Vitalmente tozuda como sus padres gallegos, la actriz y escritora, que se formó en Letras de la UBA y en actuación con Alejandra Boero, se enorgullece de recobrar su praxis militante, perdida desde 1978 cuando a los 15 años una patota fue a buscarla por ser la presidenta de un centro de estudiantes. La actriz que interpretó de manera soberbia a Evita es una de las voces más politizadas en su profesión .
Desde el piso 14 donde Esther Goris ve una Buenos Aires tan susceptible, en la médula del centro porteño, “la zona de Satán”, dirá ella, se ven hacia abajo las terrazas menos babélicas, y en ese escenario gris de lluvia una Pelopincho irrumpe por la ventana con su fulgor celeste; hace flotar una colchoneta color lila, que así, feliz y solitaria, trae a la City un tono de jacarandá inesperado. Efectivamente, en este departamento hay una mujer de altura que espera con la puerta abierta. Permiso, Esther. “¿Quieren café?”. En el pequeño hall de entrada, un proyector con una cinta fílmica direccionado hacia la puerta –comienza la película–, que puede servir como chatarra o como objeto de culto. Hay que pensar en un penthouse estilo Sex & the City o de ingeniería mental almodovariana. En él, una mujer culta que se refresca en dos, tres, cuatro bibliotecas que todavía no termina de acomodar. Las obras completas de Roberto Arlt, la Historia Social de la Literatura y el Arte, de Arnold Hauser, un libro sobre la Guerra Civil Española de 899 páginas. ¿De qué habla, Esther, en los sets con sus compañeros de telenovela? Porque es una mujer culta. Y porque lo es, no puede dejar de ufanarse con encanto por el jardín que supo cultivar, herencia genética de su padre Severino, un gallego que es jardinero desde los seis años, y que hace cosas atípicas. “Por ejemplo –le brilla la voz–, en un mismo árbol tiene pomelo, limón y mandarina, y en otro tiene todas botellas: el fruto –limón o lo que sea– crece adentro, se rellena con aguardiente y queda una bebida que en Francia y Holanda es muy sofisticada. Lo ves hoy y te va a decir (emulando el gallego): ‘Hombre, que yo zoy burro, burro, burro. Mi mujer y mi hija zon tan inteligentez. Pero zoy el mejor en lo mío’. Y te lo dice como el mejor arquitecto del mundo. Hasta ahora, no ha dejado un solo día de sembrar, no lo soporta.”
Desde el piso 14 donde Esther Goris ve una Buenos Aires tan susceptible, en la médula del centro porteño, “la zona de Satán”, dirá ella, se ven hacia abajo las terrazas menos babélicas, y en ese escenario gris de lluvia una Pelopincho irrumpe por la ventana con su fulgor celeste; hace flotar una colchoneta color lila, que así, feliz y solitaria, trae a la City un tono de jacarandá inesperado. Efectivamente, en este departamento hay una mujer de altura que espera con la puerta abierta. Permiso, Esther. “¿Quieren café?”. En el pequeño hall de entrada, un proyector con una cinta fílmica direccionado hacia la puerta –comienza la película–, que puede servir como chatarra o como objeto de culto. Hay que pensar en un penthouse estilo Sex & the City o de ingeniería mental almodovariana. En él, una mujer culta que se refresca en dos, tres, cuatro bibliotecas que todavía no termina de acomodar. Las obras completas de Roberto Arlt, la Historia Social de la Literatura y el Arte, de Arnold Hauser, un libro sobre la Guerra Civil Española de 899 páginas. ¿De qué habla, Esther, en los sets con sus compañeros de telenovela? Porque es una mujer culta. Y porque lo es, no puede dejar de ufanarse con encanto por el jardín que supo cultivar, herencia genética de su padre Severino, un gallego que es jardinero desde los seis años, y que hace cosas atípicas. “Por ejemplo –le brilla la voz–, en un mismo árbol tiene pomelo, limón y mandarina, y en otro tiene todas botellas: el fruto –limón o lo que sea– crece adentro, se rellena con aguardiente y queda una bebida que en Francia y Holanda es muy sofisticada. Lo ves hoy y te va a decir (emulando el gallego): ‘Hombre, que yo zoy burro, burro, burro. Mi mujer y mi hija zon tan inteligentez. Pero zoy el mejor en lo mío’. Y te lo dice como el mejor arquitecto del mundo. Hasta ahora, no ha dejado un solo día de sembrar, no lo soporta.”
Exequiel Siddig : –O sea que se crió ya con una idea de rareza.
Esther Goris : –Todo era atípico en mi familia. Por ejemplo, mi mamá mantenía la casa. Mi papá es jardinero, ocupación que tuvo desde los seis años. Siempre estaba sembrando y plantando, era una suerte de Aureliano Buendía. Era muy trabajador, tan sólo que no tenía habilidad para ganar dinero. Los demás me hacían sentir un poco mal a veces, por esa circunstancia. Pero no ganar plata no es tan importante, esto es de lo que mi madre me había convencido. No tener habilidad para ganar dinero no es importante en comparación a tener el talento que tiene mi padre.Con esa praxis familiar de locos lindos, de gente animada y creyente –en el sentido más proletario posible–, este año Esther ha salido a la palestra por la defensa de la Ley de Medios –en Youtube se puede ver la paliza dialéctica que ha sabido asestar al heredero ideológico de Bernardo Neustadt– y ha quedado allí paradita, con las neuronas de box y el optimismo de la voluntad, tan franca, altiva y entusiasta como cuando, seguramente, militaba a los 15.
E.S. : –¿Qué la apasiona de esta época política?
E. G. : –Todo. Todo. Verdaderamente. Parece una cosa burda y un cliché decir que pensé que nunca me iba a tocar, pero realmente empecé a advertir en mí cierta dicha. Claro, hay una parte de mí que quedó enterrada demasiado temprano. Nunca había dicho que milité cuando era adolescente. Me daba mucho miedo hablar. Un día en un avión, Hebe de Bonafini se me acercó y me dijo con mucha dulzura: “Nosotros sabemos quién sos”, y no te podés imaginar el miedo que tuve durante una semana. Y eso que ya era en los ’90.A los 14 años, Esther Goris empezó a militar en la Juventud Guevarista del ERP. Al año siguiente, en 1978, creó el centro de estudiantes en uno de los mejores colegios de Zona Sur, la Escuela Normal Superior Antonio Mentruyt, de Banfield. Dos veces, a la madrugada, entró clandestinamente con algunos compañeros –entre ellos, dos desaparecidos– para hacer pintadas en contra del interventor militar. “Hacíamos cosas que ahora entiendo que eran peligrosas. Estábamos cerca de la Noche de los Lápices. Recuerdo que solían llevarse al abanderado del colegio, un tal Rafael Verde, que hoy está en los Estados Unidos. Después lo devolvían. Recuerdo que estaba muy enamorado de mí, y creo que eso debe haber contribuido a que me salvara”, cuenta.
E.S. : –¿Por qué?
E.G. : –Por supuesto que vinieron a mi casa (de lo cual no quiero hablar). En ese colegio, venían a plena luz del día y se llevaban al abanderado, que además estaba en mi división, y después lo devolvían en un carro militar. Nadie hablaba de eso.
E.S. : –¿Y usted se guardó?
E.G. : –Sí, estuve una época escapada. Primero me llevaron a la casa de un militante del ERP. Mis padres estaban en España. Cuando volví, la gente no me prestaba las carpetas, no me quería saludar porque tenía pánico.
E.S. : –Mucha gente de la generación del ’70 sigue negándose a hablar.
E.G. : –Lo más cruel era pensar en la tortura y en lo fantasmático que era todo aquello: nadie hablaba. Todavía tengo una pesadilla recurrente en la que estoy en un lugar donde a todos le han inyectado una sustancia que los mantiene en un estado de inconsciencia. Así lo quieren los dueños del lugar. Que siempre son cavernas, lugares muy oscuros, campos de concentración, pero que no se dice que son campos de concentración. Yo trato de fingir que la he tomado y no la tomo. La pesadilla es siempre la misma.
E.S. : –El terror pervive en lo no dicho...
E.G. –Lo fantasmático de la represión militar es uno de los factores más tétricos que perduran de la tortura. Si hay algo terrible es saber que suceden cosas espantosas, casi inimaginables, y que nadie dice que suceden. Era casi como la locura misma. Todavía no se ha hecho demasiado hincapié en esta cuestión.
E.S. : –Se negó a hablar de cuando fueron a buscarla a su casa.
E.G. : –Ahora hay tanta luz por todos lados. Por un lado estoy completando mi identidad. ¡Te la encargo si a esa chica de 15 años que fui la hubiesen dejado seguir existiendo! Tenía una cierta sed de absoluto, no por nada militaba en la Juventud Guevarista. El Che es tan absoluto como Cristo. Se autoinmoló de alguna manera como Cristo. Esa sed de absoluto venía de mi formación católica (fui a una primaria de monjas), que a los 12 años cambié por el Che. Después, lo puse en el arte, pero me di cuenta de que el arte no alcanza a veces. Ahora descubro que lo único que alcanza es la autorrealización personal trascendente. Cuando uno hace algo que lo completa, pero además interviene para el bienestar de otro. Acá es la felicidad. Ahora veo que se está volviendo a juntar la gente. En mi generación no se podían juntar más de tres personas porque si no te llevaban en cana. Lo glorioso –que yo me perdí– es el grupo, lo gregario.
El espíritu evitista. Veníamos con la idea de preguntarle a Esther Goris si su papel en Eva Perón (1996), el film de Luis Desanzo, no había sido demasiado, si no la había extenuado aquella magistral interpretación que la consagró y la marcó para siempre. Esther cuenta en cambio que el modisto estrasburgués Thierry Mugler, enojado con Madonna, la invitó a París en 1998 para asistir a su colección inspirada en la musa peronista. Que entonces la actriz cubana Alicia Bustamante le presentó a Hanna Schygulla, la diva danubiana de Fassbinder, que a su vez le presentó a la directora Margaret von Trotta, que a su vez la invitó a tomar el té y otras bebidas espirituosas a la casa del guionista Jean-Claude Carrière en Le Marais, el barrio judeoparisino que otrora fue un pantano.La idea de Esther, ella cuenta, era que el maestro, socio de Luis Buñuel tantas veces, escribiera Ni Dios, ni patrón, ni marido, la película que finalmente guionó ella misma con ayuda de Graciela Maglie, que estrenó este año con más pena que gloria, y que malogró –según la actriz, en su intento de emular al finado Monicelli– la directora catalana Laura Mañá.Veníamos con una idea, pero el departamento y su altura lo cambió todo. Esther habla sentada a la mesa de vidrio cuyo sostén hizo con el esqueleto del asiento del Rambler de su viejo floricultor. Habla este viernes pasado, antes de que recrudezca la violencia en Villa Soldati. Pero el sábado llama a la redacción, paren las rotativas, porque Esther Goris quiere hablar sobre el gobierno de Mauricio Macri.–Nos estamos habituando al escándalo. Que Macri diga que el Estado está ausente, cuando el representante máximo del Estado es él, es de una ineptitud supina, una falta de vergüenza descarada y un escándalo. Que el Día de los Derechos Humanos diga algo profundamente anticonstitucional y racista, ¿quiere decir que su próximo paso será pedir la Ley de Residencia? Que el jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, cuando se le pregunta por la crisis habitacional, diga que “la única solución es la policía”… (sic), bueno, primero que sepa ejecutar el presupuesto del cual invirtió sólo el 18,6%. Y mientras Macri pide ayuda como si fuera un muchachito de una sociedad de beneficencia, pareciera que lo que más le preocupó en estos tres años de gobierno son las bicisendas. Un ineficiente como pocas veces se vio. Recordemos cómo terminaron los gobiernos que cayeron antes de tiempo en democracia. ¿Por qué no hablamos de la hiperinflación del ’89, de los saqueos en 2001, y lo relacionamos con Eduardo Duhalde, que hoy pretende dar cátedra de cómo poner orden? ¿No se estarán alineando las derechas más retrógradas del continente? Los porteños tenemos que hacer una autocrítica muy severa sobre a quién votamos. Hay que pedirle la renuncia ya a este inepto.
E.S. : –¿Y qué le gusta de Cristina?
E.G. : –No sé todavía lo que no me gusta. La admiro mucho. Me parece una mujer brillante. Tiene una capacidad oratoria poco frecuente. Y cuando una persona tiene esa capacidad, se expresa con tal precisión, es porque piensa con la misma precisión.
E.S.: –Hace su aparición pública para defender “el modelo” como actriz. Eso tiene un valor particular. ¿Hay una modificación profesional en usted, Florencia Peña, y otros?
E.G. : –Sí, el jueves me enojé con un pibe de La Plata por Twitter. Y también la emprendí contra Aníbal Fernández. A ver, en la conferencia de prensa del ministro en La Plata, sale un pibe joven que no fue enfocado y con un alma seca, seca, seca, pregunta con un tono socarrón: “¿Qué opina, Aníbal, de que ahora todos los artistas son oficialistas y no tienen problema en decirlo?”. No, no, no. Se me subió la gallegada a la cabeza. ¡¿Desde qué estatura moral este chico o este terrible pelotudo de treintaypico se atreve a decir que no tenemos problemas?! Primero que no tenemos problemas en manifestarnos, pero sí nos vienen algunos problemas cuando hablamos. Y no somos todos, somos un racimo pequeñísimo, porque la mayor parte todavía tiene miedo, y los comprendo. Que desconfíe Fontevecchia me parece normal, ¿pero que lo diga un tipo joven socarronamente?
E.S. : –¿Y con Aníbal?
E.G. : –Porque repetidas veces dijo que estaba muy conmovido porque había escuchado en Duro de Domar que en el 6, 7, 8 en que se despidió a Kirchner no había ningún hijo de puta. No es que me la agarré contra Fernández, pero pienso que somos mucho más que “ningún hijo de puta”. Hay gente que defiende este modelo que es inteligente, por ejemplo Alejandro Dolina. Hay otra gente talentosa, como Cecilia Roth. Hay gente muy leída que no ha defendido otros gobiernos y ahora sí, como Norberto Galasso. Es decir, gente inteligente, talentosa, leída, y encima corajuda, valiente e imaginativa. Y la reputa que lo parió, ¿de qué estatura moral me habla este pendejo? Yo, por ejemplo, soy buena gente.
• LA REINITA DEL CANASTO DE FLORES Esther tiene como salvapantallas una foto que la retrata a los cinco años en unas piedras del río Characato, en Córdoba, durante las únicas vacaciones de su infancia, en medio de sus padres, pero aferrada al brazo de papá como si dijera papá es mío, mío. Casi enfrente, en un anaquel, una foto de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Su mamá, Rosalía, había trabajado en la casa de unos marqueses en La Estrada, en Pontevedra, España, donde conoció a Severino, que cortaba el pasto. Luego Esther fue a la facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
E.S. : –Imagino que la mujer en la que se convirtió tiene algo que ver con esa nena de la foto y con esas ansias exitencialistas. ¿Cómo fue entrar a la universidad habiendo sido la hija de la mucama?
E.G. : –Cuando mi madre era mucama, empezó a plantar unas violetas. Se iba con el canasto al Mercado de las Flores donde eran todos hombres. A veces me llevaba y me ponía en un canasto con flores para separame de los olores de la pescadería.
E.S. : –Una marquesa.
E.G. : –“Reinita”, me decía.
E.S. : –Lo decía, por la historia de los marqueses.
E.G. : –Bueno, ella había servido en la casa de los marqueses, los adoraba. Mi papá, en cambio, agnóstico, tenía otros sentimientos respecto de ellos. Mi padre había comenzado a trabajar a los seis años en la casa del señor del pueblo desde que salía el sol hasta que se ponía, y lo que ganaba no alcanzaba para comprar ni un pan de trigo. Y comía las sobras. Esto es en la Guerra Civil Española y en la posguerra. Cuando pasaba el patrón en el auto había que agacharse hasta el piso y decir “Buenos días tenga usted”, y sacarse el sombrero. Esa imagen me parece devastadora.
E.S. : –Buena imagen.
E.G. : –Sí, pero no es nada romántico ir al fondo muerta de frío y entrar en un baño compartido por un montón de personas, no tener agua caliente. La pobreza no tiene nada de romanticismo.
Entrevista para "Miradas al Sur" realizada por Exequiel Siddig.
Año 3. Edición número 134. Domingo 12 de diciembre de 2010 .Por Exequiel Siddig
esiddig@miradasalsur.com
Publicado en :
http://sur.elargentino.com/notas/milite-cuando-era-adolescente-y-jamas-lo-dije
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