En estos días, además de los buitres,
sobrevuela una palabra que porta un halo de magia extrema: negociar. El juez Thomas Griesa, Paul Singer, exponentes de la
oposición, adversarios, partidarios y aliados… Todos la pronuncian con tal liviandad que parece la solución de todos
nuestros problemas. O al menos, el que nos ocasionan quienes no adhirieron
al canje y especulan con sacar una tajada mayor de nuestra riqueza. Como todo
vocablo, ‘negociar’ tiene distintas acepciones y, de acuerdo al que la
pronuncie, un sentido diferente. En este caso, además, posee un condimento crucial, que puede convertir el asunto en uno de
los mejores manjares o en el peor de los venenos.
Para algunos –ya sabemos quiénes-
negociar es acatar, obedecer y hasta recitar
loas con genuflexión incluida. Estos son los que sostienen la idea de que
el juez Griesa tiene razón y hay que abonar todo lo que los holdouts exigen, sin atender tonterías relacionadas con soberanía,
futuro, justicia. Y, más grave aún, sin pensar en consecuencias. Ya se ha dicho: un centavo de más que le
demos a los buitres y nuestra controlada –aunque no diminuta- deuda se
convertiría en una carga que nos hundiría por mucho tiempo, sino para siempre.
Porque el que reclama constituye apenas un 1,6 por ciento de las acreencias y
hay un 6 por ciento que está afilando los picos, a la espera de la resolución
de este trámite. Además, se debe agregar al 92,4 por ciento de los bonistas
que, de buena fe, aceptaron el canje 2005-2010 y que, ante la perspectiva de embolsar algo más, podría sumarse a los
litigantes, con justo derecho.
Para otros, hay que aguantar hasta
diciembre, cuando se vence la ya famosa cláusula Rufo, que establece que
cualquier mejora voluntaria sobre ofertas futuras debe aplicarse a todos los
bonistas. Entonces, a más tardar el 2 de enero podríamos sentarnos con los
especuladores para ofrecer ganancias más ventajosas, mientras los que nos apoyaron en los momentos difíciles con quitas y
plazos mirarán esta victoria carroñera por TV. Esto también sería
traicionar a la mayoría que aceptó el canje propuesto por Néstor Kirchner. Si
traición parece fuerte, podemos usar ingratitud. No, si queremos salir indemnes de este laberinto ninguna de las
precedentes deben ser nuestras opciones.
El golazo que
significó depositar los fondos destinados a los bonistas el jueves pasado es un
indicio del camino que debemos seguir: desconcertarlos.
Porque así quedaron, tan desorientados
ante esta gambeta que no saben para dónde correr. Encima, los bonistas
europeos están a la espera de la liberación de los fondos, retenidos por el
Bank of New York Mellon, aunque la sugerencia de Griesa de no pagar resulta incumplible.
Griesa se excedió en su jurisdicción y
el BANY, la entidad pagadora, corre el riesgo de sumergirse en un conflicto
mucho mayor por obedecer ese exceso.
El camino alternativo
Los apoyos
recibidos a la posición argentina no dejan dudas de dónde está la razón. Los
buitres –holdouts, en su versión científica- están cada vez más solos y
repudiados y quienes los apoyan deben recibir un trato similar. Quienes aconsejan
la negociación no saben lo que están proponiendo, o tal vez sí: un nuevo abismo no sólo para nuestro país
sino para todos los que necesiten solucionar sus deudas. Entonces, ¿cuál es
la salida? ¿Obedecer la orden del juez Griesa, por más que esté guiado por un capricho
irracional y destructivo? ¿Conformar a los buitres, por más que eso signifique
nuestra ruina? ¿Qué es más importante, responder, temerosos, a los despiadados
graznidos o respetar nuestras leyes y
consolidar nuestra soberanía?
Argentina ya
gestionó una exitosa negociación en 2005 y, junto con la apertura de 2010,
consiguió la adhesión de más del 90 por ciento de los acreedores. Si eso no es
voluntad negociadora, habría que pensar en otras palabras. Los que hoy claman
por la negociación, están sugiriendo que renunciemos a ser un país para volver
a ser colonia. Lo único que debemos
ofrecerles a estos buitres es lo mismo que hemos ofrecido a los demás y lo que
establecen nuestras leyes: el canje. Y en esto no debe haber fisuras. O
cobran de esa manera o que renuncien para siempre a esas ilegítimas acreencias.
Sin embargo, hay
algunos timoratos que balbucean sus temores ante la desobediencia al fallo de
los Jueces Imperiales. Tanto Griesa como Paul Singer son personas, no dioses ni
ángeles celestiales, tan mortales, tan consustanciados
con su visión ideológica, tan expuestos a errores y pasiones como cualquier
ciudadano. ¿Qué más nos pueden hacer además que amenazarnos con embargos,
declaraciones destempladas o subestimaciones humillantes? ¿Nos van a mandar marines
o una flota de extraterrestres entrenados en el área 51?
Para salir de este
embrollo hay que ponerse firme. A ellos no les debemos nada. Al contrario,
ellos nos deben mucho más. Además de los dolores de cabeza que pueden
ocasionarnos sus estrategias malsanas, en la cuenta deberíamos agregar lo que
gastamos en viajes, papeleos y representación legal. Ellos también gastan mucho
para llevar adelante su pulsión angurrienta, pero siguen empecinados en pisotear cualquier dignidad con tal de salir
triunfantes. Porque no es cuestión de plata para los tipos como ellos sino
la satisfacción de tener al mundo bajo sus inmundas garras. Para nosotros, en
cambio, sí porque una derrota en esta
puja seguramente multiplicará nuestras obligaciones y nos encadenará para
siempre al dominio de estas bestias.
Bestias que tienen
como aliados locales a operadores financieros, periodistas, políticos y jueces
que, desde sus diferentes espacios, tratan de horadar la legitimidad del
Gobierno Nacional. En el último episodio, el juez Lijo consideró oportuno
procesar a Amado Boudou, entre muchos otros, por la causa Ciccone. Una manera poco sutil de debilitar a CFK y
su equipo en este difícil trance internacional. Y los voceros mediáticos
vociferando que todo se hizo mal, que hay que arrodillarse y obedecer. O, en su
difuso vocabulario, negociar. Y los
políticos de la oposición exigen renuncias, licencias, pasos al costado y
esgrimen el juicio político desde una posición de purismo republicano, sin
sospechar siquiera que la causa es más mediática que real. Algunos a conciencia
y otros por mero contagio, pero todos
mordisquean para tumbar de una vez al kirchnerismo, porque no encuentran otra
manera para erradicarlo.
Negociar,
dialogar, consensuar sólo se da entre iguales. Cuando hay desequilibrio es otra
cosa. Los buitres tienen el poder pero
nosotros portamos la luz de la razón. No hay acuerdo posible: sólo la
victoria de una de las partes. Y esta
vez, nos corresponde a nosotros, porque ya perdimos bastante. Y que se
enojen, que pataleen, que amenacen. Como diría Maradona, que la sigan picoteando. Si compraron los bonos a 48
millones para exigirnos 1500, no debemos avalar este latrocinio porque, además
de víctimas, nos convertiremos en
cómplices de nuestra propia aniquilación.
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