –en términos míticos, claro– con una “recuperación heroica”. Al ser humano vulnerable lo debe remplazar el héroe/oína que es capaz de atravesar cualquier infierno personal.
Ese regreso debe ser no “con las mismas fuerzas” sino con “más fuerzas” todavía. Por la sencilla razón de que la “supuesta vulnerabilidad” del líder será aprovechada por sus enemigos para hacer mella y generar la mayor capacidad de desestabilización posible. Ojalá me equivoque, pero sospecho que enero va a ser un mes que encontrará a los saboteadores –no a los opositores, claro– del modelo en pleno fragoteo corporativo. Y hago la diferencia porque la oposición leal al sistema, la política, la partidaria, es consciente de que “atacar al indefenso” es una mala táctica frente a la opinión pública y que redunda, a la larga, en un perjuicio propio. Sin embargo, los saboteadores desleales, aquellos que no tienen mucho que perder, agitarán sus usinas de rumores, generarán aquí y allá malestares, intentarán esmerilar la gestión del vicepresidente Amado Boudou.
Por lo demás, sólo resta desearle a la presidenta de la Nación un buen descanso y una pronta recuperación.
II
¿Por qué razón los Estados Unidos siguen tolerando que su patio trasero esté tan alborotado? Siempre que ha tenido crisis internas han salido de ellas huyendo hacia adelante, inventando desestabilizaciones que les permitiesen ocupar un nuevo terreno o recuperar posiciones en territorios perdidos. ¿Por qué la alicaída Gran Bretaña, que fue desplazada como sexta potencia por Brasil, soportará estoicamente que la Unasur le impida recalar en sus puertos a los barcos de SM que van rumbo a Malvinas? ¿Por qué los principales líderes del Primer Mundo se bancarían que la presidenta de un país de tercer orden les explique en la cara cuáles son los problemas y las soluciones en un foro internacional? Más allá de las visiones conspirativas y argentinocéntricas absurdas, el crecimiento de nuestro país –en términos económicos, políticos, de influencia continental– siempre ha sido una molestia para los Estados Unidos por su alto contenido díscolo, basta recordar los neutralismos en las dos guerras mundiales, y el primer peronismo, entre otros ejemplos. Una recuperación de la “densidad nacional”, como la llama el embajador y economista Aldo Ferrer, implica una nueva relación con los Estados Unidos que incluya un equilibrado juego de sospecha y negociación permanentes. Ni el barrabravismo ideológico ni las relaciones carnales de los años noventa. Y eso incluye conceder en algunos puntos para mantener la soberanía esencial y no levantar la cabeza cuando pasa la guadaña gratuitamente. Lo que resta confirmar es si los Estados Unidos ha cambiado su estrategia hacia la región y si ha dejado su pasividad y retomará políticas agresivas contra el continente perdido. Reflexionar sobre las jugadas geopolíticas de los grandes centros de poder y también comprender hacia dónde debe moverse –y por qué lo hace– un gobierno nacional y popular inteligente como es el de Cristina Kirchner.
III
Creo que el principal deber de todo intelectual es evitar ciertas inocencias. Y quizás la peor de las ingenuidades es la vanidad de creerse por encima de las circunstancias políticas e históricas de su pueblo. Siempre me llamó la atención la necesidad que tienen muchos pensadores de ser legitimados por los medios de comunicación tradicionales o hegemónicos. Y la manera en que ciertos intelectuales cercanos a la visión nacional y popular de la historia necesitan mostrarse equilibrados y concesivos en tribunas de doctrina que nunca bajan la guardia. Todos sabemos que la verdad periodística y política no existe y se construye, se impone, o se consensúa, pero ¿es necesario someterse a operaciones periodísticas, entregar títulos a medios con estrategias opositoras y generar desazón e incertidumbre entre los seguidores de ellos mismos?
La gran lección que dio Beatriz Sarlo en 6,7,8 fue, justamente, que hay que ser torito en rodeo propio y torazo en rodeo ajeno –y no viceversa–. No siempre es fácil, obviamente. Pero basta con no ser ingenuo, simplemente, y aplicar una mirada política. Porque hay que evitar ser pensado, claro. Pero en estos tiempos es muy necesario también no ser hablado. Y si hay un gran poder que tienen los medios de comunicación es, justamente, hablar a través de otros, convertirlos en hablados.
Publicado en :
http://www.infonews.com/2011/12/31/columnistas-5274-invalidez-espiritual-y-otras-miserias.php
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