Daniel Hopenhayn 19 Enero, 2017
Lo conocen en la academia de las TICs por haber creado el
primer estudio que estimó cuánta información hay en el mundo, cifras que acá
comenta en un castellano aliñado con modismos chilenos, tecnicismos gringos y
erres alemanas. Martin Hilbert (39), Doctor en Ciencias Sociales y PhD en
Comunicación, es alemán, pero vivió largos años en Chile como funcionario de la
Cepal. Hoy trabaja en la Universidad de California, es el asesor tecnológico de
la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y vive a cuarenta minutos de
Silicon Valley, donde un futuro inevitable toma forma. En esta entrevista, no
apta para amantes de la vida retirada, explica cómo el Big Data permite a la
información interpretarse a sí misma y adelantarse a nuestras intenciones,
cuánto saben las grandes empresas de nosotros, y lo que más le preocupa: lo
fácil que está siendo convertir la democracia en una dictadura de la
información, haciendo de cada ciudadano una burbuja distinta. También habla
sobre la posibilidad de que la inteligencia artificial llegue a generar una
conciencia superior. Cree que eso va a ocurrir, pero no hay que tener miedo:
“No va a ser Terminator contra nosotros”.
¿Cuánta información hay en el mundo?
–La última vez que actualicé este estudio, hace dos años,
había 5 zetabytes. Un ZB es un 1 con 21 ceros, lo cual no te dirá mucho. Pero
si tú pones esta información en libros, convirtiendo las imágenes y todo eso a
su equivalente en letras, podrías hacer 4500 pilas de libros que lleguen hasta
el sol. O sea, hay mucha información.
¿Y a qué ritmo está creciendo?
–A un ritmo exponencial. Se duplica cada dos años y medio.
Entonces, ahora probablemente son 10 ZB.
O sea, ocho mil pilas de libros que llegan al sol.
–Ocho o nueve mil pilas, sí. Piensa en esto: desde el 2014
hasta hoy, creamos tanta información como desde la prehistoria hasta el 2014. Y
lo más impresionante, para mí, es que la información digital va a superar en
cantidad a toda la información biológica que existe en el planeta. La vida es
procesamiento de información, ¿no? Toma del ambiente moléculas normalmente
muertas, toma fotones del sol, y los convierte en estructuras complejas de
información con un código base que es el ADN. Y ya existe más información
digital que código genético humano. Aun contando cada copia de ADN en las
trillones de células de cada persona en el mundo, en la humanidad hay como 1 ZB
de información. Y durante este siglo, la información digital va a superar a
toda la información genética que existe en la biósfera. Todo lo cual lleva a
muchas preguntas sobre el futuro de la humanidad, ¿no?
Parece que la pregunta existencial más importante va a ser
cómo interpretamos tantos datos.
–Y la respuesta es que la única manera de interpretarlos es
con máquinas también. Este procesador [apunta a su cerebro] no aguanta eso,
sabe hacer otras cosas. Ahora, lo bueno es que la información crece muy rápido,
pero nuestro poder de computación crece tres veces más rápido. Se duplica en
menos de un año. Porque la tecnología siempre es mejor pero también porque
tenemos muchas más máquinas, ¿no? Tú mismo tienes ahora un celular, un
computador, etc., que interpretan muchos datos por ti. Y ahí viene toda la
cuestión de la inteligencia artificial [en adelante, IA] y el Deep Learning,
que ahora es lo más importante.
¿Qué es el Deep Learning?
–Es la manera como se hace la IA hoy en día. Son redes
neuronales que funcionan de manera muy similar al cerebro, con muchas
jerarquías. Todo esto que hacen Apple y Google y todas las Siri en el teléfono,
todo usa Deep Learning. Es una IA súper poderosa que descubrimos hace cinco
años y ya todo el mundo la usa, porque es muy superior a todo lo que habíamos
encontrado.
Y la otra pregunta existencial, ¿qué tan espiados estamos?
–Nooo, ¡súper espiados! Todo está espiado. Y es muy
interesante, porque después de Edward Snowden la gente dijo: “¡Qué es esto,
pueden ver mis fotos desnudo! Ya, bueno, qué tanto”. Nadie se fue a protestar a
la calle, la cosa siguió tal cual. La NSA confesó que hizo un par de cosas
demasiado ilegales y bueno, esas cosas se arreglaron. Pero las otras no, y cada
vez te van a espiar más. Yo no digo que esto sea bueno o malo, pero la gente
tiene que saber. Y si la gente sabe que está espiada y no le importa, está
perfecto. Ahora, la pregunta delicada es qué pasa si esos datos llegan a las
manos de alguien que pueda abusar de ellos. En Silicon Valley no están muy
contentos con que sus herramientas ahora las pueda usar Donald Trump. Están muy
decepcionados, la verdad.
¿Qué cosas de nosotros se pueden saber de un momento a otro?
–De partida, dónde estás y dónde has estado. Si tienes Gmail
en tu celular con wifi, puedes ver en Google Maps un mapa mundial que muestra
dónde estuviste cada día, a cada hora, durante los últimos dos o tres años (ver
www.google.com/maps/timeline). Es una información que tú les permites
coleccionar al aceptar los términos de licencia cuando instalas la aplicación.
Lo que uno nunca lee.
–Exactamente. Y en muchos casos tú puedes optar que no lo
hagan, pero nadie se fija. Ahora, lo interesante es que con estos datos de
movilidad se pueden hacer estudios. Y ya sabemos, por ejemplo, que se puede
predecir con casi un 90% de probabilidad dónde vas a estar tú en cada momento
de cada día del año que viene. Imagínate lo que vale esa información para una
empresa que hace marketing, por ejemplo.
Cuentas que en África el celular hizo lo que nunca pudo
hacer el certificado de nacimiento. La huella de que una persona existe es su
teléfono.
–Claro, es súper poderoso. Es tu verdadera huella digital. Y
África es el caso extremo, pero piensa en América Latina, donde hay tanto
orgullo por los censos. El censo de Chile ahora fue un desastre y era una
tragedia, ¿no? Pero con los datos de tu celular, si uso solamente lo que se
llama metadata, o sea sin escuchar tus conversaciones ni saber con quién
hablas, sino sólo con qué frecuencia y con qué duración usas tu celular, con
eso yo puedo hacer ingeniería reversa y reproducir el 85% de tus resultados de
un censo: si eres hombre o mujer, cuál es tu rango de ingresos, si tienes
niños, si estás casado, tu origen étnico…
¿Sólo conociendo la frecuencia y duración con que uso mi
celular?
–Sí. El censo que hacen cada 10 años, que es tan costoso y
tan importante, lo puedo reconstruir en un 85% con esos dos datos. De eso se
trata el Big Data: tenemos tantos datos y tanta capacidad de procesarlos, de
identificar correlaciones, que podemos hacer a la sociedad muy predecible. Y
cuando puedes predecir, puedes programar.
Y en el caso de las empresas de Internet que nos prestan
servicios gratuitos, ¿qué tan importante es para su negocio la información que
tienen de nosotros?
–Todo, eso es todo lo que tienen. Facebook vale billones de
dólares por la información, no por otra cosa. De las diez empresas del mundo
tasadas a un precio más alto, yo creo que cinco son proveedoras de información.
Y la gente siempre dice “no, hay que regular todo eso, proteger a los
usuarios”. Pero la demanda más extrema que he escuchado en todas esas
conferencias donde voy, es que necesitamos derechos de propiedad de datos, como
los de propiedad intelectual, para que tú puedas vender tus datos y no
regalarlos. Y yo voy con este reclamo donde mis amigos en Silicon Valley y me
dicen “pero hueón, ¡si ya lo estamos haciendo! Tú sigues siendo dueño de tus
datos, pero aceptas que yo también lo sea al aprobar los términos de licencia.
Y a cambio puedes usar Google Maps gratis y te ahorras una hora de taco al día,
¿no es fantástico?”. Ahí llegamos al fin de la discusión, no hay nada más que
hacer. Incluso ante las propuestas más progresistas, Silicon Valley ya tiene
respuesta. Y la verdad es que la gente se beneficia tanto de eso que no le
molesta.
También las empresas telefónicas, que uno supone que sólo
nos cobran el plan, hacen buena plata con nuestros datos, ¿no?
–Claro. Por ejemplo, Smart Steps es la empresa de Telefónica
que vende los datos de la compañía. Si tú tienes Movistar, tus datos están ahí
vendidos.
¿A quién le sirven?
–¡A mucha gente! Si tú quieres abrir una tienda de corbatas
en una estación de metro, te vale mucho saber cuántos hombres caminan en cada
salida del metro, entonces compras estos datos de Telefónica. Y también los
puedes usar en tiempo real: saber a qué hora pasa la gente, e incluso si se
detiene o no a ver el anuncio de oferta que pusiste afuera. Y lo más
impresionante es que esto convirtió a las ciencias sociales, de las que siempre
se burlaron, en la ciencia más rica en datos. Antes tenías que hasta negociar
con diplomáticos para que te prestaran una base de datos de cien filas por cien
columnas. Y en las universidades hacían experimentos con 15 alumnos de
pregrado, que necesitaban créditos extra para pasar el ramo, todos blancos,
todos de 18 años, y decían “miren, así funciona la psicología humana”. ¡De
adónde! Nosotros nunca tuvimos datos, y por eso nunca funcionaban las políticas
públicas. Y de la noche a la mañana, el 95% de los sujetos que estudiamos pasó
a tener un sensor de sí mismo 24 horas al día. Los biólogos siempre dijeron
“eso no es ciencia, no tienen datos”. Pero ellos no saben dónde están las
ballenas en el mar. Hoy nosotros sí sabemos dónde están las personas, pero
también sabemos qué compran, qué comen, cuándo duermen, cuáles son sus amigos,
sus ideas políticas, su vida social. Se puede abusar también, como Obama y
Trump lo hicieron en sus campañas, como Hillary no lo hizo y por eso perdió.
Pero el gran cambio es que estamos conociendo a la sociedad como nunca antes y
podemos hacer predicciones con un nivel científico. ¡Lo de antes era arte, no
era ciencia!
TRUMP TE CONOCE
Entiendo que algunos estudios ya han logrado predecir un
montón de cosas a partir de nuestra conducta en Facebook.
–Claro, esos son los datos que Trump usó. Teniendo entre 100
y 250 likes tuyos en Facebook, se puede predecir tu orientación sexual, tu
origen étnico, tus opiniones religiosas y políticas, tu nivel de inteligencia y
de felicidad, si usas drogas, si tus papás son separados o no. Con 150 likes,
los algoritmos pueden predecir el resultado de tu test de personalidad mejor
que tu pareja. Y con 250 likes, mejor que tú mismo. Este estudio lo hizo
Kosinski en Cambridge, luego un empresario que tomó esto creó Cambridge
Analytica y Trump contrató a Cambridge Analytica para la elección.
¿Qué hizo con eso?
–Usaron esa base de datos y esa metodología para crear los
perfiles de cada ciudadano que puede votar. Casi 250 millones de perfiles.
Obama, que también manipuló mucho a la ciudadanía, en 2012 tenía 16 millones de
perfiles, pero acá estaban todos. En promedio, tú tienes unos 5000 puntos de
datos de cada estadounidense. Y una vez que clasificaron a cada individuo según
esos datos, lo empezaron a atacar. Por ejemplo, en el tercer debate con
Clinton, Trump planteó un argumento, ya no recuerdo sobre qué asunto. La cosa
es que los algoritmos crearon 175 mil versiones de este mensaje –con
variaciones en el color, en la imagen, en el subtítulo, en la explicación,
etc.– y lo mandaron de manera personalizada. Por ejemplo, si Trump dice “estoy
por el derecho a tener armas”, algunos reciben esa frase con la imagen de un
criminal que entra a una casa, porque es gente más miedosa, y otros que son más
patriotas la reciben con la imagen de un tipo que va a cazar con su hijo. Es la
misma frase de Trump y ahí tienes dos versiones, pero aquí crearon 175 mil.
Claro, te lavan el cerebro. No tiene nada que ver con democracia. Es populismo
puro, te dicen exactamente lo que quieres escuchar.
¿Y qué hizo Obama?
–Obama fue como el pionero en esto. En la campaña de 2012,
para su reelección, invirtió en esto mil millones de dólares, mucho más que en
comerciales de TV. Y con eso contrató a un grupo de cuarenta nerds, de Twitter,
de Google, de Facebook, de Craigslist, tres profesionales de póker, otro que
trabaja con células madres, en fin. A esos cuarenta nerds los puso en un
subterráneo, les dio mil millones de dólares y un número para el servicio de
pizza, ¿no? Y ahí en el subterráneo crearon los 16 millones de perfiles que les
interesaban, los votantes indecisos. Sacaron datos de todos lados. Incluso
tuvieron acceso a las Setup-Boxes, lo que sería el DirectTV en Chile, que
registra cómo tú ves televisión. Si tienen acceso a eso, ya saben lo que te
interesa, y empezaron a llevar comerciales individualizados. Lo más delicado es
que no sólo pueden mandarte el mensaje como más te va a gustar, también pueden
mostrarte sólo aquello con lo que vas a estar de acuerdo. Si Obama tiene
sesenta compromisos de campaña, puede que 58 te parezcan mal, pero al menos con
dos vas estar de acuerdo. Digamos que estás a favor del desarrollo verde y a
favor del aborto. Bueno, empezaron a mostrarte en Facebook sólo estos dos
mensajes.
¿Con avisos publicitarios?
–No, lo hicieron más sofisticado. Como algún amigo vas a
tener que hizo un like a la campaña de Obama, ese like les dio acceso a los
perfiles de todos sus amigos –esto también va en la licencia que nunca leemos–,
entonces podían ver tu historial y clasificarte. Y además tenían acceso a
postear desde el timeline de tu amigo, porque esto también está permitido. Él
no lo ve, Facebook no se lo muestra, pero tú sí vas a ver muchos artículos así
como “Obama el héroe de la energía alternativa”, “Obama el héroe del aborto
legal”. No son propagandas de la campaña, son artículos de prensa bien elegidos.
Y si tú por medio año ves “Obama héroe” de estas dos cosas que te gustan, al
final vas a decir “oye, tan mal no está este Obama”. Bueno, en 2012 le
cambiaron la opinión al 78% de la gente que atacaron así. Y Trump lo hizo con
250 millones. Creo que George Orwell se metería un tiro, porque ni él se
imaginó algo así. La democracia es completamente inútil con algo así.
En un artículo explicabas que también los call center de
Estados Unidos te clasifican mientras hablas, y cuando vuelves a llamar te
derivan a un empleado con una personalidad afín a la tuya.
–Así es. El que habla contigo no lo sabe, ¿no? Una vez conté
esto en una conferencia y uno de mis estudiantes, la próxima vez que llamó a un
call center, le dijo “¡oye hueón, deja de clasificarme la personalidad!”. El
otro no entendía nada, ¡ja, ja, ja! El trabajo lo hacen alrededor de diez mil
algoritmos que te escuchan hablar y clasifican tu personalidad en seis
diferentes cajas. La última vez que hablé con esta compañía, me dijeron que ya
el 30% de las llamadas a los call center de Estados Unidos están intermediadas
así. Y ya hay sistemas que les dan inteligencia en tiempo real: el tipo está
ahí con un monitor que le dice “ahora es el momento de ofrecerle tal cosa”,
“ahora ya no”. Pero eso es reciente, por ahora lo más común es que te dejan
clasificado. Y todo esto, al final, ¿a qué nos lleva? A crear burbujas, en
todos los niveles.
¿Cómo así?
–Que la gente emocional sólo hable con gente emocional, la
gente de acción con la gente de acción, los reactivos con los reactivos.
Hablamos mucho de que ahora los demócratas no hablan con republicanos, pero
esta fragmentación de la sociedad en subgrupos va mucho más allá de la
política. La verdad, es una cosa triste. Pero no es culpa de la tecnología, es
la manera en que la usamos hoy día. Toda tecnología es normativamente neutral,
tú puedes usar un martillo para colgar un cuadro o para matar a tu vecino. Lo
mismo con la tecnología digital: podríamos usarla para unir gente, para mezclar
gente de opiniones opuestas, pero no lo estamos haciendo.
Y más rezagada aún queda la democracia, incapaz de mediar
entre tanta información fragmentada. No hay denominador común.
–Claro, el Big Data permite poner a la gente en muchas más
cajas que antes no veías, es un arma de fragmentación muy poderosa. Sí, esa es
una amenaza. Esto de la privacidad y el comercio no es el gran problema, la
gente tiene razón en no preocuparse tanto. Es útil que las chicas reciban
comerciales sobre la píldora y los chicos sobre condones, ¿no? Ahora, Big Data
para la democracia representativa… ahí termina. Tú sabes que la democracia
siempre estuvo muy ligada a las posibilidades informacionales que tenía cada
sociedad. Aristóteles fue muy claro en decir que la democracia no podía ir más
allá de un radio de 70 km, porque la información no podía viajar más que eso en
un día. Por eso la democracia griega fue para una ciudad. Y en Estados Unidos,
¿por qué crearon las primarias, los colegios electorales por cada Estado y todo
eso que conocemos? Porque el viaje en caballo de costa a costa tomaba una
semana. Como no había acceso a la gente y la gente tampoco estaba informada, se
necesitó todo este constructo representativo. Pero con la tecnología actual,
este constructo está completamente abusado y tiene potencial para constituirse
en una dictadura informacional, esto hay que decirlo abiertamente. Esto es lo
que más me preocupa. La democracia representativa de esta manera no funciona.
Obligados a pensarla de nuevo…
–La verdad es que tenemos que repensarla completamente. Y ya
tampoco podemos ignorar que las redes digitales son globales. O sea, personas
que están a miles de millas se pueden ofender con una información que les llega
y presentarse en la redacción de una revista para matar a los dibujantes. Es que
todo esto pasó muy rápido. Llevábamos miles de años separados en diferentes
culturas y nos tuvimos que conocer en un par de décadas. En el Islam dijeron
que no quieren ver mujeres desnudas, y un día llegamos nosotros con el TV cable
y les forzamos a mirar las tetas de Pamela Anderson. Y nosotros no entendemos
por qué ellos pueden tener dos esposas. Entonces, si la información fluye
globalmente, ¿hasta dónde podremos prescindir de una gobernanza global? No lo
sé. Pero esto va a ser un camino de ensayo y error, como siempre ocurrió con la
tecnología. Ahora vimos que Facebook, después de la elección de Trump, empezó a
limpiar sus fake news, estas noticias mentirosas. Hace tres meses decían “no,
nosotros no somos editorial”, y ahora están sacando cosas. Ya es un comienzo.
Y los Estados, ¿están sabiendo aprovechar el Big Data para
las políticas públicas?
–No, están muy atrás todavía. Pero tienen una oportunidad
muy grande. Se estima que el Estado posee alrededor de un tercio de los datos
de un país, lo que es mucho. ¿Acaso tiene un tercio del poder productivo? Ni
loco. El gobierno sabe todo lo que pasa en los colegios, en los hospitales, en
los servicios de impuestos, ¡cuánta información hay ahí! Se puede aprovechar
mucho más para políticas sociales y económicas, sobre todo en América Latina. Y
lo segundo es poner la información que es pública a disposición de la sociedad,
lo que se llama el Open Data. Pero ahí estamos aún más atrasados, incluso acá.
Por ejemplo, a mí me nombraron Chair of Technology de la Biblioteca del
Congreso, que en EE.UU. siempre fue LA institución de la información. Ellos
mismos me invitaron porque se dan cuenta de que perdieron el tren y Google les
robó el show en diez años. Y cuando voy allá, veo que todavía podrían
recolectar mucha más información, y hacerla pública. Los mapas… ¡el gobierno
tiene un montón de mapas! No necesitamos Google Maps, los militares tienen
todos los mapas que necesitas. ¿Por qué no los hacen disponibles? Los precios
de terrenos, qué tipo de terrenos hay para qué tipo de agricultura, quién es el
dueño del terreno, todo esto el gobierno lo tiene y socializarlo podría ser muy
productivo. Pero es una buena noticia: si el insumo de esta nueva economía son
los datos y el Estado tiene un tercio de ellos, los puede usar para
democratizar la economía.
Si es que también se democratiza la capacidad de usarlos.
–Sí, esa será la clave, y todavía no está claro si la
disponibilidad de información crea más o menos desigualdad. Pero si en otra
época el Estado destinó recursos para llevar la telefonía a las áreas rurales,
ahora tendrá que hacerlo para igualar el acceso a Big Data. Son cosas que
estamos aprendiendo, aunque los gobiernos ya podrían estar haciendo mucho más.
EL FUTURO ARTIFICIAL
¿En Silicon Valley están muy locos?
–¡Ja, ja, ja! Depende. Algunos, como este alemán Peter
Thiel, quien creó eBay y que ahora está con Trump, él está un poco loco. Pero
la verdad es que no son locos, son un poco arrogantes. Pero son arrogantes con
justificación, porque realmente cambian el mundo, mucho más que un gobierno.
Por eso también les llegó pésimo lo de Trump. Estaban muy enojados, no podían
creer que se usó su tecnología para poner a un fascista en el poder. No, la
verdad es que todavía están muy confundidos con eso. Bueno, dicen que la caída
viene después de la arrogancia.
Algo que cuesta asimilar es que los datos, al crecer tanto,
ya se explican a sí mismos, descubren solos sus relaciones causa-efecto. Como
el traductor de Google, que se pegó el gran salto cuando le quitaron las reglas
de traducción y empezó simplemente a comparar datos.
–Y con eso, además, ya puede traducir entre dos idiomas
aunque nadie en el mundo hable esos dos idiomas. Te cuento un caso. ¿Te
acuerdas de ese juego para Atari y PC, parecido al pimpón, en que tenías que
mover una barrita hacia los lados para achuntarle a una pelota que rebotaba
arriba en unos bloques? Y sacabas puntos al ir destruyendo esos bloques.
Sí.
–Bueno. Al DeepMind, un programa de IA que usa el Deep
Learning, lo pusieron frente a ese juego y le dijeron “tienes que ganar
puntos”. Pero no le dijeron cómo se ganan los puntos. Ni siquiera le dijeron
“vas a ver una barrita, una pelota y unos bloques arriba”. Solamente le dieron
la capacidad de reconocer pixeles. A los diez minutos, el DeepMind casi no
agarraba la pelota, porque no entendía frente a qué situación estaba. Después
de dos horas, jugaba al nivel de un experto. Y a las cuatro horas, mejor que
cualquier ser humano. Pero no sólo por su precisión técnica, sino porque
descubrió una estrategia para ganar que poca gente descubre. Es decir, sólo
correlacionando movimientos de pixeles y puntos ganados por azar, llegó a
innovar y ser más creativo que la mayoría de los humanos. Es lo mismo que hace
la IA con el ajedrez. Se suponía que Go era el juego en que nunca iba a pasar a
los humanos, muchísimo más complejo que el ajedrez. Bueno, DeepMind le ganó
hace medio año al campeón de Go. Entonces sí, la información se autointerpreta
y son mejores que nosotros.
¿Es cierto que las grandes compañías ya toman decisiones sin
saber por qué las toman? Sólo porque la IA ve los datos y les dicen “hagan
esto”.
–Claro, y está perfecto. Además, las relaciones de causalidad,
muy filosóficamente, nunca las podemos conocer. Como decía Popper, sólo podemos
descartar causas: tú no puedes saber si realmente X causó Y, sólo puedes
comprobar que Z no causa Y. Pero estas correlaciones nos sirven para explicar y
predecir. Ahora, si tú cambias el sistema que produjo estos datos, ahí te
puedes equivocar muchas veces. Pero ese ya es otro problema.
Pero también sería un problema si, por ejemplo, llegáramos a
meter preso a alguien porque su conducta en Facebook, según un programa, predice
que es un potencial asesino.
–Sí, pero esto también lo hacen las personas. Si un sicólogo
dice que eres un peligro para la sociedad, también te pueden encerrar. Y la
verdad es que la IA es muchas veces más exacta que un psicólogo. Al final, el
juego con la tecnología siempre ha sido ver cuáles tareas se pueden automatizar
y cuáles se quedan con nosotros. Los primeros imperios, por ejemplo, su gran
innovación fue hacer canales de agua para sus plantaciones. Así ya no
necesitaban usar un tercio de su fuerza laboral en ir cada vez al río y traer
agua. Imagínate, qué brutal: un tercio de la gente quedó desempleada. ¿Pero qué
hicieron con ellos? A la mitad los convirtieron en soldados y empezaron a
dominar a otros pueblos. A otros los hicieron arquitectos y constructores y
crearon las ciudades y templos más grandes de la humanidad. Otros se hicieron
artistas, otros empezaron a escribir… ¡a escribir, hueón, no tenían nada más
que hacer! Y es así como las sociedades han avanzado, ahorrando tiempo y
automatizando tareas. Si un robot reconoce células de cáncer, te ahorras al
médico. En San Francisco hay una farmacia donde no hay ninguna persona
trabajando: yo soy un robot, tú me das una receta, yo te mezclo un poco de este
polvo, un poco de este otro, lo pongo en una caja y te lo doy. Además el robot
sabe exactamente qué interacción hay entre qué medicamentos, más que ningún
farmacéutico. Más del 50% de los actuales empleos son digitalizables, incluso
escribir noticias rápidas, como sabrás. Y ya no hablamos de reemplazar a los
obreros, como en la revolución industrial, sino también los trabajos de la
clase más educada: médicos, contadores, ¡abogados, hueón! Hay una aplicación en
el teléfono que te dice cuánto estás obligado a pagar si te divorcias, según
los detalles de tu caso. Te ahorraste mil dólares de abogado por pedirle ese
estudio. Claro, es brutal. Pero esto ya ha pasado antes y no fue el fin de la
historia. Inventaron hueás nuevas tan locas como escribir, que antes nadie
tenía tiempo de pensar en eso.
Lo que sí sería nuevo, y es el gran miedo cuando se habla de
la “era de la singularidad” que supuestamente viene, es que el robot pase a
decidir por nosotros. En el fondo, que nos ganen.
–Claro, es la pregunta: si va a ser “el Terminator contra
nosotros”. Mira, la singularidad viene. O ya está acá. Trata de deshacerte de
tu celular por un año. Ya estamos fusionados con esta tecnología, como sociedad
y como especie. Nuestra distribución de recursos ocurre básicamente en la
bolsa, y acá el 80% de las transacciones de la bolsa son decididas por IA. El
99% de las decisiones de la red de electricidad son tomadas por IA que localiza
en tiempo real quién necesita energía. Y si tú me dices “mira, Martin, recién
descubrimos una especie donde un sistema que se llama IA distribuye el 80% de
los recursos y el 99% de la energía”, yo diría “bueno, IA es una parte
inseparable de esta sociedad”. Y ya no se puede deshacer, no se puede
desenredar. Tú podrías irte a la cordillera, dejar tu celular atrás y nunca más
tener interacciones digitales, pero ya no serías parte de nuestra sociedad.
Dejarías de evolucionar con nosotros. El punto aquí es que la especie humana ya
evoluciona en convergencia con la tecnología, que en algunos aspectos ya es
mejor que nosotros… no en todos. De nuevo, la pregunta es qué cosas dejamos a
la IA y qué cosas no.
Mientras eso lo decidamos nosotros y no ellos, si aprenden a
pensar por su cuenta.
–Sí. Y si me preguntas a mí, digamos, filosóficamente, lo
que creo que está pasando es que efectivamente estamos creando una
supraespecie, otra especie superior. Pero la verdad es que no tengo tanto miedo
de eso.
¿Por qué no?
–A ver… Normalmente entendemos que la selección natural,
cuando hay dos especies, elige a una de las dos, la famosa “supervivencia del
más apto”, ¿no? Pero también hay ejemplos de simbiosis en que las dos especies
se fusionan, y yo creo que en este caso las dos especies se van a fusionar.
Pero ya hablamos tanto que no sé si vale la pena explicar todo esto…
Parece que sí.
–Quizás para entenderlo hay que mirar cómo funciona la vida,
los sistemas vivos. Como sabes, existen diferentes niveles de abstracción:
abajo tienes partículas subatómicas que interactúan para formar átomos; los
átomos forman redes para crear moléculas; las moléculas, para crear células, y
las células se ponen en redes –cada una con su respectiva pega– para crear
organismos. Después los organismos se ponen en redes para crear sociedades. Y
ahora, ¿qué viene después? Sociedades que se ponen en red a través de la
tecnología para crear algo superior. El punto es que cada uno de esos niveles
cree funcionar con sus propias leyes, y no saben que gracias a esas leyes se
han formado otras leyes que han creado un nivel superior. Mis células no saben
que yo tengo conciencia. Se encuentran y dicen “mira, ahí hay una bacteria, ¿la
atacas tú o yo?”. Piensan que son bastante libres, ¿no? Pero los grandes
números crean una estadística confiable de que esa bacteria va a ser atacada, y
gracias a la estabilidad de esos promedios es que mi sistema tiene la
tranquilidad para crear lo que llamamos conciencia. Y lo que creo que va a
terminar haciendo la digitalización es convertirnos a nosotros en células de un
organismo mayor.
¿Cómo?
–A medida que la IA empiece a organizarnos, a programar a la
sociedad. Y va a poder hacerlo porque si bien tú y yo creemos ser muy
distintos, el funcionamiento de la sociedad, con los grandes números, consigue
promedios muy estables. Entonces este organismo puede sobrevivir, hasta que yo
me imagino que va a poder producir una conciencia. Pero nosotros ni vamos a
saber que esa conciencia existe. Por eso te digo que no va a ser “Terminator
contra nosotros”. Es un supraorganismo con el que nos estamos fusionando, y la
digitalización es como el aceite que nos une. La verdad es que normalmente no
hablo de esto en entrevistas públicas, pero eso significa para mí la
singularidad: estamos convergiendo con la tecnología para crear un ente
superior, que se llama sociotecnología, tecnosociedad o como lo quieras llamar.
¿Por qué no te gusta hablar de esto en entrevistas?
–Porque es muy loco, ¿no? Es muy profundo y hay gente que se
preocupa más de la cuenta. Prefieren hablar del robot de Amazon que les mandó
un paquete equivocado. Nos descoloca que nos hablen de un chip implementado en
el cerebro, pero ya todos usamos tecnología para aumentar nuestras capacidades.
No es en ningún caso el fin de la humanidad, es la evolución que sigue su
camino. Y la manera en que esto ocurra va a depender de nosotros. Entonces nos
conviene entender que tenemos por delante una gran responsabilidad, porque
nosotros diseñamos las instituciones que van a definir el futuro de estas
convergencias.
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