lunes, 1 de abril de 2019
Agitar la grieta en la debacle, por Claudio Scaletta (para "CASH" del 31-03-19)
Todas las tribus tienen sus debates. En la de los más politizados, que incluye a muchos economistas, un debate clásico es cuán determinante resulta la situación económica al momento de votar. En términos más sofisticados y generalizando se trata de la pregunta por la relación entre la base material y la consolidación de una hegemonía política. A priori puede decirse que “en el largo plazo” no puede haber hegemonía sin la consolidación de una base material. Si el modelo económico no es sustentable, tampoco puede ser políticamente estable, es casi una obviedad. Pero hoy nadie piensa en el largo plazo, la meta está a la vista y es octubre.
El análisis tiene entonces dos dimensiones contrapuestas. La de la “objetividad” de los indicadores económicos y las subjetividades construidas por fuera de la realidad económica.
Si se comienza por los datos económicos el resultado negativo de 40 meses de gobierno de Cambiemos es abrumador. El primer trimestre de 2019 mostró que todos los indicadores se comportaron bastante peor a lo esperado por el oficialismo. El dólar saltó en marzo más del 10 por ciento hasta el escalón de los 45 pesos, un porcentaje similar a la inflación acumulada en los primeros tres meses del año. También se conoció una aceleración en la indigencia y la pobreza, al 32 y 6,7 por ciento de la población, respectivamente. El salto en la pobreza entre los segundos semestres de 2018 y 2017 fue de 6 puntos. Pero más doloroso aun fue el salto de 3 puntos en la indigencia, pues no se trata de compatriotas que ya no pueden acceder al esparcimiento, viajar o tener medicina prepaga, tampoco siquiera de familias que no pueden cubrir el alquiler de sus viviendas, sino de 1,9 millones de personas que no pueden cubrir una canasta básica de alimentos, es decir que literalmente pasan hambre.
Ya nadie que entienda medianamente el mundo económico –no por teoría, sino por la simple observación cotidiana– desconoce la relación entre precio del dólar, inflación y deterioro de las condiciones de vida. Por eso el gobierno gasta sus últimos cartuchos en tratar de contener el precio de la divisa. Esta semana le regaló más negocio financiero a los bancos comerciales permitiéndoles colocar en Leliq la totalidad de los depósitos de sus clientes (antes podían hacerlo hasta el 65 por ciento). La idea del BCRA es que una porción mayor de la impresionante tasa del 68 por ciento anual que alcanzaron estos títulos derrame también a los plazos fijos. Efectivamente tras la resolución del Central los bancos aumentaron la tasa de los depósitos a plazo a valores que oscilan entre el 40 y el 45 por ciento, siempre anual.
Las entidades financieras justifican el diferencial argumentando que los depósitos se renuevan mensualmente, mientras que las Leliq lo hacen semanalmente. La idea es que con una oferta de más del 40 anual, un valor que se presume positivo respecto de la inflación esperada, los ahorristas se queden en pesos en vez de pasarse a dólares. La suba del dólar del 10,7 por ciento en marzo, una clara pérdida para los que se quedaron en moneda local, no funciona precisamente como incentivo.
Sin embargo, en el oficialismo confían que en los próximos meses los dólares del FMI y el pico de liquidaciones de los exportadores agropecuarios contendrán el tipo de cambio. A ello suman una plaza que suponen seca de pesos por la contracción monetaria, una clara confusión entre stocks y flujos, ya que lo que tiende a dolarizarse no son sólo los ahorros sino también el excedente que se genera mes a mes. Luego, habrá que ver si los exportadores consideran suficiente un tipo de cambio dentro de la banda de no intervención, es decir de hasta 50 pesos.
En cualquier caso sostener el dólar no sacará a la economía del frío gélido en que ingresó desde hace al menos 9 meses y bajo el gobierno del FMI. El dato para las elecciones no será entonces el de los logros económicos, como pudo serlo en 2017 aunque formalmente se estaba construyendo la bomba del presente, sino su interpretación.
Aquí aparece la dimensión de la subjetividad. A pesar de la debacle económica el gobierno todavía confía en que podrá movilizar a su favor tres factores. El primero es lograr que una porción importante de la población atribuya los males del presente a un gobierno que no gobierna hace 40 meses. El segundo es conseguir que esa misma porción de la población acepte el traslado a la economía de la creencia sacrificial de la tradición judeo-cristiana, la idea del valle de lágrimas del presente para llegar al paraíso del futuro. Creer que pobreza y recesión son condiciones previas para el crecimiento y el desarrollo. En estos preceptos se basa la noción de “estamos sentando las bases para un crecimiento genuino”.
El tercer factor, es instrumental y condición para que se acepten los dos anteriores: continuar agitando la grieta demonizando a la oposición. Se trata del mismo camino que contribuyó al triunfo en las elecciones de 2015. Su objetivo último es cultivar el “odio a Cristina” con miras a la posibilidad de un balotaje. Aunque resultaría extraordinario a los ojos de un observador externo, a pocos meses de la finalización del mandato de Mauricio Macri las primeras planas de la prensa del régimen continúan redoblando sobre la presunta corrupción del gobierno precedente. Sin embargo, la pólvora del lawfare quedó muy contaminada por el cruce entre la operación de los cuadernos y los casos de extorsiones, cruce que dinamitó los restos de credibilidad de Comodoro Py.
La subjetividad y el componente ideológico del voto seguirán pesando para contrarrestar el desastre económico, pero como bien saben todos los consultores, ese componente sólo alcanza a los llamados “núcleos duros”. La lucha por la subjetividad y la interpretación seguirá trabajando sobre los sectores menos politizados. El prerrequisito es uno sólo. Evitar que la economía explote antes de octubre. No será tarea fácil.
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