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Le Monde Diplomatique. Edición Nro 177 - Marzo de 2014
Explorador N° 1: Estados Unidos
Aún es notoria la índole de primera potencia mundial
de Estados Unidos. Sin embargo, su supremacía, que sigue siendo absoluta en el
terreno militar e importante en el de las nuevas tecnologías, ofrece crecientes
signos de debilidad en los ámbitos político y económico.
En los catorce años que transcurrieron desde el comienzo
del siglo XXI hasta el presente se sucedieron en la historia de Estados Unidos
acontecimientos de extraordinaria relevancia, cuya proyección influyó en el
destino de otras naciones, así como ciertos fenómenos mundiales modelaron el
devenir de la gran potencia de América del Norte. Estos hechos intensificaron
el debate teórico acerca de la naturaleza, los límites y el porvenir de su
hegemonía global, un tema que tiempo antes muy pocos discutían.
La vocación expansionista de Estados Unidos conoció una
dinámica arrolladora desde el siglo XIX, volcada primero a la conquista de los
territorios de sus primitivos habitantes, y después a los de México,
Centroamérica, el Caribe, el océano Pacífico lejano. Pero sería después de la Segunda Guerra
Mundial, que devastó las economías de las potencias derrotadas tanto como las
de sus oponentes, cuando Estados Unidos emergería, con su infraestructura
industrial intacta y su poderío económico, militar y político multiplicado,
como el gran imperio mundial. No estaba solo: tenía enfrente a su ex aliado
estratégico en la victoria sobre la
Alemania nazi, la Unión Soviética, erosionada por las tremendas
pérdidas humanas y materiales de su esfuerzo bélico.
A mediados del siglo XX la supremacía de Estados Unidos en
el mundo capitalista era indiscutida, y su poder e influencia eran decisivos en
los demás países, que de una u otra manera estaban subordinados. Capitalismo y
Estados Unidos eran –y siguen siendo– sinónimos, un capitalismo puro, salvaje,
sin complejos ni inhibiciones, arrasador, potente y dinámico.
La implosión de los regímenes comunistas en la URSS y Europa del Este situó
a Estados Unidos como única superpotencia mundial, lo que el politólogo Francis
Fukuyama caracterizó como “el fin de la Historia”. Sin embargo, en este nuevo paisaje
geopolítico, que parecía sellar el momento de máximo esplendor del imperio
norteamericano, asomarían nuevas contradicciones y nuevos conflictos, que
venían a recordar la complejidad de los múltiples factores que tejen la
historia.
El resurgimiento económico de Japón, Alemania y el resto de
Europa occidental (que Washington apoyó en la segunda posguerra mundial, porque
necesitaba mercados para sus productos y un cinturón próspero para contener la
expansión comunista) fue vertiginoso, hasta erigir a estos países y regiones, a
los que se agregarían otros, como Corea del Sur y Taiwán, en temibles
competidores de la potencia norteamericana. La otrora imbatible industria
estadounidense fue perdiendo competitividad; los automóviles, los aparatos
electrónicos y otros productos japoneses, coreanos y alemanes invadieron el
mundo; al monopolio de la industria aeronáutica norteamericana se le opuso con
éxito la franco-británica-germana.
En la década de 1980, bajo la presidencia de Ronald Reagan,
el neoliberalismo comienza a imponer sus designios: desregulación de los
mercados, debilitamiento del papel fiscalizador y ordenador del Estado, recorte
de los beneficios sociales, privatización de las empresas públicas, caída de
las barreras que impedían la libre circulación de capitales en el mundo. Es la
llamada globalización. A su sombra, el capitalismo financiero alcanza un poder
casi absoluto y nacen formas nuevas y sofisticadas de especulación: el dinero
ya no fabrica cosas sino dinero; ciertas operaciones permiten que en pocos
minutos algunos “magos” de Wall Street puedan ganar fortunas siderales.
En las puertas del siglo XXI irrumpe con fuerza
incontenible en el escenario mundial un nuevo actor, China, destinado a cambiar
las reglas del juego hegemónico internacional. Su peculiar sistema, que combina
las formas capitalistas de producción con la vigencia de un Estado fuerte
controlado por el Partido Comunista, condujo al país a un crecimiento económico
de una magnitud y una rapidez sin precedentes. Es el primer exportador del
planeta, su PIB sólo está por detrás del de Estados Unidos y crece a un ritmo
muchísimo mayor que el de éste, y a finales de 2013 sobrepasó a la potencia
norteamericana como líder del comercio internacional. El FMI y la OCDE vaticinan que en 2016
China será la primera economía del mundo.
No fueron pocos, en el último decenio y medio, los hechos
que denotaron profundas grietas en la política, la sociedad, la defensa y la
economía de Estados Unidos. George W. Bush, que se definía como “un conservador
compasivo”, ganó las elecciones presidenciales de 2000 en medio de numerosas
irregularidades y acusaciones de fraude: fue la Corte Suprema la que
dictaminó finalmente su triunfo. Los ataques terroristas del 11 de septiembre
de 2001 revelaron, por lo menos, groseras e inexplicables fallas de los
servicios de inteligencia y de los dispositivos de defensa, y desnudaron la
vulnerabilidad de la gran potencia. El huracán Katrina, en agosto de 2005, no
fue sólo una calamidad natural: el 80% de la ciudad de Nueva Orleans quedó
inundada durante semanas porque el sistema de diques que la protegía fue
arrasado, y el auxilio a los afectados por parte de los organismos oficiales
fue tardío e ineficaz. El Estado neoliberal mostró su impotencia para hacer
frente a una tragedia social. El impresionante y costosísimo despliegue de sus
fuerzas armadas en Irak y Afganistán no aseguró la imposición en esos países de
una férrea “pax americana”. El estallido de la crisis económica en 2007/2008,
que empezó en Estados Unidos y se trasladó después a Europa, puso al
descubierto las trampas, las falacias y la rapiña practicadas por el gran
capital financiero en el marco de la desregulación imperante. No obstante,
ninguno de los máximos responsables del cataclismo fue juzgado, y siguieron
cobrando sus fabulosos bonus. El Estado acudió con centenares de miles
de millones de dólares –dinero de los contribuyentes– a salvar a las
instituciones financieras que eran “demasiado grandes para quebrar”.
Estados Unidos sigue siendo la superpotencia mundial: su
superioridad militar es apabullante; mantiene la vanguardia en el dominio de
las nuevas tecnologías, particularmente en el ámbito informático y
armamentístico, y está viviendo un renacimiento energético inesperado a causa
de la introducción a gran escala de la técnica del fracking (que implica
graves daños ecológicos y unas inversiones cuantiosas) para liberar el gas y el
petróleo encerrados en las formaciones rocosas.
Pero es, también, el país más endeudado del mundo: su deuda
pública, se estima, llegará en 2014
a 18,3 billones de dólares (China y Japón son sus
principales acreedores). Y es, además, un país donde las desigualdades aumentan
aceleradamente: los ingresos medios del 1% más rico de sus habitantes crecieron
un 271% en los últimos 50 años, en tanto los del 90% más pobre lo hicieron en
un 22%. La caída del salario real de los trabajadores ha sido espectacular: a
comienzos de 2014 el salario mínimo era de 7,25 dólares por hora, un 23% menor,
en valores constantes, que en 1968; si hubiese estado en relación con la
inflación y el incremento de la productividad promedio, debería ser hoy de 25
dólares por hora.
La realidad actual de Estados Unidos configura un mosaico
complejo, variado, atravesado por múltiples líneas de fuerza. Este número de Explorador,
primero de la Segunda
Serie de la publicación, constituye una herramienta de primer
orden para indagar en
sus principales aspectos.
Publicado en:
http://www.eldiplo.org/notas-web/grietas-en-el-imperio/
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