28 dic 2025
La guerra en Ucrania ha entrado en una fase decisiva y brutal que, según el analista militar Andrey Martianov, ya no deja espacio para ilusiones ni narrativas triunfalistas. Tras más de tres años de combates, el conflicto se ha transformado en lo que él define como una aniquilación sistemática del ejército ucraniano, una fuerza completamente armada, entrenada y dirigida por la OTAN. En el campo de batalla, sostiene Martianov, ya no se enfrentan Ucrania y Rusia, sino Rusia contra el Occidente colectivo.
Desde su perspectiva, la guerra fue militarmente perdida por Occidente en 2023, y lo que se vive ahora es una fase de “arreglo”, en la que Estados Unidos intenta minimizar la humillación estratégica mientras Rusia consolida una victoria operativa y estratégica irreversible. Ejemplos como el Oblast de Kursk ilustran la magnitud del desastre: en una zona relativamente pequeña, se habrían perdido decenas de miles de soldados ucranianos, destruyendo formaciones enteras de armas combinadas.
Las cifras que describe Martianov son estremecedoras. Habla de más de 1,2 millones de muertos ucranianos, millones de heridos y una población nacional que habría caído de casi 40 millones a menos de 20. A esto se suma el colapso político y psicológico de un Estado que, según él, ya no puede sostenerse como nación funcional. La represión interna, el miedo y el control del aparato de seguridad impiden cualquier cambio político real en Kiev.
En el plano militar, la guerra ha revelado la superioridad tecnológica y doctrinal rusa, especialmente en artillería de largo alcance, misiles hipersónicos y adaptación táctica. Aunque los drones FPV han ganado protagonismo, Martianov subraya que la artillería sigue causando la mayoría de las bajas, mientras Rusia desarrolla contramedidas y sistemas antidrones a gran escala. El verdadero punto de inflexión, afirma, fue el uso de armas hipersónicas, capaces de producir efectos cercanos a los de armas nucleares sin cruzar ese umbral.
La OTAN, por el contrario, queda retratada como una alianza militar industrialmente impotente, con mandos incompetentes y una planificación rígida, incapaz de adaptarse a la guerra del siglo XXI. Europa aparece como el gran perdedor geopolítico: sin recursos energéticos, con su industria debilitada y políticamente subordinada, se convierte en un actor irrelevante para Moscú.
Según Martianov, Rusia ya no se identifica con Europa y ha roto cultural y estratégicamente con ella. El diálogo real solo existe entre Moscú y Washington, y el único valor que Rusia puede ofrecer a Estados Unidos es permitirle salvar las apariencias. Si no se eliminan las causas profundas del conflicto —la expansión de la OTAN y la arquitectura de seguridad europea—, la guerra continuará hasta resolverse completamente en el campo de batalla.
Lo que emerge de Ucrania no es solo el final de una guerra, sino un terremoto geopolítico global, comparable en magnitud a los mayores eventos del último medio milenio. Una guerra que no solo destruye ejércitos, sino que redefine el orden mundial.
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