“Pero, mi patria, ¿es
acaso el barrio en que vivo, la casa en que me alojo, la habitación en que
duermo? ¿No tenemos más bandera que la sombra del campanario? Yo conservo
fervorosamente el culto del país en que he nacido, pero mi patria superior es
el conjunto de ideas, de recuerdos, de costumbres, de orientaciones y de
esperanzas que los hombres del mismo origen, nacidos de la misma revolución,
articulan en el mismo continente, con ayuda de la misma lengua”
Manuel
Ugarte
Discurso pronunciado en
Lima el 3 de mayo de 1913. (1)
El año 1810 fue complicado para los países
hispanoparlantes. En España reinaba una gran confusión, ya que Napoleón había
encarcelado a Fernando VII e instalado en Madrid a José Bonaparte, rey cuya
legitimidad fue justamente cuestionada por los españoles. La resistencia
popular española al rey francés se tradujo en la formación de juntas populares
que gobernaban en nombre del rey detenido por los franceses. A mediados de 1810
todo parecía perdido para la causa española. Los núcleos de resistencia se
apagaban, y el dueño de Europa amenazaba con transformarse, definitivamente, en
el nuevo mandamás de la península ibérica.
En medio de esta confusión, muchas capitales
latinoamericanas convocaron Cabildos Abiertos cuestionando a las autoridades
virreinales. Buenos Aires, Santiago de Chile, Quito, Caracas, Bogotá vivieron
el desplazamiento de la autoridad española y su reemplazo por una Junta elegida
por los “vecinos” -españoles y criollos de buena posición económica-. Todas
estas juntas tuvieron una composición muy diversa (la de Buenos Aires incluía
dos españoles, Larrea y Matheu). Todas juraron en nombre del rey preso,
Fernando VII de Borbón.
Los argentinos recordamos el 25 de mayo de 1810 como
una de nuestras principales fechas patrias, lo que genera no poca confusión
porque muchos la identifican con la independencia, objetivo que no se concretó
hasta mucho después, hasta la declaración realizada en San Miguel de Tucumán un
9 de julio de 1816. Las confusiones que arrastramos en torno a esas fechas son
muchas y justificables, porque fueron tiempos de dudas e incertidumbre (2).
Los acontecimientos de mayo de 1810 se enmarcan en
una verdadera guerra civil que estaba atravesando el Imperio Español entre
aquellos que deseaban el mantenimiento del absolutismo monárquico y quienes
preferían un gobierno con participación “popular” (más o menos numerosa, según
los casos). En este conflicto político había españoles y americanos en ambos
bandos, lo que explica que hubiese españoles que integraban la junta, así como
insignes oficiales del ejército realista que eran americanos (Los
generales realistas Goyeneche (3) y Pío
Tristán (4), por ejemplo, eran peruanos). La idea de la independencia estaba
presente en algunas mentes preclaras (Simón Bolívar, Mariano Moreno, Francisco Miranda,
Manuel Belgrano, entre otros), pero no era el tema central para la mayoría de
los participantes. Esto explica que nuestras autoridades fueran tan reacias a
declarar la independencia o adoptar una bandera durante tanto tiempo -en Buenos
Aires se usó la bandera española hasta
1815- (5).
La segunda polémica pasa por el carácter nacional o
continental del proceso de independencia. En realidad las actuales
nacionalidades son un fenómeno muy posterior a 1810. En esa fecha, los
habitantes de estas tierras se identificaban con su “pago”, con la ciudad en la
que habían nacido, y como americanos o españoles americanos, pero no existían las
modernas fronteras y nacionalidades. Para un habitante de Tucumán era tan
“extranjero” un nativo de Buenos Aires como uno de Lima, un oriundo de Córdoba
como uno de México. Esto explica porqué fue tan fácil para nuestros dirigentes actuar en “países” diversos
como si fueran el propio, ya que dichos “países” aún no existían. El porteño
Manuel Dorrego fue una figura importante en la rebelión chilena de 1810, así
como el tucumano Bernardo Monteagudo (6) fue uno de los líderes del alzamiento
de Chuquisaca de 1809, para años después ser una figura central tanto junto a
San Martín en Perú como junto a Bolívar en la Gran Colombia. De la misma
manera, el primer gobernante de “Argentina” fue don Cornelio Saavedra, nacido
en la altoperuana ciudad del Potosí, mientras que uno de los Directores
Supremos del Río de la Plata
fue el peruano arequipeño Ignacio Álvarez Thomas, gentileza que la nación
andina nos devolvió al tener como primer gobernante a José de San Martín,
correntino criado en España. Uno de los diputados firmantes de la declaración
de independencia del 9 de julio de 1816, el jurista potosino José Mariano
Serrano, fue luego en dos oportunidades presidente interino de Bolivia. Estos
ejemplos no son excepciones curiosas, sino exponentes de lo que fue una regla:
debemos pensar en el Ejército Argentino-Chileno con que San Martín cruzó los
Andes (que tenía bandera propia, distinta de la argentina y la chilena) o el
auténtico ejército SUDAMERICANO –colombianos, venezolanos, ecuatorianos,
argentinos, peruanos, bolivianos, chilenos- con el que el General venezolano Antonio José de Sucre completó la
independencia de Bolivia en 1825.
Los argentinos, que hemos dado la espalda durante
tanto tiempo al resto de América Latina, hemos subestimado el rol de los
heroicos soldados “argentinos” y altoperuanos (bolivianos) que detuvieron el
avance español en las batallas de Tucumán y Salta (7), así como la labor
irremplazable del centenar de caudillos altoperuanos que frenaron el avance
español hacia el sur. Estos líderes del altiplano, de los cuales apenas se
recuerda a Juana Azurduy, una de las pocas sobrevivientes, lucharon hasta el
último hombre (y a veces también hasta la última mujer) contra el “godo”
invasor. De ellos apenas quedan calles sin nombre de pila en lugares marginales de la ciudad de Buenos
Aires, “Warnes”…“Muñecas”... “Camargo”… Otros,
como José Miguel Lanza, Eustaquio Méndez, Eusebio Lira, José Manuel Chinchilla, y Juan Manuel de Cáceres,
simplemente cayeron en el olvido (8). Fueron estos héroes, que dejaron la vida
para impedir el avance español en los territorios de lo que hoy es el norte
argentino y el territorio de Bolivia, los que evitaron que los españoles avanzaran triunfales
hasta Buenos Aires .
En tercer lugar, no debemos perder
de vista la dimensión social. Las luchas por la independencia sólo avanzaron en
lugares donde los diversos sectores sociales y étnicos lograron actuar unidos
en pos de ese objetivo. En Argentina y Venezuela, dos de los países más activos
por estos años, la columna vertebral de los ejércitos estaba integrada por
mestizos (gauchos en el Río de la
Plata y llaneros en el Orinoco) y por africanos (que
constituían un tercio del Ejército de los Andes). En cambio en otros países los sectores populares
de origen americano originario ofrendaron ríos de sangre ante la indiferencia o
incluso la hostilidad de una elite criolla de origen europeo que apoyaba al
realismo hispano. Este fue el caso de México, donde los curas Hidalgo y Morelos
acaudillaron alzamientos “indígenas” reprimidos con saña por españoles y
criollos. Algo similar sucedió en las zonas andinas (Perú-Bolivia) donde ya se
contaba con el antecedente de la gran rebelión americana bajo el mando de Tupac
Amaru a fines del siglo XVIII, y de las revoluciones de Chuquisaca y La Paz de 1809 (9), ahogadas en
sangre por el poder español con el entusiasta apoyo de las elites criollas.
Estas elites observaron con
absoluto horror como otro 25 de mayo, pero de 1811, el porteño Juan José
Castelli, en las ruinas de Tiahuanaco, leyó un manifiesto en castellano,
quechua y aymara proclamando la absoluta igualdad social, política y civil de
todos los habitantes del Altiplano, sin importar que fueran criollos, mestizos
o “indios”(10)
En estos lugares donde los criollos
sostuvieron el poder español, el proceso de independencia se dilató (en México
hasta 1820), o se paralizó hasta que el nudo gordiano fue desatado por la
espada de una intervención militar continental (los casos de Perú y Bolivia, no
resueltos plenamente hasta 1825).
Estas gestas no fueron nacionales.
Nadie logró independizarse con sus propias fuerzas. Las rebeliones fueron un
éxito cuando lograron combinarse: venezolanos, ecuatorianos y colombianos en el
norte, argentinos, bolivianos y chilenos en el sur, y todos juntos hacia Perú y
Bolivia en el centro. Todos nuestros líderes soñaron con organismos políticos
mayores que las actuales dos decenas de repúblicas balcanizadas. Simón Bolívar
concretó la Gran Colombia
(Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá), y San Martín y Belgrano soñaron con un gran
estado sudamericano con un monarca de origen incaico que uniera al Perú y el
Río de la Plata. Estos sueños terminaron
fracasando, pero fueron tan reales que es imposible encontrar un Acta de la Independencia
“Argentina”. Lo que firmaron en Tucumán, el 9 de julio de 1816, diputados del
Alto Perú (Bolivia) y el Río de la
Plata (Argentina) fue la independencia de las “PROVINCIAS
UNIDAS EN AMÉRICA DEL SUD” (11).
Logramos independizarnos cuando
estuvimos unidos. Las actuales repúblicas no son el producto del sueño
independentista de nuestros próceres, sino de su fracaso. Iniciativas de
nuestra época, como Unasur y la CELAC, no son sino un
intento de volver a un camino interrumpido al no poder mantenerse , luego de
alcanzada la independencia política, la
unidad del subcontinente latinoamericano.
Cada 25 de mayo, y también cada 9
de julio, debemos recordar cuanta sangre de cuantos “países” actuales se regó
por todo el continente para lograr llegar a donde estamos. El día que en
ninguna parte de América Latina se vea como extranjero a otro latinoamericano,
el día en que “Patria Grande” sea mucho
más que un concepto abstracto, estaremos en condiciones de completar los sueños
de aquellos grandes hombres.
Como dijo hace ya más de un siglo,
en 1908, don Manuel Ugarte:
“Abandonemos la idea
errónea de que la época de la independencia fue una edad fabulosa y que sus
hombres no pueden ser imitados jamás”(12)
Adrián
Corbella, 11 de mayo de 2014
NOTAS:
(1): Citado en EL PENSAMIENTO VIVO
DE MANUEL UGARTE, Ediciones Centro Cultural Enrique Santos Discépolo, Buenos
Aires, 2007
(2): Javier Garín destaca en su biografía de Monteagudo que
Goyeneche, hombre previsor, llegó a
América como representante de la
Corona española con tres cartas credenciales distintas,
firmadas respectivamente por José Bonaparte, la Junta
Central de Sevilla y la Infanta Carlota Joaquina... El
arequipeño era un jugador de toda la cancha…
(3): Para una
biografía de José Manuel Goyeneche ver http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Manuel_de_Goyeneche
(4): Para una
biografía de Juan Pío de Tristán y Moscoso, ver http://es.wikipedia.org/wiki/P%C3%ADo_Trist%C3%A1n
(5): Sobre el tema
de las banderas puede consultarse http://es.wikipedia.org/wiki/Banderas_hist%C3%B3ricas_de_la_Argentina
(6): Sobre
Monteagudo hay una excelente biografía escrita por Javier Garín EL DISCIÍPULO
DEL DIABLO. VIDA DE MONTEAGUDO, IDEÓLOGO DE LA UNIÓN SUDAMERICANA (Dunken, Buenos Aires, 2011) http://www.dunken.com.ar/web2/libreria_detalle.php?id=10788
(7): Sobre las batallas
de Tucumán y Salta hay mucho material, pero recomiendo especialmente el trabajo
de Javier Garín sobre Belgrano (RECUERDOS DEL ALTO PERÚ. CRÓNICA DE LA CAMPAÑA DE BELGRANO, Editorial
Dunken, hay varias ediciones)
(8): Sobre las
llamadas “republiquetas” altoperuanas hay mucho material, pero en la red se
puede ver por ejemplo http://www.centrocultural.coop/blogs/nuestramericanos/etiquetas/republiquetas/
. Estos líderes actuaban generalmente en estrecha colaboración con Martín
Miguel de Güemes.
(9): Javier Garin
hace un interesante estudio sobre este tema en su libro sobre Monteagudo,
citado más arriba.
(10): Sobre esta
cuestión ver de Hernán Brienza UN BICENTENARIO PARA CASTELLI http://tiempo.infonews.com/notas/bicentenario-para-castelli
(11): Ver texto de la
declaración de independencia “argentina” http://www.me.gov.ar/efeme/9dejulio/acta.html
(12): Citado en
MANUEL UGARTE, por Victor Ramos, colección “Pensadores de la Patria Grande” realizada por el
“Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentina e Iberoamericano Manuel
Dorrego”, publicado por “Página 12”
en 2013.
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