“El despacho informativo es un recurso bélico tanto como la granada”
Karl Krauss
“[…] el triunfo de la ‘lógica Lanata’ implicaría, por sobre
todo, una democracia cuya única legitimidad sea el control remoto y la
restauración de una realidad creada por la palabra de unos periodistas que
gritando ‘Hágase la corrupción’ quieren volver a ser Dios. […] esta disputa por
volver a poseer un lenguaje capaz por sí mismo de crear independientemente de
cualquier corroboración puede tener consecuencias insospechadas para la
democracia. Tómese, por ejemplo, el caso de la destitución del Presidente
Fernando Lugo en Paraguay, en una suerte de insólito juicio sumario allá por
junio de 2012. En principio, el gran debate se instaló acerca de la nominación
de este hecho, pues ¿Se puede hablar de un golpe de Estado? La respuesta a este
interrogante supone incluir una serie de matices. En primer lugar, la
definición tradicional de ‘golpe de estado’ tal como los hemos padecido en el
sur del continente, por ejemplo, en la década del ’70, no parece capaz de
explicar lo que sucedió en Paraguay: no hubo fuerzas armadas levantándose
contra la democracia, ni enfrentamientos, ni guerrillas, ni, en principio, un
plan sistemático de desestabilización continental orquestado por Estados
Unidos. Por otra parte, lo ocurrido en Paraguay parece distinto de lo que
acaeciera en Honduras cuando el ejército secuestró al Presidente Zelaya, o en
Ecuador cuando una sublevación policial casi se carga la vida del Presidente
Correa. Así, lo que pasó en Paraguay, alguien podría decir, pareciera ser nada
más que una salida institucional a una crisis, y sin embargo plantearlo de ese
modo sería de una ingenuidad casi cómplice. Pues si bien se puede afirmar que
la instancia de juicio político es un mecanismo dispuesto por la Constitución
paraguaya, que éste se haya realizado apenas una semana después del salvaje
enfrentamiento de Curuguaty (el hecho que fue el detonante del juicio) y que se
le otorgaran a Lugo sólo dos horas para ejercer su legítima defensa, resulta un
episodio que no resiste el menor análisis. En este sentido, bien podría
alegarse que las formas institucionales no se han respetado, y que ese juicio
político está viciado.
[…]
Pero de lo que quisiera ocuparme específicamente es del rol
que están jugando los medios en estos intentos, a veces exitosos, de
desestabilización de gobiernos democráticos. Tanto usted como yo sabemos que no
hay golpe que pueda justificarse sin el apoyo de los principales diarios, las
radios y los canales de cada país y que esto se vio con mucha claridad incluso
en aquellos golpes que se sucedieron ya en los años 70. Sin embargo, también es
necesario aclarar que el poder de penetración y ubicuidad que éstos tienen,
sumado al carácter cuasi monopólico que se manifiesta en todo el continente y
por el cual algunos empresarios son capaces de extorsionar y doblegar al poder
político de turno, merece un análisis más exhaustivo.
Voy a retomar algunos fragmentos de lo sucedido en los
últimos tiempos como muestra. Cuando en uno de los cacerolazos del 2012 en
Argentina, los manifestantes afirmaban ‘nos falta libertad’, ‘el gobierno avala
a los delincuentes y son todos chorros’, ‘esto es peor que una dictadura’, ‘los
K no respetan la propiedad privada y
dividen al país’, se está frente a un diagnóstico que justificaría cualquier
acción contra un gobierno, independientemente del amplio apoyo en las urnas que
hubiera tenido. De hecho, no es casual que de ese contexto surgiera, desde esos
mismos manifestantes con brutal violencia, la agresión a periodistas
identificados con programas de sesgo oficialista.
Ahora bien, esa terminología, esa inflación de las palabras,
ese abuso, no es el producto de un micromundo marginal de caceroleros
destituyentes. De hecho, no es otra cosa que la repetición de los mantras que
venimos leyendo en los distintos editoriales de los periodistas del
establishment en los últimos años. Insisto con esto: si estos diagnósticos representaran cabalmente
la realidad y no se basaran simplemente en una posición ideológica carente de
pruebas, no sería descabellado plantearse la legitimidad de un gobierno pues,
como todos sabemos, la legitimidad de origen (las urnas) no avala que una vez en
el poder el gobernante haga lo que le de la gana.
Pero usted seguramente se preguntará que tiene que ver esto
con Paraguay y con la performatividad (x) del lenguaje que venimos
desarrollando. Y mi respuesta es que el vínculo me parece contundente. Para
ello me voy a servir de una parte del texto del libelo acusatorio que
presentaron los diputados paraguayos para destituir a Lugo. Allí se mencionan,
en principio, cinco causales de la destitución: la realización de un mitin
político en un cuartel; la presunta complicidad de Lugo con grupos sin tierra
que ocupan la propiedad privada de los principales productores de soja; la
firma de un tratado (Ushuaia II) por el cual se afectaría la soberanía energética
de Paraguay; la ya mencionada matanza de Curuguaty; y, aunque usted no lo crea,
la ola de inseguridad. Tras la enunciación y una brevísima explicación de cada
una de estas causales, el texto afirma:
‘Fernando Lugo representa lo más nefasto para el pueblo paraguayo que se encuentra llorando la pérdida de vidas inocentes debido a la criminal negligencia y desidia del actual Presidente de la República, quien desde que asumió la conducción del país gobernó promoviendo el odio entre los paraguayos, la lucha violenta entre pobres y ricos, la justicia por mano propia y la violación del derecho de propiedad, atentando de modo permanente contra la Carta Magna, las instituciones republicanas y el Estado de derecho’.
Como usted nota, se trata de comentarios de un inmenso nivel
de abstracción, hijos de controvertidas interpretaciones, pero si lo examina
con detenimiento es casi lo mismo que se le adjudica al gobierno de CFK en
Argentina o al resto de los gobiernos populares de la región. En el caso
argentino, se dice que el gobierno promueve el odio porque utiliza la causa de
los derechos humanos como venganza y no promoviendo la reconciliación; que
persigue a los ricos por un odio de clase y se acerca a los pobres sólo con
fines electorales; que no hay justicia; que como no se pueden comprar dólares
para atesorar de manera irrestricta y se promueven leyes antimonopólicas, se
viola la propiedad privada, y por último, que como se trata de un gobierno con
rasgos autoritarios no hay división de poderes y se ataca así a los pilares de
la República.
Pero lo más interesante es, retomando el libelo acusatorio,
el apartado de la pruebas que avalarían semejantes acusaciones. Cito, una vez
más, textual:
“todas las causales mencionadas más arriba son de pública notoriedad, motivo por el cual no necesitan ser probadas”
Leyó bien. Eso es todo. Ya está. No hacen falta pruebas. Una
interpretación completamente sesgada aparece como neutral y apoyada en la ‘pública
notoriedad’, es decir, en lo que todo el tiempo las principales usinas
mediáticas imponen. El juicio de los
periodistas, en boca de los diputados, se transforma ya en razón suficiente y
prueba. No hace falta preguntarle a la ciudadanía que gobierno desea porque el
periodista de repente se transforma en médium y/o representante de ‘la gente’
lo cual no es otra cosa que el eufemismo por el cual se muestra que éste es el
portavoz de los discursos dominantes, el que impone las categorías a través de
las cuales se analizará el desempeño de un gobierno. Así notamos, una vez más,
que los golpes comienzan instalándose a partir de una serie de discursos y un
conjunto de categorías que acaban naturalizándose para materializarse en formas
diversas y con distintos artilugios, algunos, incluso, con apariencia de
legalidad. Es por todo esto que decimos que aunque siempre, en parte, fue así,
hoy más que nunca la democracia se defiende en la calle, construyendo
estructuras políticas capaces de, al menos, generar un equilibrio de fuerzas y,
sobre todo, poniendo en tela de juicio las palabras a través de las cuales los
discursos dominantes presentan lo que consideran real y lo que resulta,
supuestamente, evidente. ¿Se entiende ahora hasta qué punto puede llegar una
prensa que en el mero hecho del nombrar construya la realidad?”.
Extractado de Dante Augusto Palma: QUINTO PODER.EL OCASO DEL PERIODISMO, Planeta, Buenos Aires, 2014
(Selección, pags. 64 a 71)
NOTA DEL EDITOR DE "MIRANDO HACIA ADENTRO":
(X): Son performativos, según explica Palma, los enunciados “de
los cuales no se puede predicar la verdad o la falsedad, pero cuya mera enunciación
presupone una acción” y luego agrega “los performativos crean realidad”, son
enunciados creadores de realidad (Quinto Poder, pag. 62)
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