La cobarde agresión a Víctor Hugo Morales no sólo impone expresar el más enérgico repudio y la solidaridad con nuestro querido compañero. También obliga a reflexionar sobre las falsas premisas que instalaron desde la prensa dominante que, por repetirlo hasta el hartazgo a través de sus usinas informativas en cada rincón del país, internalizaron en varios sectores de la sociedad que los periodistas que arrojaron su historia, credibilidad, voz y firma a la defensa de los intereses corporativos son presuntas víctimas de la agresión sistemática. Falso.
El ataque a Víctor Hugo permite señalar que no existe la grieta. Existe la violencia explícita y simbólica de un sector hegemónico, que cuenta con recursos inestimables (y cuentas ocultas en Suiza por si les hiciera falta) para intoxicar desde su patria "zocalera" los sentidos de los ciudadanos desprevenidos.
El silencio frente al apriete visible, concreto, contra Víctor Hugo expresa lo suficiente de aquellos políticos y periodistas opositores que gustan de lamentarse ante la mínima crítica. Los mismo que ahora callan.
Pero esta agresión también pone el foco justamente sobre la impudicia de ese muro en plena calle de Barracas, junto a los talleres gráficos de Magnetto & Cía, que impide la libre circulación de los vecinos de un barrio porteño. Muro que la justicia ordenó demoler.
La patoteada desnuda la arbitrariedad de una corporación que se cree más poderosa que el Estado mismo; que hace y deshace a su antojo, (cautelares inverosímiles, complicidades atroces con uniformados "desaparecedores", persecuciones gremiales, mediante). Y casualmente o no, con matones desorbitados que atacan a un equipo de prensa que sólo hace su trabajo. A Víctor Hugo lo atacaron por periodista.
La violencia es un muro. La grieta es puro cuento.

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