Del default al superávit y la estabilidad
El cambio entre uno y otro período se explica por dos causas: la recuperación de la autoridad monetaria del Banco Central, y la política macroeconómica que consolidó sus principales instrumentos como el presupuesto, la moneda, los pagos internacionales y el tipo de cambio.
En el último cuarto del siglo pasado y primeros años del actual, entre todas las economías que integran el orden mundial, el comportamiento de la Argentina fue el peor. En ningún otro caso se registró, entre 1975 y 2002, una caída del PBI per capita del 10%, y del industrial en 40%, un profundo deterioro de todas las variables sociales y un caos macroeconómico que provocó el default.En cambio, entre 2002 y la actualidad, la economía argentina registra una de las mayores tasas de crecimiento dentro del orden mundial, en un contexto macroeconómico ordenado. El único indicador relativamente negativo es el aumento de precios sin que, de todos modos, existan evidencias de descontrol ni obstáculos insalvables al crecimiento de la producción y el empleo.Es necesario explicar por qué la evolución de la economía argentina pasó de ser una de las peores a una de las mejores del mundo. Influye, en alguna medida, la mejora de los mercados mundiales de alimentos y materias primas, que fortalecieron los pagos internacionales y estimularon el crecimiento de los países exportadores de productos primarios como el nuestro. Esto es sólo parte de la explicación porque incluso entre esos países, incluidos los de América Latina, la economía argentina figura entre las mejores. En ningún otro caso se verifica un cambio tan radical de tendencia. Los factores externos influyeron positivamente, pero el cambio de comportamiento es consecuencia, principalmente, de los acontecimientos fronteras adentro, y las respuestas propias a los cambios de circunstancias y a los problemas planteados. Esto incluye la radical disminución del endeudamiento externo, que fue esencial para recuperar los equilibrios macroeconómicos y la gobernabilidad, y resistir, al final de esta década, las consecuencias de la extraordinaria crisis del orden económico mundial, la más severa desde la de los años treinta. El deterioro de la economía argentina en el período 1975-2002 reflejó las consecuencias del prolongado período de hegemonía neoliberal, inaugurado con el golpe de 1976. A comienzos del año 2002, las propuestas para el futuro de la economía argentina, fundadas en los mismos principios que culminaron en la debacle, incluían la licuación de los activos monetarios en pesos, la dolarización, el establecimiento de la banca off shore, la renuncia definitiva a conducir la política económica y descansar en el salvataje internacional, bajo la conducción del FMI. Sobre estas bases hubiera sido imposible la recuperación posterior a 2002. La explicación del cambio entre uno y otro período descansa, esencialmente, en dos causas principales. Por una parte, el cambio de circunstancias impuesto por la misma crisis. Esto incluye la pesificación de los activos y pasivos denominados en moneda extranjera y la consecuente recuperación de la autoridad monetaria del Banco Central, el superávit en los pagos internacionales debido a la caída de las importaciones y los precios internacionales de las commodities, el ajuste cambiario que abrió espacios de rentabilidad clausurados durante el prolongado período de apreciación del tipo de cambio y la aparición del superávit primario en las finanzas públicas, por el repunte de la economía y el aumento de la relación tributos/PBI. Por la otra, al cambio de rumbo de la política económica, que abandonó la búsqueda de soluciones a través de la asistencia internacional y se dedicó al control de los principales instrumentos de la política macroeconómica: el Presupuesto, la moneda, los pagos internacionales y el tipo de cambio. La fortaleza de la situación económica permitió formular una propuesta propia para resolver la deuda en default, que culminó exitosamente y, poco después, en enero de 2006, al cancelar la pendiente con el FMI. La convergencia de las nuevas circunstancias y el rumbo de la política económica provocó, en breve, un cambio radical del escenario macroeconómico y en la seguridad jurídica demolida por la estrategia neoliberal. La respuesta de la oferta al repunte de la inversión y el consumo y al fortalecimiento de la competitividad de bienes transables fue inmediata, permitiendo un aumento acumulado del PBI del 60%. La inflación se mantuvo en niveles manejables, pero encima del límite aconsejable del 10%. Las perspectivas de corto y mediano plazo indican que la economía argentina conserva su actual sendero de crecimiento, equilibrio macroeconómico y gobernabilidad. Dependerá de que se termine, definitivamente, el “péndulo” entre los modelos alternativos de organización de la economía. Es necesaria la inclusión del “campo” en el proceso de transformación. Como sucedió en otros países productores agropecuarios que son, al mismo tiempo, economías industriales avanzadas, es preciso insertar los intereses rurales en la nueva estructura, asumiendo un rol de creadores de riqueza no hegemónico, pero protagonistas de un sistema productivo integrado y complejo. ¿Cuáles son las prioridades en una Argentina que está aprendiendo a vivir con estabilidad institucional, cuya economía resiste adversidades y donde está pendiente, la transición, desde el subdesarrollo, a la formación de una estructura integrada y abierta capaz de erradicar niveles intolerables de pobreza e injusticia distributiva?La política económica debe responder a cuatro desafíos fundamentales e interdependientes: 1) gobernabilidad de la macroeconomía, 2) crear un escenario propicio al despliegue de los medios y talento de los agentes económicos, 3) orientar la asignación de recursos y la distribución del ingreso hacia objetivos de desarrollo y equidad distributiva y 4) fortalecer la posición internacional de la economía nacional. La gobernabilidad requiere consolidar la solvencia del sector público en sus tres jurisdicciones, un Estado federal y el reparto racional de ingresos y responsabilidades, entre las mismas. Debe consolidarse el proceso de desendeudamiento. La solvencia fiscal tiene, como contrapartida, el superávit del balance de pagos, un nivel suficiente de reservas del Banco Central para preservar al sistema de los shocks externos y la administración de la paridad a través de un tipo de cambio de equilibrio desarrollista (TCED). La administración de la paridad es una tarea compleja que debe adecuarse a la evolución de las variables internas y externas de la realidad económica, incluyendo la regulación de los movimientos especulativos de capitales. La instrumentación del TCED recae en la autoridad monetaria pero su existencia responsabilidad primaria de la política económica del Estado Nacional. La gobernabilidad de la macroeconomía es esencial para crear el escenario propicio a la inversión privada. Los agentes económicos deben convencerse que el lugar más rentable y seguro para invertir el ahorro interno es el propio país y que la puja distributiva debe resolverse en el marco de la estabilidad razonable del nivel de precios. Si se consolida la gobernabilidad del sistema, el país dispone del poder necesario para vincularse al orden mundial en una posición simétrica no subordinada. Las naciones emergentes de Asia revelan que los países con suficiente densidad nacional y recursos propios, tienen capacidad de decidir su estructura productiva y su destino en el orden global. Para ello es necesario observar los problemas desde la perspectiva de los intereses nacionales y buscando las coincidencias para encuadrar y resolver los conflictos. El mayor obstáculo para responder a los dilemas que enfrentamos no radica en la gravitación de los intereses neoliberales ni en las restricciones externas. El problema de fondo es la división de los sectores y actores sociales creadores de riqueza, es decir, la falsa división de las aguas dentro del mismo campo de los intereses nacionales. Así, se frustraron procesos de transformación en el pasado y corre el riesgo, actualmente, de volver a repetir la experiencia. En diversas expresiones políticas, están dispersos actores económicos y sociales, partícipes necesarios y beneficiarios del desarrollo nacional que aparecen divididos por cuestiones periféricas a los problemas centrales que tenemos por delante. Es una severa debilidad subsistente en la densidad nacional que debe resolverse para consolidar lo alcanzado en estos años.
por Aldo Ferrer (para Tiempo Argentino)
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