¿Los precios suben porque los precios suben?
A nadie se le ocurriría dudar sobre la estupidez de esa pregunta. Así fuere por acto reflejo, de inmediato se contestará que no. Sin embargo, no hay casi nota periodística, ni referencias de los economistas u opinólogos que integran el staff mediático, ni encuestas, ni preguntas, ni respuestas, que no tomen a la inflación como un hecho de causas empíricamente abstractas: nadie tiene la culpa o la responsabilidad de que los precios suban. Y a placé, bastante lejos, a veces no, viene que los yerros deben cargarse, con exclusividad, a la cuenta del Estado.
Es así porque es así, los precios suben porque los precios suben, se deduce apenas termina de recorrerse la más bien escasa lista de motivos dados. Y ninguno de ellos exige sapiencia profesional para su refutación. El problema es que -no por casualidad, desde ya- la economía queda equiparada más o menos a la física cuántica, si se trata de que los legos asuman algunas contestaciones básicas que, claro, de tan básicas parecen ridículas. Cabe suponer que es en ese momento cuando se las abandona, dejando las respuestas en manos de quienes imponen un discurso a través de cómo seleccionan las preguntas. Repasemos ese listado, en orden azaroso bien que algunos argumentos son más falaces o repetidos. No son novedad alguna, ni las citas ni sus impugnaciones elementales. Pero no deja de ser asombroso que deba insistirse, a esta altura de las evidencias y con Alsogaray muerto hace rato.
• El Estado no brinda confianza a los actores privados de la economía, y entonces éstos se refugian en mecanismos auto-protectivos que son diversos aunque tienden, sobre todo, a cubrirse contra el proceso inflacionario. Pero resulta que esa desconfianza en una política económica oficial aumenta o disminuye según sea el tamaño de los intereses privados que afecta, y en consecuencia son esos intereses los que determinan cómo protegerse. Para el caso, subiendo los precios de sus productos. La cadena siempre va de arriba para abajo, por supuesto. Y cuando se comienza a tomar nota de que subió todo (y ante todo los alimentos y artículos de primera necesidad), ya no hay quien se acuerde de cómo empezó la seguidilla. La mayoría sencillamente porque lo sufre, y los vivos porque al comienzo nadie preguntó por sus nombres.
• El problema es el gasto público, porque el Estado emite dinero en exceso. Respecto de esto y mucho más frente un Gobierno como el actual, rotulado de “populista”, el primer sambenito es que la plata se destina al sostenimiento de las estructuras clientelares (gobernaciones afines, punteros, piqueteros, planes sociales, etcétera). Ese dinero produce lo que se llama “demanda agregada”: la gente tiene más plata que la prevista (¿por quiénes?) y sale a gastarla. Ahora,
entre otras razones, eso se habría desatado gracias a la asignación por hijo. Ese tipo de demanda provoca una “oferta insatisfecha” y el corolario es inflación, porque se quiere gastar por arriba de lo que se puede proveer. Pero resulta que, si es por el flujo de dinero expedido por el Estado y también para el caso, la emisión monetaria viene contrayéndose. Y resulta además que, si es por los pesos que se usan para comprar los dólares de las exportaciones, esos pesos tampoco se vuelcan en masa porque el Estado los reabsorbe, a través de la emisión de títulos públicos. Y resulta, encima, que ni la universalización de lo asignado por hijo, ni los planes sociales, ni los aumentos a los jubilados, forman parte de los costos de las empresas.
• La inflación funciona como un impuesto para los que menos tienen, y el más gravoso para ellos porque el grueso de lo que les ingresa es gastado en vivir/sobrevivir mediante consumos de improbable evasión. Pero resulta que no dicen quiénes son los principales apropiadores de ese gravamen. ¿Cuáles arcas se engrosan cada vez que hay un aumento de precios? Y resulta asimismo que tampoco pueden refugiarse en que el dichoso aumento de la demanda es superior a la capacidad de producir. En el sector alimentario, entre otros pero -al efecto de las excusas- no justamente el menos significativo, uno de los últimos datos es que usó su capacidad productiva en alrededor del 70 por ciento. ¿No podía acaso absorber la mayor demanda, en lugar de subir sus precios siendo que sus costos no aumentaron?
• Los aumentos salariales son inevitablemente inflacionarios. Pero resulta que todas las respuestas anteriores sirven también para demoler esa falacia, que es la más canallesca.
• Para aumentar la capacidad de producción, y así no trasladar el aumento de la demanda a los precios, hace falta crédito y no se lo puede tomar porque las tasas andan por las nubes gracias a la inflación. Pero resulta que, al margen o además de la responsabilidad de los bancos por los intereses que cobran, la inflación es generada por los que suben los precios. ¿Es el huevo o la gallina o hay una culpabilidad primaria? .
Hace poco volvió a difundirse un trabajo de José Sbatella, ex subsecretario de Defensa de la Competencia, que en su momento ya abordó este espacio (se lo citó también el sábado anterior, ya que Miradas al Sur lo publicó el domingo previo). ). Demuestra el grado de concentración en bienes y distribución de origen industrial. La venta del 65 por ciento de la leche fresca entera está en manos de dos empresas. Una sola concentra el 62 por ciento del pan-bollería. El aceite de maíz y mezcla lo venden dos empresas en un 63 por ciento. Otras dos se reparten el 84 por ciento de las ventas de gaseosas cola. Y cifras similares comprenden al mercado de pastas secas, galletitas saladas, leche chocolatada, pan lactal. Cómo se explica que de esta clase de datos se hable más nada que poco? ¿Por qué se los reemplaza, en la agenda periodística y de la bronca pública, con el simple expediente del “qué barbaridad, lo que salen las cosas”? ¿Contra quiénes se enoja “la gente”? ¿Y contra quiénes no se indignan los voceros de los dueños de la torta? ¿Será cierto sentimiento vergonzante? ¿Será que los medios y su periodismo independiente viven de la publicidad de esas empresas? ¿Será que el impedimento para afrontar un debate como se debe acerca del IVA generalizado, que cae sobre los más pobres y la clase media, es el mismo que obstaculiza discutir sobre un sistema tributario que se coloca entre los más regresivos del mundo ¿ ¿Será que el empresariado de marras no es capaz de comprometerse a que una rebaja de ese impuesto, en los productos de la canasta básica, habrá de ser embolsado por ellos en lugar de provocar una rebaja de precios?
Nada de lo señalado significa obviar los deméritos oficiales, que lo son tanto por omisión perdona-vidas (el esquema impositivo vale como ejemplo, ya que estamos, junto con la ausencia de regulaciones proactivas en el sector financiero) como por acciones específicas (la estupidez grosera del manejo del Indek).
Sin embargo, la obscenidad mayor es que cuando se habla de inflación aparecen esos dos únicos responsables: la nada y el Estado, entendido éste como el gobierno de turno. La nada es eso mismo, no resiste análisis. Al Estado le toca una porción, mayor o menor pero porción al fin.
Queda un tercero, o primero en realidad. Va invicto. No existe. Por algo será.
A nadie se le ocurriría dudar sobre la estupidez de esa pregunta. Así fuere por acto reflejo, de inmediato se contestará que no. Sin embargo, no hay casi nota periodística, ni referencias de los economistas u opinólogos que integran el staff mediático, ni encuestas, ni preguntas, ni respuestas, que no tomen a la inflación como un hecho de causas empíricamente abstractas: nadie tiene la culpa o la responsabilidad de que los precios suban. Y a placé, bastante lejos, a veces no, viene que los yerros deben cargarse, con exclusividad, a la cuenta del Estado.
Es así porque es así, los precios suben porque los precios suben, se deduce apenas termina de recorrerse la más bien escasa lista de motivos dados. Y ninguno de ellos exige sapiencia profesional para su refutación. El problema es que -no por casualidad, desde ya- la economía queda equiparada más o menos a la física cuántica, si se trata de que los legos asuman algunas contestaciones básicas que, claro, de tan básicas parecen ridículas. Cabe suponer que es en ese momento cuando se las abandona, dejando las respuestas en manos de quienes imponen un discurso a través de cómo seleccionan las preguntas. Repasemos ese listado, en orden azaroso bien que algunos argumentos son más falaces o repetidos. No son novedad alguna, ni las citas ni sus impugnaciones elementales. Pero no deja de ser asombroso que deba insistirse, a esta altura de las evidencias y con Alsogaray muerto hace rato.
• El Estado no brinda confianza a los actores privados de la economía, y entonces éstos se refugian en mecanismos auto-protectivos que son diversos aunque tienden, sobre todo, a cubrirse contra el proceso inflacionario. Pero resulta que esa desconfianza en una política económica oficial aumenta o disminuye según sea el tamaño de los intereses privados que afecta, y en consecuencia son esos intereses los que determinan cómo protegerse. Para el caso, subiendo los precios de sus productos. La cadena siempre va de arriba para abajo, por supuesto. Y cuando se comienza a tomar nota de que subió todo (y ante todo los alimentos y artículos de primera necesidad), ya no hay quien se acuerde de cómo empezó la seguidilla. La mayoría sencillamente porque lo sufre, y los vivos porque al comienzo nadie preguntó por sus nombres.
• El problema es el gasto público, porque el Estado emite dinero en exceso. Respecto de esto y mucho más frente un Gobierno como el actual, rotulado de “populista”, el primer sambenito es que la plata se destina al sostenimiento de las estructuras clientelares (gobernaciones afines, punteros, piqueteros, planes sociales, etcétera). Ese dinero produce lo que se llama “demanda agregada”: la gente tiene más plata que la prevista (¿por quiénes?) y sale a gastarla. Ahora,
entre otras razones, eso se habría desatado gracias a la asignación por hijo. Ese tipo de demanda provoca una “oferta insatisfecha” y el corolario es inflación, porque se quiere gastar por arriba de lo que se puede proveer. Pero resulta que, si es por el flujo de dinero expedido por el Estado y también para el caso, la emisión monetaria viene contrayéndose. Y resulta además que, si es por los pesos que se usan para comprar los dólares de las exportaciones, esos pesos tampoco se vuelcan en masa porque el Estado los reabsorbe, a través de la emisión de títulos públicos. Y resulta, encima, que ni la universalización de lo asignado por hijo, ni los planes sociales, ni los aumentos a los jubilados, forman parte de los costos de las empresas.
• La inflación funciona como un impuesto para los que menos tienen, y el más gravoso para ellos porque el grueso de lo que les ingresa es gastado en vivir/sobrevivir mediante consumos de improbable evasión. Pero resulta que no dicen quiénes son los principales apropiadores de ese gravamen. ¿Cuáles arcas se engrosan cada vez que hay un aumento de precios? Y resulta asimismo que tampoco pueden refugiarse en que el dichoso aumento de la demanda es superior a la capacidad de producir. En el sector alimentario, entre otros pero -al efecto de las excusas- no justamente el menos significativo, uno de los últimos datos es que usó su capacidad productiva en alrededor del 70 por ciento. ¿No podía acaso absorber la mayor demanda, en lugar de subir sus precios siendo que sus costos no aumentaron?
• Los aumentos salariales son inevitablemente inflacionarios. Pero resulta que todas las respuestas anteriores sirven también para demoler esa falacia, que es la más canallesca.
• Para aumentar la capacidad de producción, y así no trasladar el aumento de la demanda a los precios, hace falta crédito y no se lo puede tomar porque las tasas andan por las nubes gracias a la inflación. Pero resulta que, al margen o además de la responsabilidad de los bancos por los intereses que cobran, la inflación es generada por los que suben los precios. ¿Es el huevo o la gallina o hay una culpabilidad primaria? .
Hace poco volvió a difundirse un trabajo de José Sbatella, ex subsecretario de Defensa de la Competencia, que en su momento ya abordó este espacio (se lo citó también el sábado anterior, ya que Miradas al Sur lo publicó el domingo previo). ). Demuestra el grado de concentración en bienes y distribución de origen industrial. La venta del 65 por ciento de la leche fresca entera está en manos de dos empresas. Una sola concentra el 62 por ciento del pan-bollería. El aceite de maíz y mezcla lo venden dos empresas en un 63 por ciento. Otras dos se reparten el 84 por ciento de las ventas de gaseosas cola. Y cifras similares comprenden al mercado de pastas secas, galletitas saladas, leche chocolatada, pan lactal. Cómo se explica que de esta clase de datos se hable más nada que poco? ¿Por qué se los reemplaza, en la agenda periodística y de la bronca pública, con el simple expediente del “qué barbaridad, lo que salen las cosas”? ¿Contra quiénes se enoja “la gente”? ¿Y contra quiénes no se indignan los voceros de los dueños de la torta? ¿Será cierto sentimiento vergonzante? ¿Será que los medios y su periodismo independiente viven de la publicidad de esas empresas? ¿Será que el impedimento para afrontar un debate como se debe acerca del IVA generalizado, que cae sobre los más pobres y la clase media, es el mismo que obstaculiza discutir sobre un sistema tributario que se coloca entre los más regresivos del mundo ¿ ¿Será que el empresariado de marras no es capaz de comprometerse a que una rebaja de ese impuesto, en los productos de la canasta básica, habrá de ser embolsado por ellos en lugar de provocar una rebaja de precios?
Nada de lo señalado significa obviar los deméritos oficiales, que lo son tanto por omisión perdona-vidas (el esquema impositivo vale como ejemplo, ya que estamos, junto con la ausencia de regulaciones proactivas en el sector financiero) como por acciones específicas (la estupidez grosera del manejo del Indek).
Sin embargo, la obscenidad mayor es que cuando se habla de inflación aparecen esos dos únicos responsables: la nada y el Estado, entendido éste como el gobierno de turno. La nada es eso mismo, no resiste análisis. Al Estado le toca una porción, mayor o menor pero porción al fin.
Queda un tercero, o primero en realidad. Va invicto. No existe. Por algo será.
Eduardo ALIVERTI
MARCA DE RADIO, sábado 3 de abril de 2010.
Tomado de :
http://www.marcaderadio.com.ar/tex/edit10/100403edit.pdf
MARCA DE RADIO, sábado 3 de abril de 2010.
Tomado de :
http://www.marcaderadio.com.ar/tex/edit10/100403edit.pdf
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