A lo largo de los últimos nueve años se ha producido repetidas veces un contraste muy marcado entre cierto clima mediático, una determinada percepción de la marcha de la economía en sectores acomodados de la sociedad y, especialmente, entre los pronósticos apocalípticos de economistas del establishment y dirigentes de la oposición, y lo que finalmente fueron los resultados de las políticas económicas adoptadas por el Gobierno. La primera vez que eso ocurrió fue en 2003, cuando los gurúes de la city decían que los aumentos salariales por decreto, la dureza en la negociación con el FMI y la orientación keynesiana del gobierno de Kirchner acabarían en catástrofe, y lo que pasó fue que el PBI creció 8,8 por ciento. Entonces dijeron que era el veranito o el rebote del gato muerto. Pero en 2004 la expansión fue del 9 por ciento y en 2005, del 9,2. La distancia entre un pesimismo militante, ideológico, convencido, y la realidad de una economía que tuvo su mayor avance en décadas nunca fue fácil de explicar para los críticos de la estrategia oficial. Una de las razones es que las respuestas elegidas por las autoridades a los distintos desafíos de la economía no entran en sus esquemas de análisis. No podían imaginar el pago con reservas de la deuda con el FMI y el corte casi total de relaciones con el organismo. No formaba ni forma parte de su lógica que la Argentina pueda desarrollar una política autónoma del Fondo Monetario. Y sin embargo ha sido un camino virtuoso. Lo mismo que la dura reestructuración de la deuda, la anulación de las AFJP o la creación de la Asignación Universal por Hijo en 2009, en la peor etapa –hasta ahora– de la crisis internacional, cuando la recomendación interna y externa de los sectores dominantes era ajustar gastos y acovacharse hasta que aclare. El Gobierno hizo lo contrario y los descolocó. Un préstamo a la General Motors y subsidios para evitar despidos –el plan Repro– no figuraban en sus manuales en aquel 2009, pero funcionaron. El partido de 2012 está en pleno desarrollo. Habrá que esperar para saber si la recuperación de YPF, la reforma de la carta orgánica del Banco Central, las señales para reemplazar una cultura dolarizada por otra en pesos y la administración del comercio exterior sirven o no a la mayoría de los argentinos. El anuncio de ayer va en la misma dirección: apostar al crecimiento. Salir para adelante, con los trabajadores como locomotora. “Hay que poner plata abajo, hay que darle a quien va a gastar acá. No sólo es lo más justo, es lo más efectivo”, explican en el Ejecutivo, con un entusiasmo que, otra vez, está en las antípodas del malhumor de los caceroleros de Callao y Santa Fe.
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