El escándalo de Marcelo Villegas, ex ministro de Trabajo de María Eugenia Vidal, es una muestra de la diferencia entre lo que se dice y lo que se hace y una subestimación del impacto de las acciones
Por Santiago Aragón
La ambición de tener una "Gestapo" a la medida de los deseos de gestión. La didáctica precisión para instruir los elementos necesarios para "armar" una causa judicial. La exhortación a colaborar para perseguir a representantes del movimiento obrero. Si lo guionás, te lo rechazan por inverosímil. Ningún personaje de ficción, aun en physique du role de malvado, es tan frívolo o canalla. Pero no necesitás un guionista afiebrado. La realidad es tan salvaje que te impacta con una toma fija. El recital que protagonizó Marcelo Villegas, ex ministro de Trabajo de María Eugenia Vidal, ante un público atento compuesto por empresarios y por servicios de inteligencia, y sin dejar nada librado a la imaginación, representa el acto más escandaloso de un 2021 que todavía no se rinde. Define una intencionalidad y un modus operandi que confirma el desdoblamiento entre lo que se dice y lo que se hace.
Cuando Villegas se regala -y lo regalan-, desnuda, más allá de lo puntual de su banalidad y de su impericia, dificultades estructurales para la concepción de lo público que pueden explicar el fracaso de la gestión de Cambiemos tanto a nivel nacional como provincial. Existe una subestimación de la dimensión de lo visible respecto de lo oculto. Este voluntario abandono del espacio público se expresa en una sobreactuación de la villanía, donde los motivos inconfesos determinan las acciones.
La verdad está en las sombras. La inexperiencia en el procedimiento, evidencia, además, un desconocimiento de la complejidad de la gestión pública. Queda, como elemento anexo de análisis, la necesidad de moderar la aparente relación directa entre la naturaleza de un escándalo y su influencia en el comportamiento electoral.
Hacer el mal para hacer el bien
Quien se ufana de decir en privado lo que a la luz del sol negará expresa una desvalorización del espacio público y de las relaciones que se dan en él. La vida en común está representada en una serie de acciones visibles que expresan tus intenciones. Cuando lo que hacés en privado se transforma en tu verdadero yo, tu vida pública se vuelve una coartada. Las implicancias de la acción de Villegas son tan graves en lo material como en lo simbólico. Manifiestan una forma de entender la política: lo que se hace a la vista de todos es para la gilada. Las decisiones se toman, y se comunican, donde nadie te ve.
La dimensión confidente confirma lo que la gente sospecha: asistimos a una representación teatral mientras el poder se disputa puertas adentro. Esto se expresa en un nivel cada vez más alto de desafección política de parte de la sociedad civil.
Villegas juega al villano. Juega a sostener caras opuestas. A la potencia de lo que debe permanecer oculto. Reclama el derecho de hacer el mal en búsqueda del bien. La posibilidad de coquetear con lo ilegal como camino de gestión es la idea de la política que tienen los que dicen no pertenecer a ella. Si la ves de afuera, y tenés los prejuicios al día, suponés que el funcionario puede administrar un uso discrecional de la fuerza en beneficio de sus intereses, aunque estos no sean los de todos ni los recursos sean precisamente lícitos.
El problema es cuando estos prejuicios te acompañan siendo funcionario en gestión y se transforman en políticas de Estado para justificarlos. El pragmatismo son los padres. Hacemos lo que hacemos porque creemos en lo que creemos. A veces, el progresismo olvida que las derechas son profundamente ideológicas y que en ese hecho radica su limitación y su potencia.
La tríada operativa del modelo de gestión de Cambiemos se completa con una subestimación de la complejidad que representa la gestión pública, lo que explica la inacción del macrismo en varias áreas de su gobierno. El éxodo de gerentes de empresas mudados a la administración pública, con cierta curiosidad antropológica, y los grupos de WhatsApp pidiendo currículums para ocupar desde Direcciones hasta Secretarías de Estado (Linkedinpower) estaban regidos por un mismo espíritu: si esta persona fue eficiente en su organización, ¿por qué no podría aplicar esa experiencia en el ámbito gubernamental?
La candidez de este deseo de transmutación se extendía hasta la figura del mismo presidente, en modelo análogo al de Trump o al de Piñera. En el Estado solo les puede ir mejor. Las evidencias rinden a los deseos. La gestión pública expresa una complejidad de intereses y de actores insospechada para quienes proceden de otros ámbitos. Dotaciones de planta integradas durante gestiones de distinto signo ideológico, funcionarios de paso y la presencia de gremios fuertes generan un combo que no se explica en los manuales y que ubica a la negociación en el centro de la práctica política.
La cuarta enseñanza del caso Villegas es que el escándalo no pierde elecciones. El derecho a buscar un cajón de Herminio en cada esquina, así como el derecho a quemarlo, aporta sentido pero no muda electores. El escándalo, como el amor y como el asombro, está en el escandalizado y no en lo escandalizador. Si estás dispuesto a indignarte, lo vas a hacer con una fiesta de cumpleaños, con un outfit en la misa del 25 o con un velorio popular. Si no lo estás, puede aparecer en pantalla un funcionario diciendo que, si por él fuera, armaría una "Gestapo" a medida de los dirigentes sindicales y que tu reacción no signifique más que el gesto distraído y automático de quien levanta los pies cuando pasan la aspiradora. El escandalizado, como el enamorado y el asombrado, ya venía así desde la casa.
Las paloma son halcones
Quedan como elementos accesorios la elección de algunos comunicadores (¡oh, rol de los medios, ven a mí!) de realizar un tipo de cobertura indirecta, calificando la acción como polémica y concentrándose en las repercusiones, la justificación del mal en el combate a un mal mayor. La voluntad de presentar el escándalo como controversia y ubicarlo en el marco de una disputa en la que el peso de las respuestas del kichnerismo aliviane la carga de la acción imputada. Hay que buscar, también, los restos del naufragio de los análisis ornitológicos: las que parecen palomas también son halcones. La única diferencia es la expresión pública y en algunas ideologías eso es solo un asunto de cosmética.
Lo de Villegas, aunque grotesco, no es un exabrupto. Representa el déficit de un modelo político comunicacional que puede explicar en sus carencias la imposibilidad de consolidar poder y la propensión a dilapidarlo: la insistencia en diferenciar ámbitos públicos de privados, poniendo al primero al servicio del segundo, un pensamiento purificador de representación del bien, por el medio que sea, en combate permanente contra un mal endémico que corrompe la institucionalidad e impide el progreso y, finalmente, una subestimación de la complejidad de la gestión estatal y sus implicancias.
Si tus acciones no expresan las intenciones verdaderas y si tus razones permanecen tan ocultas como la cámara que las pone en evidencia, tu capacidad de expresar a través de tu política se reduce a un artificio del marketing. Lo público se discute en público, porque lo que no se ve no comunica.
Especialista en comunicación política
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