Josetxo Ezcurra, Tlaxcala
Raúl Zibechi, Tlaxcala/La PLuma
Mientras
sostenía el Premio Tata Vasco 2014, entregado por la Universidad
Iberoamericana en Puebla a Fudem (Fuerzas Unidas por Nuestros
Desaparecidos en México), uno de los pocos varones del grupo de 25
familiares que acudieron al acto gritó: Esto es una guerra. El dolor
inimaginable de los familiares los fuerza a mirar de frente y sin
vueltas la realidad que sufren.
En
efecto, hay una guerra contra los pueblos. Una guerra colonial para
apropiarse de los bienes comunes, lo que supone la aniquilación de
aquellas porciones de la humanidad que obstaculizan el robo de esos
bienes, ya sea porque viven encima de ellos, porque se resisten al
despojo o, simplemente, porque sobran, en el más crudo sentido de que
son innecesarios para la acumulación de riqueza.
Una
guerra colonial, además, por el tipo de violencia que utiliza. No sólo
se asesina. Se decapita y se desmiembra para regar las partes a la vista
de la población, como escarmiento y advertencia. Para infundir miedo.
Para paralizar, impedir cualquier reacción, en particular las acciones
colectivas.
No
se trata de una tecnología novedosa. Fue utilizada por la Corona
española para aniquilar las luchas indígenas. Allí la aprendieron los
nuevos colonizadores. Túpac Amaru fue descuartizado vivo delante de la
multitud reunida en la plaza de armas de Cusco.
Amaru
fue obligado a presenciar la tortura y asesinato de sus dos hijos
mayores y de su esposa, además de otros familiares y amigos. Antes de
morir fueron torturados, les cortaron la lengua, todo un símbolo de lo
que realmente molestaba a los conquistadores. El hijo menor, de sólo 10
años, fue obligado a presenciar la tortura y muerte de toda la familia,
para ser luego desterrado a África.
Cusco, 18 de mayo de 1781: ejecución de Tupac Amaru II
La
cabeza de Amaru fue colocada en una lanza exhibida en Cusco y después
en Tinta, sus brazos y piernas fueron enviados a ciudades y pueblos para
escarmiento de sus seguidores. Túpac Katari y sus seguidores sufrieron
más o menos los mismos tormentos y sus restos fueron también esparcidos
por los territorios de lo que hoy es Bolivia. No es nueva la crueldad de
los nuevos conquistadores. Antes se trataba de apoderarse del oro y la
plata; ahora es la minería a cielo abierto, los monocultivos y las
hidroeléctricas. Pero en el fondo, se trata de mantener a los de abajo
en silencio, sometidos y quietos.
La
masacre es la genealogía que diferencia nuestra historia de la europea.
Aquí las formas de disciplinamiento no fueron ni el panóptico* ni el satanic mill, la
fábrica del diablo de la Revolución Industrial y la explotación
capitalista, retratada por el poeta William Blake y analizada con rigor
por Karl Polanyi. El cercamiento de campos a partir del siglo XVI en
Inglaterra, una revolución de los ricos contra los pobres, es analizada
como el quebrantamiento de los viejos derechos y costumbres por los
señores y nobles, “utilizando en ocasiones la violencia y casi siempre las presiones y la intimidación” (La gran transformación, La Piqueta, p. 71, subrayado mío).
Aquí
la violencia fue, y es, la norma, el modo de eliminar a los rebeldes
(como en Santa María de Iquique, Chile, en 1907, cuando fueron
masacrados 3 mil 600 mineros en huelga). Es el modo de advertir a los de
debajo de que no deben moverse del lugar asignado. Aquí hemos tenido, y
tenemos, esclavitud; nada que se parezca al estatuto de trabajador
libre que permitió el desarrollo del capitalismo europeo al robarles las
tierras a los campesinos.
Uno de los poquísimos documentos iconográficos de la masacre de Santa María de Iquique
Nótese
que en las guerras de independencia entre criollos y españoles, los
insurgentes apresados por los realistas no fueron torturados. Miguel
Hidalgo y José María Morelos, por mencionar destacados rebeldes
criollos, fueron juzgados y luego fusilados como se hacía en la época
con los prisioneros de guerra. Sólo el color de piel explica el
diferente trato que tuvieron Túpac Katari y Túpac Amaru, como todos los
indios, negros y mestizos de nuestra América.
No
es historia. En el Brasil democrático, la organización Madres de Mayo
contabiliza, entre 1990 y 2012, 25 masacres, todas de negros y pardos,
como la que dio origen a su militancia: en mayo de 2006, en el contexto
de la represión al Primer Comando de la Capital de Sao Paulo (narcos organizados
desde las cárceles), fueron asesinados 498 jóvenes pobres, varones de
15 a 25 años, entre las 10 de la noche y las 3 de la madrugada por la
policía.
El narco es la excusa. Pero el narco no
existe. Son los negocios que forman parte de los modos de
acumular/robar de la clase dominante. No estamos ante excesos policiales
esporádicos, sino ante un modelo de dominación que hace de la masacre
el modo de atemorizar a las clases populares para que no se salgan del
libreto escrito por los de arriba, y que le llaman democracia: votar un
día cada cinco o seis años y dejarse robar/asesinar el resto del tiempo.
Lo
peor que podemos hacer es no mirar la realidad de frente, hacer como si
la guerra no existiera porque todavía no te han golpeado, porque
todavía sobrevivimos. Esto es contra todos y todas. Es cierto que hay
una porción que aún pueden expresarse libremente, manifestarse incluso,
sin ser aniquilados. Siempre que no se salgan del libreto, que no
pongamos en cuestión el modelo. Bien mirado, los que podemos
manifestarnos a cara descubierta somos algo así como los criollos de las
guerras de independencia, los que pueden esperar una muerte digna, como
Hidalgo y Morelos.
Pero
el tema es otro. Si queremos de verdad que el mundo cambie, y no usar
la resistencia de los de abajo para treparnos arriba, como hicieron los
criollos en las repúblicas, no podemos conformarnos con maquillar lo que
hay. Se trata de tomar otros rumbos.
Tal
vez un buen comienzo sea continuar los pasos de los seguidores de Amaru
y Katari. Reconstruir los cuerpos despedazados para reiniciar el
camino, allí donde el combate fue interrumpido. Es un momento místico:
mirar el horror de frente, trabajar el dolor y el miedo, avanzar tomados
de las manos, para que los llantos no nos nublen el camino.
Pablo Picasso, Matanza en Corea, 1951
*
El panóptico es un tipo de arquitectura carcelaria ideada por el
filósofo utilitarista Jeremy Bentham hacia fines del siglo XVIII. El
objetivo de la estructura panóptica es permitir a su guardián,
guarnecido en una torre central, observar a todos los prisioneros,
recluidos en celdas individuales alrededor de la torre, sin que estos
puedan saber si son observados.
Este dispositivo debía crear así un «sentimiento de omnisciencia invisible» sobre los detenidos. El filósofo e historiador Michel Foucault, en su obra Vigilar y castigar (1975), estudió el modelo abstracto de una sociedad disciplinaria, inaugurando una larga serie de estudios sobre el dispositivo panóptico. «La moral reformada, la salud preservada, la industria vigorizada, la instrucción difundida, los cargos públicos disminuidos, la economía fortificada, todo gracias una simple idea arquitectónica.» — Jeremy Bentham, Le Panoptique, 1780.[Nota de Tlaxcala basada en wikipedia]
Fuente: Tlaxcala, 18 de noviembre de 2014Este dispositivo debía crear así un «sentimiento de omnisciencia invisible» sobre los detenidos. El filósofo e historiador Michel Foucault, en su obra Vigilar y castigar (1975), estudió el modelo abstracto de una sociedad disciplinaria, inaugurando una larga serie de estudios sobre el dispositivo panóptico. «La moral reformada, la salud preservada, la industria vigorizada, la instrucción difundida, los cargos públicos disminuidos, la economía fortificada, todo gracias una simple idea arquitectónica.» — Jeremy Bentham, Le Panoptique, 1780.[Nota de Tlaxcala basada en wikipedia]
Publicado en:
http://www.es.lapluma.net/index.php?option=com_content&view=article&id=6248:2014-11-18-23-23-07&catid=58:opinion&Itemid=182
Artículos de Raúl Zibechi publicados por La Pluma
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