En el imaginario popular, podemos figurarnos la grieta como la pelea de dos grupos de vecinos. Vamos a jugar con la imaginación un poco. Vivimos en una calle muy muy muy concurrida y exactamente en la mitad, por tanto tráfico y por vicios propios de los conductores, se creó un bache enorme que rompe indistintamente los vehículos de los vecinos. Alternadamente, los propietarios de una vereda y de otra, intentaron encontrar soluciones al bache de maneras más o menos eficaces pero que con la continuidad del tráfico y las deficiencias propias de la calle quedaron obsoletos. Cada vez que se cruzan los vecinos de una vereda y la otra, comienzan los problemas. Los reclamos e inclusive cada vez más violentos. Podría continuar la metáfora al infinito pero supongo que ya se entendió el punto.
Es fácil pensar que el culpable es el otro. La otredad. El sentimiento de inocencia nos da una superioridad moral y un poder absoluto. Intentamos esconder nuestros errores debajo de la alfombra, justificarlos; nos olvidamos que cuando levantamos el dedo acusador, dos dedos nos apuntan a nosotros. La autocrítica no se encuentra a la orden del día. Nunca. En ninguna vereda. La justificación sí. Como la lapidaria frase de Perón… “Es un buen muchacho… lastima…” y así seguimos, manteniendo cuadros, figuras y personajes haciendo la vista gorda a conductas reprochables y conocidas. Mostrándolas pero a media luz, intentando que lo otro tenga más peso, justificándose con buenas intenciones o con las igual de reprochables de la otredad o de uno mismo, pero minimizando la cualidad positiva. Citando a Eduardo Sacheri:
El "pero" es la palabra más puta que conozco -. "te quiero, pero…"; "podría ser, pero…"; "no es grave, pero…". ¿Se da cuenta? Una palabra de mierda que sirve para dinamitar lo que era, o lo que podría haber sido, pero no es“.
Ahora sabemos que la famosa frase “los pueblos que no aprenden de su pasado están condenados a repetirlo” es apócrifa pero si responde a una teoría histórica acuñada por el filósofo George Santayana. En su “La vida de la razón. Las fases del progreso humano” (cinco tomos publicados entre 1905 y 1906) habla de cómo los salvajes no retienen la experiencia, por lo que están siempre en la infancia. Traza un parangón con la evolución de la mente en el individuo: “En la primera fase de la vida, la mente es frívola y se distrae fácilmente; es incapaz de progreso porque carece de continuidad y persistencia. Tal es la condición de los niños y los bárbaros, en los que el instinto no ha aprendido nada de la experiencia”. Cuando los individuos maduran, “son dóciles a los acontecimientos, moldeables a nuevos hábitos y sugerencias, incluso capaces de injertarlos en sus instintos originales”. La fase terminal es aquella en la que “la retentividad está agotada y todo lo que sucede se olvida enseguida: una vana repetición, porque no es práctica, del pasado sustituye a la plasticidad y la readaptación fecunda. En un mundo cambiante, la readaptación es el precio de la longevidad. Una cáscara dura, lejos de proteger el principio vital, lo condena a morir lentamente y gradualmente se enfría”. Es momento de abandonar la infancia peronista. De llegar a la adultez. Cumplimos 75 años. Mi mayor miedo es saltearnos la etapa de retentividad para envejecer como Partido Político, como movimiento político con sus diferentes olas, sin llegar a comprender nuestras etapas oscuras. Morir en la negación de errores y aciertos. Quiero creer que no nos salteamos la adultez, sino que es el momento de vivirla. El adulto no es el mismo que el niño. Es una transformación. Nuestro momento es ahora. Es momento del crecimiento del movimiento. Debemos comprender que tuvimos Oscurantismo Peronista. Debemos recordar que la AAA, la dictadura, la lucha armada y también el neoliberalismo fue introducido en la Argentina por el Peronismo.
Tenemos la tendencia de negar nuestros fracasos, compensarlos con los desastres de la otredad. Pero si no comenzamos a reconocer los errores de las olas peronistas, difícilmente podremos comenzar a reconocerlas en los albores. Tendremos lobos disfrazados de ovejas que tarde o temprano nos traicionan. Aunque más de uno pueda vaticinarlas, el encolumnamiento peronista nos lleva a negarlo. A ignorarlo. La necesidad de unión nos lleva a tener enemigos en nuestras filas, haciendo la V de la victoria y repitiendo vieja doctrina como falsos profetas que esperan para llevar las masas peronistas a su conveniencia. Cuando decimos neoliberalismo nunca más, dictadura nunca más, tenemos que comprender que para que eso ocurra, debemos estar atentos para que realmente, nunca más esos conceptos sean permeables en nuestras filas.
Los años dorados del peronismo existieron, como existieron los oscuros. Es nuestra responsabilidad la reivindicación de ambos, la correcta comunicación de ambos para poder hacer el balance de nuestra gestión y llevar adelante una política responsable y consecuente con nuestras bases.
Nos encontramos en un momento histórico, donde, como dice el gran Eduardo Galeano, “no nos une el amor sino el espanto”. El exitismo de esta construcción nos lleva al Poder, al Gobierno nuevamente, pero sin construcción real poder de los dirigentes. Un poder que se escinde por grietas internas y enfrentamientos caudillistas. Por la reformulación de espacios de poder sin convicciones reales, hoy los peronistas solo tenemos como aglutinamiento una figura mítica, histórica, querida, un mesías: Nestor Kirchner; que nos amalgama desde arriba, con su carisma. El problema es que si no llevamos a los cimientos del movimiento su doctrina, caeremos en la vieja frase de las abuelas, que lo único que se construye desde arriba son los pozos. Y de cimas y pozos, está repleto el peronismo.
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