Juan Carlos Monedero
Mirando las encuestas de Venezuela, es fácil entender que el presidente
Chávez saque más de 20 puntos al candidato de la derecha. Sigue sin
tener explicación lógica que haya un 25% de venezolanas y venezolanos
dispuestos a votar por aquellos que quieren hacer en Venezuela lo que
está llevando a España a la ruina. Servidumbre voluntaria. Pero no todos
son iguales. Unos lo hacen por locos, otros por engañados. Los peores,
por sinvergüenzas.
En la película Matrix, uno de los luchadores de la resistencia, Cypher,
decide traicionar a sus compañeros y a sus propias ideas para
entregarse en brazos del enemigo. La realidad le parece demasiado “real”
y prefiere condenarse a la felicidad de la mentira que le otorga la
Matriz. Cuando negocia su traición, y mientras disfruta en un caro
restaurante de una comida falsa, afirma contemplando un trozo de carne
pinchado en su tenedor: “Yo sé que este filete no existe. Sé que cuando
me lo puse en mi boca, la Matrix le dice a mi cerebro que es jugoso y
delicioso. Después de 9 años, ¿sabes lo que he aprendido? La ignorancia
es felicidad”. Quiten el filete y pongan un traje, un vestido, un carro,
joyas, adornos…
En 1553 Étienne de La Boétie escribía “La servidumbre voluntaria”, un
texto contra las monarquías absolutas y, en concreto, contra su
capacidad de condenar a los pueblos a la sumisión. ¿Cómo los menos son
capaces de someter a los más? En esas páginas, el joven abogado francés
recordaba que “la primera razón de la servidumbre voluntaria es la
costumbre”. ¿Y no es acaso a través de la educación –o de su ausencia-
como lograron las oligarquías de América Latina frenar los procesos de
cambio? Que siempre mandaran los mismos. Que hicieran del gobierno una
suerte de latifundio regentado por cuatro familias que presentaban la
gestión de lo público como una propiedad privada. ¿Cómo iba a gobernar
el pueblo? Su argumento siempre fue el mismo: no se puede, si pudieras
lo empeorarías, si no lo empeorases estropearías otras cosas.
¡Conténtate con lo que tienes! El mismo discurso repetido desde la
Revolución Francesa. El poder reservado para los menos. ¿Gobernar el
pueblo? ¡La revolución! Y purpurados que iban de la iglesia a la mesa de
los ricos bendiciendo que las cosas no cambiaran.
En 2008, en la estación de metro Miranda, una señora de edad rompía un
paquete de arroz y se lo lanzaba al entonces Ministro Samán gritando:
“¡Quiero pagar el arroz más caro!”. Como un novio perplejo regado de
granos blancos, el Ministro entendía la rabia de la señora del Este de
Caracas. No en vano, los alimentos decomisados en los supermercados
ladrones se vendían a precios populares en las puertas de los mismos
establecimientos.
¿Quién quiere pagar las cosas más caras? Esa mujer, en el fondo, sabía
lo que hacía. El problema no es que ella pagase más por los alimentos
básicos. Tenía con qué hacerlo. El problema es que todo un pueblo
cubriese de manera más fácil sus necesidades, porque, en la cadena de
intereses, esa señora, al final, recibiría parte de la renta que
pagarían los humildes. ¿Qué problema hay en pagar 10 cuando recibes un
millón? Pero si las oligarquías dejaban de enriquecerse al pagar el
pueblo un precio justo, esa señora dejaba de ser una privilegiada. Esa
era su rabia. La misma que la de los que dieron el golpe en España en
1936, en Chile en 1973, en Venezuela en 2002. La rabia de los menos
contra los más.
Esa rabia de las oligarquías contra los pobres ya está en la Iliada de
Homero. Es sencilla de entender. Desde que el ser humano se hizo
sedentario hay monarquías y aristocracias.
Pero ¿qué hay de la sumisión voluntaria de los pobres hacia aquellos
que les empobrecen? ¿Cómo entender los obreros que han votado en España a
la derecha? ¿Cómo explicar que un minero haya elegido a quien le
expulsa de su trabajo? ¿Cómo dar cuenta del desahuciado que vota en
Grecia por el que le ha robado su casa? ¿Cómo explicar que haya gente
humilde o clases medias que pueden pensar en votar por Capriles en
Venezuela?
En la crisis actual que sufre Europa hay dos salidas: que los ricos
mantengan su bienestar sobre las espaldas de las mayorías o que las
mayorías salgan a la calle a defender, como hace 100 años, sus derechos,
con todo el dolor y el sufrimiento que esa pelea va a traer. Ayer se
llamaba en América Latina “Consenso de Washington”. Ahora se llama en
Europa, “dictados de la Troika”. Lo ejecuta la derecha. En España, el
Partido Popular. Los amigos de Capriles.
Mirando las encuestas de Venezuela, es fácil entender que el presidente
Chávez saque más de 20 puntos al candidato de la derecha. Sigue sin
tener explicación lógica que haya un 25% de venezolanas y venezolanos
dispuestos a votar por aquellos que quieren hacer en Venezuela lo que
está llevando a España a la ruina. Servidumbre voluntaria. Pero no todos
son iguales. Unos lo hacen por locos, otros por engañados. Los peores,
por sinvergüenzas.
A los canallas hay que combatirlos. Quieren regresar al pasado para
volver a hacer de Venezuela su hacienda. A los engañados hay que
hablarles. Despacio. Sin enfado. Hasta dejarles claro qué país tenían
hace 13 años y qué país tienen ahora. A los locos… Hay que dedicar más
tiempo a los locos. A los que no se atreven a ser dueños de su propia
vida. A los que prefieren la mentira a la realidad. A los que no oyeron
que una revolución no es una tarea sencilla y no saben lo que
signifícale esfuerzo de ganarla y el quebranto de perderla. A los locos
hay que decirles lo que Don Quijote a Sancho Panza: “Procura descubrir
la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, por entre los
sollozos e importunidades del pobre”.
Para que se sumen a los verdaderos locos. Los que hacen real la utopía.
Para que se sumen a los que siguen construyendo esperanza en América
Latina ahora que Europa está entrando en una negra noche.
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