“¿Acaso alguien se cree que este país se hundió porque la gente descubrió la verdad sobre el Gulag? Eso lo creen los que se dedican a escribir libros. Pero la gente de a pie no vive preocupada por la historia. Sus vidas son mucho más elementales: enamorarse, casarse, ver crecer a sus hijos… Levantar una casa. La desaparición de la URSS se debe a la escasez de botas de mujer y papel higiénico. El país se hundió porque no se vendían naranjas”.
Se trata de uno de los tantos testimonios recogidos en el libro El fin del “Homo sovieticus”, de la periodista bielorrusa que ganó el premio Nobel de Literatura, Svetlana Aleksievich. Naturalmente la realidad habrá sido más compleja pero el ejemplo puede servir de analogía para comprender que sucedió, qué sucede y qué puede suceder en Argentina, especialmente por esa suerte de sobreideologización del debate público que lleva años en nuestro país.
Efectivamente, como hemos dicho muchas veces aquí, algo que caracterizó al kirchnerismo es su demanda a los votantes; todo el mundo debía ser militante y sacrificarse por la causa por la que no se sacrificaron la mayoría de los dirigentes. El paquete era completo e incluía no comprar dólares, abrazar la patria latinoamericana, ser garantista y, con los años, decir que sí a toda la agenda progre porque la derecha es mala, mala y muy mala, aun cuando a veces tenga razón.
De repente, cada mesa familiar se transformó en una disputa política y la Argentina se atormentó de sentido con la cantinela vacía de que “todo es político”.
Así, en cada comentario el votante k se sentía obligado a evangelizar porque “había que dar el debate, convencer”, como esos que nos tocan el timbre los domingos a la mañana para dar la voz de Dios. Y había que hacerlo dejando bien en claro que se hablaba desde un lugar. El otro tenía que saber de qué lado estábamos. A lo largo del tiempo eso pudo ser una remera, un tatuaje, un look, una forma de hablar, un pañuelo de un color: en tiempos donde lo único que importa es la identidad, no podemos darnos el lujo de que el otro no sepa qué somos.
Lo cierto es que se creyó que la batalla cultural era todo y que los 12 años de gobierno k habían sido suficientes para sentar las bases de un imposible retorno de la derecha. Pero, claro está, nunca se entendió que si el kirchnerismo tuvo un apoyo popular como el que tuvo, no fue por esa sobreideologización sino porque la gente vivía mejor. Para decirlo con el ejemplo inicial: la cosa funcionó mientras había para comprar botas y papel higiénico. Se dirá que en 2015 podíamos comprar todo eso y más. Absolutamente. Pero convengamos que comparados con los primeros 8 años de kirchnerismo, los últimos 4 fueron regulares y ya no podíamos comprar tantas botas ni tanto papel, más allá de que comparado con lo que vino después, la diferencia fue abismal. Asimismo, claro está, el adversario jugó sus cartas y logró instalar que “no te vamos a sacar nada de lo que es tuyo”, es decir, quien consideraba al kirchnerismo el enemigo número 1, tenía que, por un lado, mentir y, por otro lado, admitir los logros del oficialismo para recibir los votos. Lo que vino después ya lo sabemos.
Esto no significa que todo se reduzca a un “es la economía, estúpido”. Porque no es solo eso… pero sin eso es muy difícil. Quizás no sea condición suficiente, pero, sin dudas, es condición necesaria para la continuidad de una gestión. Preguntemos si no a los gobiernos de Macri y Alberto Fernández, gobiernos que duplicaron y cuadruplicaron respectivamente la inflación heredada y que, por ello, no pudieron ser reelegidos. Digámoslo así, entonces: “es, en buena medida, la economía de las pequeñas cosas, estúpido”.
Milei también dice dar la batalla cultural y sus acciones así lo avalan, pero si considera que con eso va a alcanzar, cometerá el mismo error. De hecho, (es una sospecha), Milei corre el riesgo de creerse que la mitad de los argentinos ha devenido libertaria cuando no son libertarios ni siquiera los fans que lo van a ver al Luna Park. ¿O ustedes que creen? ¿Que fueron a escuchar una exposición sobre Von Mises y Rothbard o a verlo cantar?
Con todo, sí parece haber conciencia en el gobierno de que su supervivencia depende del freno a la inflación y que, en el plano comunicacional, lo único que importa es mostrar que todos los meses baja un poco más. De aquí el retraso de la quita de subsidios que es necesario quitar.
En todo caso, está el problema de la sábana corta porque si sigue retrasando algunos aumentos, tendrá que hacer más dibujos para sostener su obsesión: el superávit fiscal. Pero, con algo de creatividad financiera, puede que unos meses más el motor le dé.
Quizás sea por esto que a Milei le preocupa más una corridita que suba 200 pesos el dólar ilegal que 100.000 tipos en la calle. Y hace bien, aunque también se ha demostrado que ante movilizaciones multitudinarias el gobierno cede. Pero la incapacidad que está demostrando la gestión del presidente será perdonada en la medida en que la inflación siga a la baja. Al menos mientras siga fresco el recuerdo del gobierno anterior, el que, con inclusión, con un Estado presente y hablando como corresponde para que nadie se ofenda, pulverizó el poder adquisitivo gracias a una inflación de más del 200%.
Con la inflación a la baja, Milei puede cantar y hacer su performance del León y las Fuerzas del cielo, casi como ese capítulo de los Simpson en el que todos le decían a Bart “Haz lo tuyo”. Incluso continuará el idilio de identificación de un sector de la población con ese Milei roto, rebelde, plebeyo y hasta amateur en muchas cosas. Quizás porque buena parte de la gente está bastante rota también.
Pero el número de la inflación es clave para poder volver a comprar las botas y el papel higiénico. Quizás luego no las podamos comprar porque no hay trabajo, pero ese será otro problema. En este sentido, si la megalomanía de Milei, aquella que le hace creer que su juego es el de las “grandes ligas” como referente universal de las ideas de la libertad, le hace olvidar aquellas pequeñas cosas que son centrales para la vida diaria de la gente, recibirá el sopapo, primero de las encuestas, y luego de las urnas.
Pasó con la URSS y pasa en la Argentina libertaria de Milei. Son aquellas pequeñas cosas que tienen a los gobiernos a su merced las que marcan el sentir de la calle; cosas del día a día, simples, el boleto del tren, la leche, un alquiler, que no te afanen la bici, la cola en el hospital; aquellas pequeñas cosas que, si no las tenemos, hacen que lloremos (y puteemos) cuando nadie nos ve.
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