En 2015 el Frente para la Victoria enfrentaba una elección
interna para definir cuál sería el candidato que sucedería, en caso de ganar
las elecciones, a Cristina Fernández.
Se enfrentaban Florencio Randazzo, un ministro que
presentaba un perfil extremadamente kirchnerista (y que se puso bastante
agresivo con el otro candidato), con Daniel Scioli, un hombre moderado, que
había acompañado a Néstor desde 2003, pero que despertaba desconfianza entre
los militantes más identificados con la familia Kirchner. El apoyo de Cristina
a este último sorprendió a muchos, y tiene muchas lecturas: cortar una interna
que por decisión de Randazzo se estaba volviendo verbalmente violenta; buscar en
un candidato moderado los votos que faltaban para ganar, o quizás simplemente,
si vemos el devenir posterior de Florencio Randazzo, la entonces Presidenta tuviera claro con los
bueyes que araba.
De 2015 puede haber dudas, pero al repetir la actitud cuatro
años después esas opciones se despejan, porque en 2019 Cristina nuevamente
apoyó a un hombre moderado, de centro, que había acompañado en algunos momentos
para ser opositor en otros, cuyo perfil ella conocía perfectamente (son amigos
desde hace décadas). Evidentemente, en la evaluación de Cristina, con los votos
propios no le alcanza para ganar con un margen que le permita luego
gobernabilidad.
La creación del Frente de Todos en 2019 responde a esta lógica: se unió el kirchnerismo a fuerzas y dirigentes que se le habían opuesto durante muchos años: además del propio Alberto, uno puede señalar a Sergio Massa, Felipe Solá o Alberto Rodríguez Saa. Cristina, como siempre, estaba haciendo política.
La política es la actividad que permite llevar adelante
nuestras ideas, nuestros sueños, nuestros proyectos… es decir nuestra
ideología. La ideología es siempre “pura”, “perfecta”, porque es un sueño a
cumplir: podemos pedir todo. Luego la política baja esos sueños a la realidad,
y el buen político sabe construir consensos y hegemonías, conoce los tiempos, y
sabe que cosas se pueden concretar de inmediato, para cuales habrá que esperar,
y cuales probablemente nunca dejen de ser un sueño.
Es como un partido de fútbol: ningún equipo ataca siempre, o
defiende siempre. Para lograr éxitos hay que saber cuándo se ataca y cuándo se
defiende. Cuándo hay que hacer tiempo y cuando será necesario “colgarse del
travesaño” para defender un resultado, una conquista.
La evaluación de Cristina fue correcta: con un
candidato moderado, aliados con el
Frente Renovador de Sergio Massa, y con el apoyo del muchos gobernadores muy
pero muy moderados, se ganó por apenas ocho puntos, 48 a 40, y eso que se contó
con la inestimable ayuda del espantoso gobierno que Macri había llevado
adelante. Quedó claro que la unidad era necesaria para ganar e intentar
gobernar, y la capacidad de la alianza de derecha para mantenerse unida pese a
la derrota y volver a sacar un resultado cercano al 40% de los votos en las legislativas del mes pasado, deja bien
en claro que sin esa unidad, se pierde. Por eso el objetivo de mantener esa
unidad es absolutamente central, y queda bastante claro que si una fuerza
integra sectores moderados con otros más radicalizados, el punto de consenso va
a estar siempre más cerca del centro, pues medidas muy extremas comprometen la
estabilidad de esa alianza.
Por eso sorprende la “desilusión” de algunos compañeros, que
se quejan de que el Presidente es “tibio”, y no faltan los que dicen que es “de
derecha” . Alberto Fernández es un centrista progresista. Lo fue toda la vida. -De derecha es Horacio Rodríguez Larreta, y de extrema derecha Javier Milei-.
Parece claro que quien manifiesta estas inquietudes hizo una lectura equivocada
del frente electoral que creó Cristina Fernández de Kirchner a mediados de
2019. La verdad es que si pensaron que ella iba a gobernar, y que Alberto sería
un títere, no entendieron nada. La “tibieza” (moderación) del gobierno era
esperable, sobre todo teniendo en cuenta que en 2019 se ganó por apenas ocho
puntos, que la derecha conservó un poder muy importante en el Congreso, en las
Gobernaciones y en intendencias, y que el poder judicial, el poder mediático,
las fuerzas de seguridad y los empresarios se sienten muy cómodos con esa
ideología neoliberal que ostenta JxC.
Entonces, la verdad, es que la situación de la fuerza
triunfante en 2019 nunca fue sencilla, porque además el macrismo dejaba una
deuda impagable, y todo se complicó con la pandemia. Porque el FdT hubiera
intentado acomodar en 2020-21 las principales variables socio económicas para
luego, con un triunfo en la elección de medio término, intentar logros más
osados. Pero la cuarentena, la pandemia y las dificultades económicas que
generaron, transformaron esos primeros dos años en una lucha por la
supervivencia, y el resultado electoral de este año, si bien no fue
catastrófico, fue malo.
Si no logramos mayoría para aprobar el presupuesto, imaginen
que lejos estamos de obtener dos tercios de las voluntades de los senadores
para designar un Procurador/a o un quinto miembro de la Corte Suprema. Eso solo
debería hacernos entender que no es momento de generar divisiones en la tropa
propia. Pero, además, existe un elemento nuevo, realmente preocupante.
Cuando Macri ganó las elecciones en 2015 su fuerza ocupaba
el extremo derecho del espectro político. Nada que existiera más allá tenía ni
la más remota posibilidad de alcanzar resultados positivos. Hoy, por el
contrario, a esta derecha que nos gobernó hasta hace dos años, le ha crecido un
embrión neofascista que se ubica mucho más allá, y que ha obtenido resultados
nada despreciables. Esto es nuevo, ya que al menos desde 1976 no existía en el
espectro político argentino un grupo o fuerza de extrema derecha y veleidades
fascistas que tuviera posibilidades concretas de llegar al poder. Esta amenaza
se ve potenciada, fortalecida, porque es un fenómeno mundial, que tiene incluso
representantes en países tan cercanos a nosotros como Brasil, cuyo presidente
forma parte de este reverdecimiento fascistoide.
Por eso la prioridad debe ser hoy evitar que un gobierno
fascista (o conteniendo a esos fascistas) tome el poder en 2023. Para lograrlo
debemos fortalecer al FdT, tratar de que mejore su actuación (digamos que estos
dos años fueron realmente pobres), y seguramente deberemos dejar que algunos
sueños sigan siendo eso: sueños. La política sin ideología es una actividad
bastarda, pero cuando la ideología reemplaza a la política se cae en un
idealismo más cercano al mundo onírico que a la realidad.
Frente al horror absoluto de una derecha neofascista que, si
como no fuera suficientemente malo su perfil político, sostiene además una
teoría económica neoliberal, debemos darle la mano a todos los demócratas que
quieran evitar esa horrible vuelta al pasado, ese regreso a los tiempos más
negros del siglo XX.
Todos es Todos… todos los que no sean fascistas.
Adrián Corbella
20 de diciembre de 2021
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