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miércoles, 8 de diciembre de 2010

EL REGRESO DE GRAHAM GREENE, por Ricardo Ragendorfer (para "Miradas al Sur" del 05-12-10)

Arriba : Graham Greene, escritor inglés, autor de libros como "Nuestro Hombre en La Habana", "Los comediantes" y "Viajes con mi tía", entre otros.

Tal vez lo más atroz de la civilización sea su estructura de chiste. Es que, desde la noche de los tiempos, muchas decisiones extremas tomadas desde las altas esferas del poder e, incluso, no pocas tragedias históricas, han sido fruto de confusiones, engaños y malentendidos. O, simplemente, una consecuencia lógica de la ignorancia humana. Ello tal vez esté estrechamente vinculado con la naturaleza misma de la autoridad como ejercicio. Porque el arte de gobernar implica una denodada lucha contra el azar, pero si éste termina por imponerse, ello a la vez supone un triunfo de la estupidez. Lo cierto es que el escándalo de Wikileaks, que dejó a la diplomacia norteamericana a la intemperie, es al respecto una elocuente metáfora.La sola circunstancia de que la seguridad cibernética de la potencia más poderosa del planeta haya sido vulnerada por un simple recluta veinteañero, quien para matar el tiempo desencriptó toneladas de documentación secreta en un CD recargable de la cantante Lady Gaga, habla a las claras de una humorada del destino. Es que semejante desclasificación masiva de datos sensible no afecta únicamente la seguridad de los Estados Unidos sino también su orgullo. Entre otras calamidades fácticas, provocó el estrepitoso desenmascaramiento del jefe de una oficina del Ministerio de Relaciones Exteriores alemán que enviaba con regularidad informaciones confidenciales a la CIA. Pero también sería una fuente inagotable de situaciones más embarazosas que graves, como el hecho de que haya trascendido que en las entrañas del Departamento de Estado la canciller germana, Angela Merkel, fue bautizada con el simpático mote de Teflón, y que su par galo, Nicolas Sarkozy, es tildado de “emperador desnudo”. Es como si la clave de las relaciones internacionales estuviera cifrada en habladurías de pasillo.El capítulo argentino no es menos disparatado. Los cables referidos a la política local contienen más chismes que información. Al respecto, se cuela una historia que merece ser contada. A fines de 2009, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, solicita en tres oportunidades una evaluación precisa sobre la personalidad y la salud mental de la presidenta Cristina Fernández; se interesa por su método de trabajo y “la dinámica impersonal del tándem gubernamental”, en clara referencia a Néstor Kirchner. Y envía las siguientes preguntas: “¿Como controla CFK sus nervios y su ansiedad? ¿Como afecta el estrés a su conducta con sus asesores y en su proceso de toma de decisiones? ¿Que medidas toman CFK o sus asesores para ayudarla a manejar el estrés? ¿Cómo baja la tensión cuando está angustiada?”. La letra de dicho cuestionario indica que la señora de Bill Clinton daba por sentado que la presidenta argentina padecía de cierto desequilibrio emocional. Tal información, al parecer, le habría sido transmitida desde la mismísima CIA, la cual obtuvo esos datos a través de una fuente increíble.Es que, a partir del último trimestre de 2008, la revista Noticias se encaró en una grosera operación tendiente a instalar la creencia de que la Presidenta sufría un trastorno bipolar. Por ejemplo, en una nota firmada por un tal Franco Linder en noviembre de ese año, se afirma: “Según un psiquiatra que atendió a Cristina, que pidió reserva de su nombre, su caso sería leve y estaría controlado”. En una nota posterior –titulada “El enigma Cristina”–, el mismo Linder escribe: “Los especialistas debaten si una paciente maníaco-depresiva está en condiciones de gobernar”. Lo cierto es que los cables secretos ahora difundidos por Julian Assange echan una sombra acerca de la salud mental de CFK, y lo hacen tomando como propias las exactas palabras usadas por Linder.Todo remite a la literatura.Nuestro hombre en La Habana es una novela escrita en 1958 por Graham Greene. Su protagonista, Jim Wormold, un inglés que vende aspiradoras en la Cuba de Batista, decide trabajar de espía para la Inteligencia de su país. Y dada su falta de habilidad para ello, en vez de enviar mapas de instalaciones militares, manda planos de sus propias aspiradoras, los cuales sin embargo son tomados por el gobierno británico como prueba de una grave hipótesis de guerra.Ahora, con Wikileaks, la realidad imita a la ficción.


por Ricardo Ragendorfer

Miradas al Sur, Tal vez lo más atroz de la civilización sea su estructura de chiste. Es que, desde la noche de los tiempos, muchas decisiones extremas tomadas desde las altas esferas del poder e, incluso, no pocas tragedias históricas, han sido fruto de confusiones, engaños y malentendidos. O, simplemente, una consecuencia lógica de la ignorancia humana. Ello tal vez esté estrechamente vinculado con la naturaleza misma de la autoridad como ejercicio. Porque el arte de gobernar implica una denodada lucha contra el azar, pero si éste termina por imponerse, ello a la vez supone un triunfo de la estupidez. Lo cierto es que el escándalo de Wikileaks, que dejó a la diplomacia norteamericana a la intemperie, es al respecto una elocuente metáfora.La sola circunstancia de que la seguridad cibernética de la potencia más poderosa del planeta haya sido vulnerada por un simple recluta veinteañero, quien para matar el tiempo desencriptó toneladas de documentación secreta en un CD recargable de la cantante Lady Gaga, habla a las claras de una humorada del destino. Es que semejante desclasificación masiva de datos sensible no afecta únicamente la seguridad de los Estados Unidos sino también su orgullo. Entre otras calamidades fácticas, provocó el estrepitoso desenmascaramiento del jefe de una oficina del Ministerio de Relaciones Exteriores alemán que enviaba con regularidad informaciones confidenciales a la CIA. Pero también sería una fuente inagotable de situaciones más embarazosas que graves, como el hecho de que haya trascendido que en las entrañas del Departamento de Estado la canciller germana, Angela Merkel, fue bautizada con el simpático mote de Teflón, y que su par galo, Nicolas Sarkozy, es tildado de “emperador desnudo”. Es como si la clave de las relaciones internacionales estuviera cifrada en habladurías de pasillo.El capítulo argentino no es menos disparatado. Los cables referidos a la política local contienen más chismes que información. Al respecto, se cuela una historia que merece ser contada. A fines de 2009, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, solicita en tres oportunidades una evaluación precisa sobre la personalidad y la salud mental de la presidenta Cristina Fernández; se interesa por su método de trabajo y “la dinámica impersonal del tándem gubernamental”, en clara referencia a Néstor Kirchner. Y envía las siguientes preguntas: “¿Como controla CFK sus nervios y su ansiedad? ¿Como afecta el estrés a su conducta con sus asesores y en su proceso de toma de decisiones? ¿Que medidas toman CFK o sus asesores para ayudarla a manejar el estrés? ¿Cómo baja la tensión cuando está angustiada?”. La letra de dicho cuestionario indica que la señora de Bill Clinton daba por sentado que la presidenta argentina padecía de cierto desequilibrio emocional. Tal información, al parecer, le habría sido transmitida desde la mismísima CIA, la cual obtuvo esos datos a través de una fuente increíble.Es que, a partir del último trimestre de 2008, la revista Noticias se encaró en una grosera operación tendiente a instalar la creencia de que la Presidenta sufría un trastorno bipolar. Por ejemplo, en una nota firmada por un tal Franco Linder en noviembre de ese año, se afirma: “Según un psiquiatra que atendió a Cristina, que pidió reserva de su nombre, su caso sería leve y estaría controlado”. En una nota posterior –titulada “El enigma Cristina”–, el mismo Linder escribe: “Los especialistas debaten si una paciente maníaco-depresiva está en condiciones de gobernar”. Lo cierto es que los cables secretos ahora difundidos por Julian Assange echan una sombra acerca de la salud mental de CFK, y lo hacen tomando como propias las exactas palabras usadas por Linder.Todo remite a la literatura.Nuestro hombre en La Habana es una novela escrita en 1958 por Graham Greene. Su protagonista, Jim Wormold, un inglés que vende aspiradoras en la Cuba de Batista, decide trabajar de espía para la Inteligencia de su país. Y dada su falta de habilidad para ello, en vez de enviar mapas de instalaciones militares, manda planos de sus propias aspiradoras, los cuales sin embargo son tomados por el gobierno británico como prueba de una grave hipótesis de guerra.Ahora, con Wikileaks, la realidad imita a la ficción.

por Ricardo Ragendorfer

en Miradas al Sur, Año 3. Edición número 133. Domingo 5 de diciembre de 2010


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