La batalla campera de 2008 le aportó al sector una importante reducción tributaria, logrando una suerte de mínimo histórico. Mínimo que no está dispuesto a incrementar significativamente, al menos bajo métodos puramente parlamentarios. De modo que la batalla planteada tiene en principio un objetivo preciso: conservar las conquistas de 2008.
La fiesta de acabó, no hay plata para enviar a las provincias. El pato de la boda volvemos a ser nosotros. Es brutal y la única respuesta es la protesta”, sostuvo Hugo Luis Biolcati, en afinada sintonía con el intento de expandir un furibundo clima nacional anti K. El dirigente de la Sociedad Rural justificó el paro agrario nacional, mientras proclamaba: “Nosotros recomendamos que no haya cortes. Vamos a esperar que la presidenta no tome el rol de irritar como en 2008. De nuestra parte tomaremos medidas para apaciguar el nivel de crispación.” Algo suena en falsete, la desproporción entre los acontecimientos (incremento del impuesto inmobiliario rural para terratenientes multimillonarios, mantenimiento de la alícuota para productores medianos, y disminución en el pago para los pequeños, en la provincia de Buenos Aires) y la respuesta de la trabajosamente reconstituida Mesa de Enlace.
Ese discurso apocalíptico excede cualquier lectura sectorial. Es cierto que los terratenientes argentinos están acostumbrados a no pagar impuestos de verdad. Pero una cosa es una tasa muy baja, y otra negarse directamente a tributar (¿desobediencia civil, estrategia política, conservación de privilegios conquistados?). Una lectura de la serie que arranca en el año 2000 (fecha catastrófica por cierto, y por tanto una suerte de piso absoluto, junto a 2001) permite visualizar la creciente insignificancia de lo recaudado.
Un ejemplo sobra: los montos ingresados en concepto de impuesto automotor (en la provincia de Buenos Aires, para los 12 años considerados) resultan siempre superiores al impuesto inmobiliario rural. Más aun, esta desproporción tiende a incrementarse a favor del impuesto automotor, y aun así Biolcati consideró que el revalúo sancionado en la Legislatura bonaerense “va a paralizar la economía”. Ergo, el intento de fogonear un clima similar al de 2008 abandona el terreno de las hipótesis. Con una diferencia: esta vez el sector no dispone de “error” oficial. La 125, que no distinguía entre pequeños, medianos y grandes productores, no existe. Pero el tin-tin de algunas pocas cacerolas, registrado por TN en Coronel Díaz y Libertador, intenta salvar la ausencia, conectando malhumor dolarizado y terrorismo verbal con suficiente respaldo mediático.
DOS LECTURAS COMPLEMENTARIAS. En el año 2000, el monto recaudado como impuesto inmobiliario rural ascendió a 126,76 millones de pesos, en la provincia de Buenos Aires. La recaudación total: 3838 millones, según información del Ministerio de Economía provincial. De modo que la tierra aportaba el 4% del total, cuando los automotores aportaban 401,3 millones, lo que equivale a más del 10 por ciento. Vale la pena retener estas proporciones. En 2001 todo se volvió a reducir, pero la proporcionalidad se mantuvo, y cuidado, no estoy diciendo que los montos fueran “adecuados”, sino simplemente cuáles eran. En 2003, toda la recaudación pega un salto superior al 25%, y el impuesto rural todavía lo acompaña, y otro tanto sucede en 2004. En el ínterin, los precios agrarios internacionales de las materias primas, a caballo de la burbuja financiera alentada por Wall Street, siguen en picada ascendente. Sin embargo, en 2005, con una recaudación total de 8375 millones de pesos, el inmobiliario rural sólo aporta 247,26, lo que supone el 3% del total, mientras el automotor marca 469 millones de pesos, comportamiento que se mantiene idéntico en 2006.
Vale la pena poner en foco los tres años siguientes. La recaudación del impuesto inmobiliario rural bonaerense de 2007 resultó casi idéntica (437,7 millones) a la de 2008 (435,9) y en 2009 el milagro vuelve a repetirse: 437,4 millones. Ese año hubo un intento de revalúo fiscal, pero la presión de las patronales camperas y la blandura del gobernador bonaerense permitieron que las cosas continuarán por la misma senda.
Eso sí, la recaudación total no dejaba de crecer y la presión tributaria por hectárea en la provincia de Buenos Aires, que en el año 2000 ascendía a 22 dólares por hectárea, siguió casi idéntica. En 2007 el total recaudado suma 12.946 millones de pesos, y el aporte del campo apenas superó el 3% del total; al año siguiente, la tributación pega un brinco al superar los 17 mil millones, mientras el aporte rural se mantiene congelado a valores absolutos, y en términos relativos desciende por debajo del 3%, para volver a caer en el 2009 en valores absolutos y relativos. Es decir, se derrumba hasta el insignificante 2% del total. Ahora se explica el “desfinanciamiento” provincial: las tierras más feraces del país y por cierto las más caras, apenas tributan.
Para terminar de entender. La batalla campera de 2008 le aportó al sector una importante reducción tributaria, logrando una suerte de mínimo histórico. Mínimo que no está dispuesto a incrementar significativamente, al menos bajo métodos puramente parlamentarios. De modo que la batalla planteada tiene en principio un objetivo preciso: conservar las conquistas de 2008. Modificarlas “irrita” a Biolcati, y por tanto a la Mesa de Enlace. Por cierto, en 2011, el total tributado en la provincia suma 34.831 millones de pesos, el aporte rural llegó hasta los 722,62 (algo más del 2%) y los automotores triplican esa cifra con 2.155,24 millones de pesos. Y ese es el límite de lo “tolerable”.
Dato adicional, una hectárea en Pergamino en 2000 se compraba a 3000 dólares, y ahora cotiza 15 mil. Por tanto, los ingresos al fisco aportados por los propietarios de las mejores tierras de la Pampa Húmeda se ha reducido, mientras los demás actores económicos incrementaron los aportes, de un tesoro cuya principal recaudación nacional sigue siendo el impuesto al consumo popular, mediante el cobro del IVA (21%, el sistema tributario nacional forma parte de los más regresivos del mundo).
Conviene recordar que apenas 50 propietarios poseen 3,2 millones de hectáreas, y que 1556 son dueños del 32% de la tierra (7,9 millones de hectáreas), mientras 102 mil se reparten el resto de la provincia de Buenos Aires.
Tan fenomenal concentración, si bien no es el resultado directo del monocultivo sojero, ha sido impulsado por precios internacionales que se mantienen, pese a que la moneda norteamericana sufre un evidente proceso de devaluación. Acompañando ese comportamiento, de las 30 millones de hectáreas destinadas al cultivo, en 1995 casi 5 millones se dedicaban a la soja; en 2003, 10 millones de hectáreas se dedicaron a tan rentable actividad, y en 2008 –año del conflicto por las retenciones móviles– la cifra ascendió a 15 millones. En la actualidad la soja supera los 19 millones de hectáreas.
Es decir, el saldo de la balanza comercial está estrechamente determinado por el comportamiento del sector, de ese saldo dependen tanto los excedentes requeridos para pagar los servicios de la deuda externa, como la política de acumulación de divisas del Banco Central, y los montos que se giran al exterior por parte de las empresas extranjeras y nacionales. Nadie debe olvidar que una crisis global funciona como una inmensa aspiradora financiera, y los países que la soportan no tienen otro camino que frenar las maniobras que facilitan el saqueo.
Eso sí, no debemos equivocarnos, una cosa es el chiquitaje que “aterrado” compra en el mercado informal, y otra muy distinta los operadores bancarios. Por esa tranquila ruta salen miles de millones de dólares, de un sistema que hasta el momento sigue facilitando la libre circulación de capitales.
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http://www.infonews.com/2012/06/04/economia-24272-el-nuevo-paro-patronal-del-campo.php
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