El kirchnerismo debe establecer una estrategia a mediano y largo plazo que supere el escenario de 2015.
El que se apura pierde. Y el kirchnerismo puro y duro no tiene ningún apuro. Imposibilitada su líder para una re-reelección por la institucionalidad liberal conservadora y sin la emergencia de un candidato "natural" que pueda remplazar con cierta precisión y lealtad a la presidenta de la Nación, el kirchnerismo –entendido como la mejor interpretación del peronismo en el siglo XXI, pero también con los sectores aliados provenientes de la izquierda, el progresismo o el radicalismo– no debería consumirse en la ansiedad de resolver ya el enigma del 2015. No tiene sentido, pero tampoco es demasiado relevante en término de urgencia política.
Metido en la encrucijada 2015, el kirchnerismo –que no es exactamente lo mismo que el aparato del PJ (que incluye gobernadores e intendentes con poder territorial) pero que está en permanente diálogo y en muchos casos lo incluye– no tendría que preocuparse demasiado por las elecciones del año próximo.
Que se entienda bien: esto no significa que no deba jugar a ganador en los comicios o que le conviene especular con una derrota para un regreso triunfal en el 2019. La historia demuestra que esas operaciones no son demasiado felices y que no es tan fácil volver una vez que se ha perdido el gobierno. Lo que intento decir es que el kirchnerismo está en condiciones de establecer una estrategia a mediano y largo plazo que supere el escenario del año próximo. Ese es el verdadero desafío.
Las encuestas que el diario La Nación no pudo dejar de publicar demuestran varias cosas: a) que Cristina Fernánez de Kirchner es la figura institucional más importante de la etapa democrática argentina. Luego de siete años de gobierno ininterrumpido mantiene una imagen positiva que alcanza a uno de cada dos argentinos. No existe en los últimos 30 años un ejemplo de liderazgo político que pudiera mantener esos guarismos hacia el final de su mandato. Y seguramente esas cifras se acrecentarán –si todo permanece con normalidad– a medida que se acerque el 10 de diciembre de 2015 y más aún luego del alejamiento de su cargo.
Pero hay otro dato que es importantísimo en las estadísticas: uno de cada dos argentinos considera que el modelo merece algunos retoques pero no grandes cambios, que es necesario corregir algunas cosas pero no maniobrar demasiado brusco en materia económica.
Esto demuestra que el modelo kirchnerista –mal que les pese a ciertos dinosaurios ideológicos de la oposición– lejos de estar agotado goza de una buena salud hegemónica. La mayoría de los argentinos considera que este modelo –nacionalismo económico, más intervencionismo estatal, e industrialismo con protección el mercado laboral– es beneficioso para todos. No es un dato menor.
A once años de gobierno, el neoliberalismo no podía jactarse de lo mismo, ya que los índices de exclusión, desocupación, recesión y pobreza en la sociedad dejaban con la legitimidad por el suelo a los hacedores de la economía de los noventa como Domingo Cavallo y otros economista ortodoxos que todavía hoy no pueden recuperarse del vapuleo moral al que la sociedad los somete. Ni siquiera el ¿reciclado? Carlos Melconian o el favorecido por la justicia Federico Sturzenegger pueden predicar sin que alguien les espete, con razón, su complicidad con los años más horrorosos de la economía argentina.
Ese principio de hegemonía –frágil, claro– del modelo económico obliga al kirchnerismo a una mayor responsabilidad política en todos los ámbitos. Y es en este sentido en el que se puede dar el lujo de participar como fiscal general o contralor de calidad del modelo económico en un futuro gobierno que no sea liderado exclusivamente por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, pero que maneje una gran cuota de poder, basada tanto en la legitimidad como en un aparato de resortes institucionales que condicionen a quien maneje las riendas del futuro gobierno.
Un gran bloque en la Cámara de Diputados y otro en Senadores obligaría al próximo gobierno a buscar una gobernabilidad compartida y le daría al kirchnerismo –si logra un alto grado de lealtad parlamentaria– la ventaja de ser necesario como socio en la toma de decisiones. Al mismo tiempo, le permitiría dialogar, también desde un lugar de fuerza, con los ejecutivos provinciales y municipales.
Si a esto se suma un núcleo de apoyo legitimante de una gran parte de la sociedad y un grupo concentrado de formadores de opinión –intelectuales, periodistas, figuras políticas y culturales– permanentemente activos y organizaciones sociales, sindicales y políticas compuestas por militantes convencidos, el panorama que se abre en el 2015 no es de vulnerabilidad del kirchnerismo sino de protagonismo diferenciador.
Esta situación obliga al kirchnerismo a pensar a largo plazo las construcciones políticas, sociales y sindicales que debe realizar. En mi opinión personal, ese andamiaje no puede prescindir de la estructura del PJ, ni debe prescindir de su amplio tendido territorial, sino que debe atravesarlo e ir ocupando espacios hacia el interior de ese mismo aparato para obligar a definir ideológicamente a esa gran maquinaria política en una actualización doctrinaria amplia, plural, diversa, movimientista, pero que no permita volantazos que desnaturalicen –como ocurrió en los noventa y durante el gobierno de María Estela de Perón– el rol histórico del peronismo, que en términos teóricos es un movimiento de orden con vocación de pacto social, concepción nacional de la economía y la cultura, productivista y con un inequívoco rol de representación e inclusión de los sectores populares.
Para lograr estos objetivos, el kirchnerismo debe abrir generosamente sus puertas y estructurar un sistema de alianzas que desborde las organizaciones que hoy se consideran irreductiblemente kirchneristas. Si hasta ahora el objetivo era consolidar el armazón propio, dentro de poco tiempo el desafío consistirá en ampliar la base político, social y territorial con una convocatoria que incluya no sólo lo perfecta y puramente kirchnerista sino también lo que pueda estructurarse en complementariedad con la experiencia de estos doce años. Articular, diversificar, extender territorialmente es la tarea para que en los próximos años el kirchnerismo amplíe su hegemonía hacia instrumentos políticos que garanticen su continuidad en la administración real del poder en la Argentina.
Para permanecer como un poder real, el kirchnerismo debe conseguir legisladores, concejales, intendentes, gobernadores propios que se mantengan como propios más allá de las circunstancias y las conveniencias y urgencias de gestión. ¿Podrá lograrlo?
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http://www.infonews.com/2014/11/02/politica-170278-el-enigma-del-2015.php
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