Más allá de que estemos recién frente a los primeros pasos y que, ante la desconfianza de los adversarios, la inestabilidad sea la norma, la efectiva intervención de Trump en la crisis de Medio Oriente desatada tras el ataque del 7 de octubre del 23, es un acontecimiento político de enorme envergadura.
Contra los manuales berretas de progresismo, la presunta nueva encarnación del fascismo, aun impredecible y caprichoso como es, deja expuesta la impotencia de los líderes europeos y echa por tierra el avieso intento de los demócratas de endilgarle a los republicanos ser los señores de la guerra.
Por si esto no fuera suficiente, Trump parece estar decidido a terminar con el otro gran conflicto mundial, el que protagonizan Rusia y Ucrania, y aquí también estaría siendo clave en el acercamiento de las partes hacia un acuerdo.
Más allá de que todo esto tiene un final abierto, este segundo mandato de Trump confirma el triunfo del ala, llamemos, “aislacionista” que exige que Estados Unidos no se involucre en nuevas guerras ni en conflictos lejanos a contramano de la dinámica injerencista de los “halcones” cuyos magros resultados han quedado a la vista después de las “aventuras” de las últimas décadas. La discusión ha sido tan fuerte al interior del partido que el sector MAGA ha hecho críticas potentes contra la política de Israel y Netanyahu, algo difícil de imaginar algunos años atrás dentro del partido republicano.
A propósito, en su último libro, Trump Revolution, Aleksandr Dugin, considerado por algunos el “filósofo de Putin” por ser un claro defensor de las políticas del mandatario ruso, entiende que el triunfo de Trump confirma la decadencia del Occidente liberal progresista y de toda la línea atlantista. En este sentido, recoge la división propuesta por Carl Schmitt entre civilizaciones de tierra y mar, para afirmar que estamos ante un triunfo de las primeras por sobre las segundas y que, con Huntington y versus Fukuyama, el mundo ha ingresado en una fase de multipolaridad alrededor de una serie de civilizaciones: Occidente (aunque allí quizás haya que separar a Estados Unidos de Europa), Rusia-Eurasia, India, China, el mundo musulmán, África y Latinoamérica. Lejos del fin de la historia, entraríamos en una nueva fase de la misma donde muchos actores pugnan por escribirla.
En cuanto a la distinción de Schmitt, recordar que las civilizaciones de tierra son aquellas de perfil más soberanista/nacionalista, donde prevalece el orden, los valores conservadores, la religión y cierto carácter estático, siendo Rusia un ejemplo en este sentido; mientras que las civilizaciones de mar son aquellas que, por el contrario, se caracterizan por lo que hoy llamaríamos “globalismo”, van más allá de sus fronteras, son más progresistas, inestables y expansionistas. El ejemplo clásico en este sentido sería Inglaterra. Para Dugin, con Trump, la disputa entre las civilizaciones de tierra y mar se estaría dando no solo a nivel global sino al interior de los Estados Unidos entre las costas (demócratas y liberales asociadas al paradigma expansionista del mar) y el interior (republicano, conservador y soberanista asociado al paradigma de la tierra).
De hecho, según Dugin, la gran diferencia entre Trump y Biden es la política internacional: la del primero enfocada en la defensa de los intereses nacionales (America First); la del segundo, apuntando a la eliminación de las fronteras y la imposición de los valores occidentales a través de la fuerza y/o las instituciones de la gobernanza global.
Ahora bien, a diferencia de su primera presidencia, la novedad de este segundo mandato es el giro que los CEO de las compañías tecnológicas han dado a favor de Trump tras varios años de alto nivel de wokismo en sangre. Cómo se procesará la tensión entre este sector desregulador y anarcocapitalista, con Musk, Thiel y Altman a la cabeza, entre otros, con el sector más conservador, populista, nacionalista y fuertemente religioso representado por el movimiento MAGA de Steve Bannon, es una incógnita, pero para muestra baste la entrevista que Tucker Carlson le hiciera hace apenas algunas semanas atrás al fundador de OpenAI.
¿Hay conciliación posible entre el aceleracionismo propuesto por los grandes Tech y el aislacionismo conservador del populismo MAGA? Si, como indica Giuliano Da Empoli en Los ingenieros del caos y refuerza en su flamante La hora de los depredadores, Musk y otros eventuales “aliados” de Trump como Putin o Milei serían agentes del caos cuyo avance depende de la fractura del orden establecido más que de su conservación, ¿es de esperar una inminente división en el trumpismo o se hallará un punto de conciliación?
A propósito de Milei, un día después de su viaje para decretar la paz en Medio Oriente, Trump recibió al presidente argentino para demostrar que el aislacionismo y la defensa de los intereses nacionales está lejos de la neutralidad, máxime cuando se trata de figuras como Milei que, esto hay que reconocerlo, apostaron por el triunfo del republicano cuando muy pocos se atrevían a manifestarlo en público. Pensado geopolíticamente, el anuncio de un SWAP de 20.000 millones de dólares, además de la inédita e histórica intervención directa del Tesoro estadounidense en el mercado argentino para evitar una devaluación del peso, es la demostración de que Trump está jugando todas las batallas y que observa a Milei como el único actor de relevancia en Latinoamérica con el cual puede contar, al menos por ahora.
Por último, será central observar el futuro de la OTAN con Trump en la presidencia de los Estados Unidos, como así también el conjunto de instituciones del orden globalista. ¿Podrá Trump reconfigurar, literalmente, el mundo?
En su discurso en el mítico Valdai Club, en 2024, Putin defendió un ideal de democracia que siga la regla de la mayoría y no la imposición de las minorías como, según el líder ruso, ha reinterpretado el Occidente globalista.
Asimismo, aseguró que el nuevo orden es aquel que regresa a los valores tradicionales contra el intento de acabar con la familia, el borrado de las distinciones de género y el proyecto deshumanizador del transhumanismo.
Además, agregó que, antes que Occidente, el enemigo de Rusia es un neoliberalismo que habría degenerado, según sus palabras, en un régimen autoritario, intolerante y liderado por una élite global fanática de la ingeniería social.
Dugin pareciera ser bastante optimista respecto a que el triunfo de Trump confirma un cambio de época y ha asestado el tiro de gracia a un modelo de destrucción de las fronteras nacionales que estaba agotado.
Aun aceptando lo que pareciera ser una tendencia, desde aquí nos permitimos ser un poquito más cautelosos al respecto.
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