De la emergencia de los trabajadores en el 45 a la convocatoria de la CGT en la cancha de River. El valor de la “lealtad” como reconocimiento de las transformaciones en marcha. Años de dominio oligárquico y corrupción política explotaron y se convirtieron en escombros un día en que los postergados fueron los protagonistas de la historia.
Un día como hoy, el histórico 17 de octubre de 1945, los trabajadores fueron a Plaza de Mayo a exigir la libertad de Juan Domingo Perón. El mundo estaba sacudido por el fin de la Segunda Guerra y la Argentina vivía una transformación profunda. Unos meses antes, el 12 de julio, el dirigente sindical de origen socialista Ángel Borlenghi había conducido una movilización masiva en la que se coreaba “Perón presidente”. La clase obrera advertía que dentro del gobierno militar de entonces ya había sectores que preparaban el desplazamiento de aquel coronel que había abierto las puertas del gobierno a la chusma. A la convocatoria de Borlenghi vino de inmediato la réplica oligárquica: una perfumada “marcha de la libertad” recorrió, el 19 de septiembre, el centro de Buenos Aires y, en particular, el barrio de Recoleta.
El planteo militar para terminar con el hombre que había concentrado tres cargos –secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra y vicepresidente de la Nación- llegó de la mano del general Eduardo Ávalos, otro de los tantos altos jefes que acompañaron al GOU pero que no estaban dispuestos a que el poder mudara de manos. El 8 de octubre, cuando Perón cumplía 50 años, los complotados le pidieron al presidente de facto Edelmiro Farrell que desplazara a Perón. Éste, que sabía que su continuidad no dependía de manejos palaciegos, aceptó la remoción y concurrió, el 10 de octubre, a una concentración de trabajadores en la que reafirmó su compromiso en la lucha por profundizar las conquistas obreras. Al día siguiente, mientras la reacción conspiraba para evitar el ascenso de los descamisados, Perón y Eva Duarte dejaron el departamento de la calle Posadas donde vivían y fueron a un lugar donde no pudieran ubicarlos. De inmediato, Farrell ordenó que la policía diera con su paradero. Efectivamente lo detienen y lo trasladan, primero, a un buque de la Armada y luego a la Isla Martín García. El diario Crítica, el 13 de octubre, tituló sin rubor ni sentido de la historia: “Perón ya no constituye un peligro para el país”.
De inmediato, los azucareros tucumanos se declararon en huelga. La idea de abandonar el trabajo y ganar la calle empezó a correr como reguero de pólvora. La conducción de la CGT lanzó el paro nacional para el viernes 18. Pero todo se precipitó y el jueves 17 cambiaba la habitual fisonomía porteña. Desde el sur profundo, como pudieron, las masas obreras llegaron a la Casa Rosada para custodiar la vida de su líder. No querían enterarse por la prensa del régimen. En definitiva, sabían que eran los protagonistas de esa nueva etapa que se alumbraba en la Argentina. A las once de la noche, sin que nadie se moviera de su lugar en la Plaza, Perón pudo salir al balcón y los altoparlantes permitieron que cada uno de los presentes confirmara que empezaba lo nuevo. Eso fue el inicio del peronismo. La conjunción de un líder y un pueblo que se basó en la promoción efectiva de los derechos sociales. Así surgió la identidad de un movimiento político que salía de los cánones de las miradas eurocentristas de las transformaciones sociales en el siglo XX.
Tras aquella jornada del 17, el peronismo se impuso en las elecciones del 24 de febrero de 1946. Perón integró la fórmula con el radical correntino Hortensio Quijano. El socialista Borlenghi fue luego su ministro del Interior. En la arquitectura del justicialismo, la fuerza sindical y el partido político fueron dos pilares. Del mismo modo que su concepción frentista con otras identidades partidarias.
El planteo militar para terminar con el hombre que había concentrado tres cargos –secretario de Trabajo y Previsión, ministro de Guerra y vicepresidente de la Nación- llegó de la mano del general Eduardo Ávalos, otro de los tantos altos jefes que acompañaron al GOU pero que no estaban dispuestos a que el poder mudara de manos. El 8 de octubre, cuando Perón cumplía 50 años, los complotados le pidieron al presidente de facto Edelmiro Farrell que desplazara a Perón. Éste, que sabía que su continuidad no dependía de manejos palaciegos, aceptó la remoción y concurrió, el 10 de octubre, a una concentración de trabajadores en la que reafirmó su compromiso en la lucha por profundizar las conquistas obreras. Al día siguiente, mientras la reacción conspiraba para evitar el ascenso de los descamisados, Perón y Eva Duarte dejaron el departamento de la calle Posadas donde vivían y fueron a un lugar donde no pudieran ubicarlos. De inmediato, Farrell ordenó que la policía diera con su paradero. Efectivamente lo detienen y lo trasladan, primero, a un buque de la Armada y luego a la Isla Martín García. El diario Crítica, el 13 de octubre, tituló sin rubor ni sentido de la historia: “Perón ya no constituye un peligro para el país”.
De inmediato, los azucareros tucumanos se declararon en huelga. La idea de abandonar el trabajo y ganar la calle empezó a correr como reguero de pólvora. La conducción de la CGT lanzó el paro nacional para el viernes 18. Pero todo se precipitó y el jueves 17 cambiaba la habitual fisonomía porteña. Desde el sur profundo, como pudieron, las masas obreras llegaron a la Casa Rosada para custodiar la vida de su líder. No querían enterarse por la prensa del régimen. En definitiva, sabían que eran los protagonistas de esa nueva etapa que se alumbraba en la Argentina. A las once de la noche, sin que nadie se moviera de su lugar en la Plaza, Perón pudo salir al balcón y los altoparlantes permitieron que cada uno de los presentes confirmara que empezaba lo nuevo. Eso fue el inicio del peronismo. La conjunción de un líder y un pueblo que se basó en la promoción efectiva de los derechos sociales. Así surgió la identidad de un movimiento político que salía de los cánones de las miradas eurocentristas de las transformaciones sociales en el siglo XX.
Tras aquella jornada del 17, el peronismo se impuso en las elecciones del 24 de febrero de 1946. Perón integró la fórmula con el radical correntino Hortensio Quijano. El socialista Borlenghi fue luego su ministro del Interior. En la arquitectura del justicialismo, la fuerza sindical y el partido político fueron dos pilares. Del mismo modo que su concepción frentista con otras identidades partidarias.
El peronismo de cara al 2011.
Para entender aquel 17 de octubre es bueno reparar en la oportunidad histórica de encarar un proceso de libertad económica que rompiera la sujeción de Gran Bretaña y, sobre todo, de los Estados Unidos, que era la potencia occidental victoriosa y que estaría ocupada por unos cuantos años en la reconstrucción europea. El bienestar social y la sustitución de importaciones fueron posibles por un Estado activo, que no sólo fiscalizó y fue el motor de la distribución de ingresos sino que además fue un Estado empresario. Las empresas públicas de aquellos años, donde los trabajadores participaban de los directorios, ocuparon el lugar que en otras naciones capitalistas habían jugado las burguesías nativas para salir del atraso. Además, al amparo de la banca pública de inversión asomaron empresarios que constituyeron semillas de una futura burguesía nacional capaz de privilegiar los intereses de la Nación antes que convertir sus empresas en meros eslabones de los grandes intereses financieros y comerciales de los países centrales.
Pese a la estabilidad política y social de la década del primer peronismo, en los primeros años cincuenta, Estados Unidos puso en marcha sus planes para recuperar la hegemonía en América Latina e impulsó una serie de golpes de Estado para voltear a las fuerzas populares que gobernaban. La alianza en el gobierno que representaba Perón no alcanzó para frenar esa oleada de autoritarismo político y colonialismo económico y en la Argentina se impuso a sangre y fuego en septiembre de 1955.
Después de 55 años, resulta útil trazar perspectivas para entender lo difícil que es cambiar el curso de la historia. Quienes históricamente tienen el poder hacen lo posible por evitar los cambios. Para desgracia de la derecha política y de las grandes corporaciones empresarias, América Latina está en un momento en el que no tiene dependencia directa del FMI sino que por el contrario ese organismo está más preocupado por sacar a los países centrales de una crisis profunda. Además, la producción y comercialización de bienes primarios, permite a los gobiernos democráticos –varios de signo popular– contar con recursos fiscales capaces de financiar políticas sociales y también, tibiamente, de proveer recursos financieros al desarrollo industrial. Existe la posibilidad cierta de que esta región del planeta despegue de la condición de dependencia de las potencias. La Argentina juega un rol importante en este proceso de integración regional y soberanía política.
Pese a la estabilidad política y social de la década del primer peronismo, en los primeros años cincuenta, Estados Unidos puso en marcha sus planes para recuperar la hegemonía en América Latina e impulsó una serie de golpes de Estado para voltear a las fuerzas populares que gobernaban. La alianza en el gobierno que representaba Perón no alcanzó para frenar esa oleada de autoritarismo político y colonialismo económico y en la Argentina se impuso a sangre y fuego en septiembre de 1955.
Después de 55 años, resulta útil trazar perspectivas para entender lo difícil que es cambiar el curso de la historia. Quienes históricamente tienen el poder hacen lo posible por evitar los cambios. Para desgracia de la derecha política y de las grandes corporaciones empresarias, América Latina está en un momento en el que no tiene dependencia directa del FMI sino que por el contrario ese organismo está más preocupado por sacar a los países centrales de una crisis profunda. Además, la producción y comercialización de bienes primarios, permite a los gobiernos democráticos –varios de signo popular– contar con recursos fiscales capaces de financiar políticas sociales y también, tibiamente, de proveer recursos financieros al desarrollo industrial. Existe la posibilidad cierta de que esta región del planeta despegue de la condición de dependencia de las potencias. La Argentina juega un rol importante en este proceso de integración regional y soberanía política.
Néstor y Cristina, Scioli, Moyano.
Tras ocho años de gestión, el peronismo tiene ante sí la posibilidad de ganar las elecciones de octubre del año próximo. Sectores enemigos de este proceso de cambio representados por Clarín y La Nación -y no por partidos políticos- pensaron que el debate parlamentario en el Senado sobre el 82% por ciento móvil (o la ley de cómo desfinanciar al Estado en poco tiempo) iba a permitirles sumar fuerzas para crear la ficción de una oposición política preocupada por los jubilados. Una vez más, el vector fue el vicepresidente Julio Cobos con su insólito desempate en la madrugada del jueves. Esta vez no puede ocultar que el 13 de enero de 2006, siendo gobernador de Mendoza, vetó una ley de la Legislatura que otorgaba el 82% móvil a los docentes provinciales. El entonces gobernador vetó tres artículos de la Ley de Presupuesto provincial “por considerar que no son de aplicación práctica”. Cobos propuso “el otorgamiento de un beneficio transitorio con carácter de subsidio y por única vez para los jubilados docentes transferidos a la Nación, evitando cualquier interpretación que pudiese otorgarle la calidad de previsional a dicho beneficio”. Esto es textual. Ahora, los voceros del vicepresidente salen a justificar aquella postura con el argumento de que “se trataba sólo de un beneficio para los docentes y no para todos los jubilados”. Una mentira impiadosa que pretendía que esa ley se convirtiera en un ariete para desfinanciar al Estado. En diálogo con el programa Aquí Estamos de Radio Del Plata, Néstor Kirchner dijo: “Los trabajadores argentinos, después de haber sufrido tanta exclusión y tanta injusticia, están perfectamente esclarecidos de las pequeñas maniobras demagógicas de aquellos que creen que los trabajadores no piensan”. Sin embargo, no será fácil para el peronismo y sus aliados desbaratar todas las maniobras de los grupos mediáticos. Una medida acertada de la comunicación del oficialismo fue que salieran muchas voces a explicar esta maniobra y que no quedara sólo en las principales espadas kirchneristas.
El acto organizado por la CGT fue el de mayor concurrencia numérica en lo que va del año. Claro está, como convocatoria partidaria y no como hecho cultural e histórico. Pero, tan importante como la cantidad de asistentes vale el tono de las palabras de Hugo Moyano, el orden de la militancia y la importancia de quienes hoy son las figuras centrales de cara a las elecciones de 2011. Néstor y Cristina Kirchner, así como Daniel Scioli son las locomotoras electorales del espacio político del peronismo y sus aliados. Expresan un entramado complejo, con tensiones y diferentes intereses, pero que constituyen el territorio común en el que el proyecto nacional disputará con otros espacios políticos la continuidad -o no- de este proceso de cambio. La lealtad no es un acto de fe sino el reconocimiento de que un cambio histórico lento y gradual requiere conducción, requiere que la militancia trabaje incansablemente para que en esas contradicciones internas se impongan los intereses populares y no las construcciones de aparatos que muchas veces distorsionan lo que realmente necesitan los postergados y los excluidos. Un 17 de octubre es una fecha de orgullo para el pueblo. Es un día de júbilo y esperanza para honrar a los trabajadores.
Publicado en :
http://sur.elargentino.com/notas/la-historia-vista-65-anos-despues
El acto organizado por la CGT fue el de mayor concurrencia numérica en lo que va del año. Claro está, como convocatoria partidaria y no como hecho cultural e histórico. Pero, tan importante como la cantidad de asistentes vale el tono de las palabras de Hugo Moyano, el orden de la militancia y la importancia de quienes hoy son las figuras centrales de cara a las elecciones de 2011. Néstor y Cristina Kirchner, así como Daniel Scioli son las locomotoras electorales del espacio político del peronismo y sus aliados. Expresan un entramado complejo, con tensiones y diferentes intereses, pero que constituyen el territorio común en el que el proyecto nacional disputará con otros espacios políticos la continuidad -o no- de este proceso de cambio. La lealtad no es un acto de fe sino el reconocimiento de que un cambio histórico lento y gradual requiere conducción, requiere que la militancia trabaje incansablemente para que en esas contradicciones internas se impongan los intereses populares y no las construcciones de aparatos que muchas veces distorsionan lo que realmente necesitan los postergados y los excluidos. Un 17 de octubre es una fecha de orgullo para el pueblo. Es un día de júbilo y esperanza para honrar a los trabajadores.
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