La concreción del diálogo político entre
sectores mayoritarios de la oposición venezolana y el gobierno de
Nicolás Maduro es un logro de su gestión, que busca configurar un
escenario de paz frente a la actitud violenta asumida por grupos
minoritarios que cuentan, claramente, con el apoyo de la derecha
norteamericana.
Es también, un triunfo de la Unasur, que fue la garante de
esa mesa de diálogo y que demuestra, nuevamente, su capacidad para
timonear y reconducir situaciones críticas en nuestra Sudamérica: el
levantamiento policial en Ecuador, el separatismo en Bolivia o la
posibilidad de la guerra entre Colombia y Venezuela (donde intervino
activamente Néstor Kirchner), deja al descubierto que la diplomacia del
Departamento de Estado no puede imponer en todos los niveles y
organismos multilaterales sus posiciones.
El antecedente del primer mandatario bolivariano, proponiendo en conferencia de prensa con corresponsales extranjeros un encuentro de país a país con los Estados Unidos y luego la firmeza para que actuara la Unasur y no la OEA, son elementos de un enorme peso para explicar el curso que tomaron, luego, los acontecimientos.
Esto ha limitado la ofensiva de la derecha norteamericana por impulsar la intervención militar en Venezuela. El tema es el petróleo y los recursos naturales de nuestro continente y los representantes del Tea Party y sus referentes en el Congreso no tienen prejuicios por expresarlo públicamente como lo hiciera el senador John Mc Caine.
La estrategia en el territorio venezolano ha sido clara, pasando de manifestaciones de estudiantes a guarimbas, ataques planificados contra funcionarios, militantes populares y edificios públicos; cortando vías de acceso a ciudades y barrios, saboteando los servicios públicos. El objetivo es montar –con la cobertura de los grandes medios– un teatro de operaciones militares, una escenografía de caos que de sustento a una invasión.
Las declaraciones de John Negroponte y Otto Reich –dos de los más prominentes halcones de la política exterior yanqui– planteando que el país de Hugo Chavéz Frías constituye una amenaza para todo el continente, encuentran cauce en el no reconocimiento que Barck Obama ha hecho del gobierno de Nicolás Maduro.
La articulación de acciones de la guerra de baja intensidad, con las expresiones vertidas y la presencia de la IV Flota recuerda, claramente, situaciones vividas en otros lugares del mundo en los últimos años de las cuales no pueden separarse el desabastecimiento y el encarecimiento de los productos esenciales para la población.
La derecha quiere intervenir militarmente en Venezuela, pues sabe que esto quebraría el proceso de integración que transita la región y llevaría a la parálisis a su institucionalidad como son la Unasur y la CELAC. De allí la revalorización del diálogo de paz que, como bien expresara Nicolás Maduro, no debe ser un acuerdo de cúpulas, sino avanzar sobre temas relevantes como el desarrollo económico o la lucha contra la criminalidad.
Esto también ha dejado al descubierto quienes desean la paz y quienes apuestan a la violencia, tras intereses que reportan directamente a la derecha norteamericana.
Publicado en:
http://www.infonews.com/2014/04/30/mundo-141873-el-dialogo-en-venezuela-un-triunfo-de-maduro.php
El antecedente del primer mandatario bolivariano, proponiendo en conferencia de prensa con corresponsales extranjeros un encuentro de país a país con los Estados Unidos y luego la firmeza para que actuara la Unasur y no la OEA, son elementos de un enorme peso para explicar el curso que tomaron, luego, los acontecimientos.
Esto ha limitado la ofensiva de la derecha norteamericana por impulsar la intervención militar en Venezuela. El tema es el petróleo y los recursos naturales de nuestro continente y los representantes del Tea Party y sus referentes en el Congreso no tienen prejuicios por expresarlo públicamente como lo hiciera el senador John Mc Caine.
La estrategia en el territorio venezolano ha sido clara, pasando de manifestaciones de estudiantes a guarimbas, ataques planificados contra funcionarios, militantes populares y edificios públicos; cortando vías de acceso a ciudades y barrios, saboteando los servicios públicos. El objetivo es montar –con la cobertura de los grandes medios– un teatro de operaciones militares, una escenografía de caos que de sustento a una invasión.
Las declaraciones de John Negroponte y Otto Reich –dos de los más prominentes halcones de la política exterior yanqui– planteando que el país de Hugo Chavéz Frías constituye una amenaza para todo el continente, encuentran cauce en el no reconocimiento que Barck Obama ha hecho del gobierno de Nicolás Maduro.
La articulación de acciones de la guerra de baja intensidad, con las expresiones vertidas y la presencia de la IV Flota recuerda, claramente, situaciones vividas en otros lugares del mundo en los últimos años de las cuales no pueden separarse el desabastecimiento y el encarecimiento de los productos esenciales para la población.
La derecha quiere intervenir militarmente en Venezuela, pues sabe que esto quebraría el proceso de integración que transita la región y llevaría a la parálisis a su institucionalidad como son la Unasur y la CELAC. De allí la revalorización del diálogo de paz que, como bien expresara Nicolás Maduro, no debe ser un acuerdo de cúpulas, sino avanzar sobre temas relevantes como el desarrollo económico o la lucha contra la criminalidad.
Esto también ha dejado al descubierto quienes desean la paz y quienes apuestan a la violencia, tras intereses que reportan directamente a la derecha norteamericana.
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