El déficit fiscal 2016 fue de 6,56 del PIB. El Gobierno sumó
el ingreso por única vez del dinero de las multas del blanqueo para bajarlo a
4,6. Con el déficit cuasifiscal y el de las provincias trepa al impresionante
10,23 por ciento.
Por Alfredo Zaiat
El balance fiscal del primer año del gobierno de Mauricio
Macri debería generar alarmas máximas en el mundo de la ortodoxia y, en
especial, entre inversores financieros que se han lanzado a comprar bonos
argentinos a tasas altísimas en relación a las que obtienen en el mercado
internacional. La inquietud no debería ser sólo por el saldo 2016 sino por las
proyecciones 2017. Sólo hay tibias observaciones al descalabro de las cuentas
públicas. Se entiende esa voluntad de relativizar y hasta ocultar el inmenso
bache fiscal autoprovocado por la Alianza macrismo-radicalismo. Muchos
consultores de la city tuvieron, tienen o aspirar a tener contratos y cargos en
los gobiernos de la Nación, de la provincia de Buenos Aires y de la Ciudad. Son
varias las ventanillas en manos de una misma fuerza política. Las convicciones
ortodoxas con las cuentas fiscales son importantes pero no tanto para poner en
riesgo el negocio propio. Por su parte, los financistas no van a ser tan
exigentes si han vuelto a gozar con el festival de la deuda argentina. Hasta
pueden exhibir un secretario de Finanzas con cargo de ministro, Luis Caputo,
como uno de los suyos y que no desperdicia un día de su gestión sin entregarles
operaciones rentables.
El déficit fiscal primario 2016 (sin transferencias del BCRA
y Anses) fue de 6,56 por ciento del PIB, que trepa al 8,73 por ciento agregando
el saldo negativo de las cuentas del Banco Central –denominado déficit
cuasifiscal– y sube al 10,23 por ciento con el desequilibrio de las cuentas
provinciales de 1,5 por ciento. Estos son los números fiscales reales y no los
maquillados en el informe difundido por el secretario de Hacienda con cargo de
ministro, Nicolás Dujovne.
La recaudación por la multa del blanqueo de capitales sumó
111.273,9 millones de pesos el año pasado. Ese dinero es un ingreso por única
vez y fue incorporado por Hacienda como si fuera un ingreso corriente. De esa
forma pudieron anotar un déficit de 4,6 por ciento y exhibir el cumplimiento de
la meta para el 2016. Esa presentación oficial es lo que se conoce como
contabilidad creativa o, en forma más directa, un maquillaje de las cuentas
para mostrar que están en línea con lo previsto ocultando un desequilibrio de
proporciones.
Los ingresos corrientes tributarios que computa el sector
nacional no financiero son los recursos que habitualmente percibe el sector
público por impuestos que recauda regularmente. Los ingresos por única vez,
como los del blanqueo, son no corrientes, por lo que no corresponde anotarlos
como si lo fueran.
Contabilidad creativa
El economista Santiago Mancinelli, especialista y Magíster
en Finanzas (UNR), realizó un ilustrativo análisis del resultado fiscal 2016.
Además de precisar las cifras arriba mencionadas también recurrió a la
descripción normativa y conceptual acerca de cómo se deben contabilizar los
ingresos del sector público, en base a la ley 24.156 de Administración
Financiera y de los Sistema de Control del Sector Público Nacional, aprobada el
30 de septiembre de 1992. Explica que el Manual de Sistema Presupuestario
Público del ex Ministerio de Economía define que los ingresos corrientes
incluyen las entradas de dinero que no suponen contraprestación efectiva como
son los impuestos y las transferencias recibidas, los recursos clasificados
conforme a la naturaleza del flujo, es decir, por venta de bienes, prestación
de servicios, por cobro de tasas, derechos, contribuciones a la seguridad
social y las rentas que provienen de la propiedad. Aclara que en esta última
definición queda claro que las rentas que provienen de la propiedad, percibidas
mediante el cobro de tasas, como fueron las obtenidas por la tasa extraordinaria
que se cobró por única vez a la exteriorización de activos no declarados no son
parte de los ingresos corrientes de la administración nacional. Para concluir
que “la inclusión de las mismas en las cuentas fiscales publicadas en la
actualidad es un maquillaje de los recursos públicos y de los resultados
presupuestarios”.
Fieles seguidores de las prácticas de engaño del ex ministro
Domingo Cavallo, la anterior y actual conducción de Hacienda han recurrido a la
contabilidad creativa de las cuentas públicas. En los 90, durante el gobierno
de Carlos Menem, Cavallo computó como ingresos corrientes los recursos por la
venta de empresas públicas, cuando eran entradas por una única vez. “Con eso
maquillaba los resultados fiscales al sumar recursos extraordinarios” en el
cálculo del saldo de las cuentas públicas, recuerda Mancinelli. En el gobierno
de Fernando de la Rúa, ya sin el dinero de las privatizaciones, en los últimos
meses antes del estallido de la convertibilidad, Cavallo retuvo el desembolso de
partidas y dejó de computar gastos, generando un endeudamiento oculto. Buscó el
salvataje del FMI pero no alcanzó para evitar la debacle. Ahora, en el gobierno
de Macri, quien fuera el ministro de Deshacienda, Alfonso Prat Gay, y el nuevo
vocero económico, Nicolás Dujovne, utilizaron el dinero ingresado por las
multas cobradas por el blanqueo de capitales para encubrir el descalabro
fiscal. Mancinelli indica que “esos dos escenarios, el del 2001 y el actual, se
asemejan con la diferencia que hasta el
momento no se ha acordado con el FMI un préstamo contingente”.
Comparación
Si existe algo que irrita a la legión de economistas
macristas en el gobierno y a los que integran el batallón de apoyo en la red de
protección mediática es la comparación de variables claves con el anterior
gobierno. Una de ellas es el resultado
fiscal. No se han cansado de hablar del despilfarro de los gobiernos
kirchneristas que derivó en la pérdida del superávit fiscal y, en consecuencia,
en una inflación elevada. Si eso era el gran problema de la economía, el
gobierno de Macri lo ha empeorado muchísimo. Duplicó la tasa de inflación y
ahora considera que es un mérito si culmina este año en niveles similares a los
que terminó el gobierno de CFK. Con las cuentas fiscales la comparación todavía
es más negativa para el Ministerio de Deshacienda.
Los datos oficiales de ejecución presupuestaria revelan que
el déficit primario en 2015 de la Administración Pública Nacional, medido de la
manera tradicional y haciendo uso de los manuales fiscales del FMI, alcanzó el
2,0 por ciento del PIB. El déficit financiero fue de 3,8 por ciento. Estos
datos surgen del informe de ejecución presupuestaria devengada publicado en
abril del año pasado. El PIB en pesos corrientes fue el informado por el Indec de
Macri. La ejecución presupuestaria fue calculada en base devengado lo que
implica que incluye todas las erogaciones comprometidas en 2015,
independientemente de que se hayan pagado en 2016. Utilizando contabilidad
creativa, que no es aceptada por especialistas ni por el FMI, Prat- Gay había
estimado que el déficit primario restadas las transferencias al Tesoro del
Banco Central y del FGS-Anses, fue de -4,2 por ciento del PIB en 2015.
Maquillados con el ingreso del blanqueo, el déficit del primer año del gobierno
de Macri fue de -4,6 por ciento. Es decir, fue más alto incluso aplicando
rímel.
La cifra real de ese déficit fiscal fue 6,56 por ciento del
PIB. O sea, el desequilibrio de las cuentas públicas fue 56 por ciento superior
al del último año del gobierno de CFK. Mancinelli advierte que se debe agregar
que en ese año el Banco Central había contabilizado un resultado cuasifiscal
superavitario de 147.111 millones de pesos, y la gestión de doce meses de
Federico Sturzenegger en el Banco Central registró una déficit cuasifiscal
estimado en 160 mil millones de pesos, equivalente a 2,17 por ciento del PIB.
El descalabro fiscal no fue originado por algún
acontecimiento externo negativo ni por una pesada herencia. Fue consecuencia de
una política económica deliberada que redistribuyó ingresos en forma regresiva
y que además castigó las cuentas del Tesoro: reducción de impuestos,
eliminación de retenciones, shock recesivo (tarifazo, caída del salario real y
apertura importadora) que provocó pérdida de recaudación, y fuerte suba de la
tasa de interés habilitando la bicicleta financiera con las Lebac.
Casi 500 mil millones de pesos, equivalente a poco más de 33
mil millones de dólares, sumaron el déficit fiscal del año pasado. Ese
desequilibrio fue cubierto con emisión monetaria y con mucha deuda. Pese a las
promesas de Dujovne, cuya tarea es la de controlar las cuentas públicas, el
desequilibrio de 2017 seguirá en niveles muy elevados. Es un sendero de
deterioro conocido donde los banqueros exigirán el ajuste fiscal para seguir
prestando y cobrando por ese dinero tasas altísimas, como las aceptadas por
Caputo en las emisiones de deuda de la semana pasada.
A ese círculo vicioso fue lanzada la economía por la
ortodoxia en el gobierno que sigue postulando que la heterodoxia en la gestión,
a la que denominan despectivamente “populismo”, es irresponsable. Si así fuera
y con esos mismos criterios conservadores, ¿cómo se debería evaluar la
administración de las cuentas públicas del gobierno de Macri?
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