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domingo, 7 de diciembre de 2025

¿Hacia un peronismo populista y antiwoke?, por Dante Augusto Palma



“Se terminó lo woke. Es el turno de la rabia”, era el título de la nota que algunos días atrás publicara James Carville en The New York Times y que se viralizara casi de inmediato gracias a la controversia generada en el espacio progresista. https://www.nytimes.com/2025/11/24/opinion/democrats-platform-economic-rage.html


Carville es un octogenario asesor del partido demócrata estadounidense que alcanzó notoriedad tras ser el estratega que llevó al triunfo de Clinton en el 92, proceso que tan bien ha sido retratado en el documental The War Room. 


No es la primera vez, por cierto, que Carville ataca al wokismo. Recuerdo, por ejemplo, una conversación que éste tuviera con Bari Weiss en The Free Press, a fines de 2023, https://www.thefp.com/p/james-carville-says-wokeness-is-over-209 cuando ya se empezaban a discutir los pro y los contra de una eventual nueva postulación de Biden. 


En aquel reportaje, Carville afirmaba que “lo woke” se había “acabado”, lo cual era una sentencia que, en realidad, escondía una prescripción: lo woke no se había acabado, pero debía acabarse si es que los demócratas querían ganar la elección. 


Allí Weiss le pregunta cómo fue que el partido demócrata pasó de ser el partido de la gente común y la clase trabajadora para transformarse en el espacio de los votantes educados, de élite y algo mayores. Carville reconoce el fenómeno y acepta que han perdido predicamento en el “interior”, en particular entre los votantes blancos, no solo por abandonar la agenda de los trabajadores sino por el desprecio expuesto hacia ellos, desprecio expresado desde un pedestal de presunta superioridad moral.


 Aun así, Carville reniega y se pregunta por qué el partido republicano no paga el precio de tener un 65% de terraplanistas en su partido mientras que el partido demócrata sí paga el precio por las posiciones de los liberales progresistas que apenas alcanzan un 10% dentro del espacio. Frente a ello, Weiss responde que quizás se deba a que ese 10% controla las editoriales, las producciones de Hollywood, las empresas mediáticas y todas las instituciones creadoras de sentido en Estados Unidos. Es decir, son pocos, pero claramente hegemónicos. 


En este intercambio, Carville insiste en que el wokismo se había acabado y que estaba reducido a Fundaciones o a algunos radicales ruidosos, pero no mucho más, agregando que la gente ya había dado vuelta la página a todo ese palabrerío victimizante de apropiación cultural, quitarle fondos a la policía, reafirmar identidades como si de una competencia se tratara, etc. 


En todo caso, aun si no se tratara de una prescripción y efectivamente estuviéramos frente a una retirada, al menos si lo comparamos con el momento de auge, lo cierto es que Trump y la derecha en distintas partes del mundo se sirvió del wokismo, o de lo que queda de él, para azuzar su batalla cultural. Era demasiado tentador y un blanco fácil, por cierto. 


Así es que dos años después de aquella conversación, Carville vuelve a la carga decretando la nueva muerte del muerto, pero agregando ahora una ruta de acción novedosa: los demócratas debían adoptar una suerte de discurso populista económico. Basta de moderación, posibilismo y sistema de reglas. Juguemos con las armas que al enemigo tan buen resultado le han dado. 


Para Carville, los últimos resultados en las elecciones locales en Estados Unidos, con Mamdani a la cabeza, muestran que Trump no ha podido mejorar la situación económica de la mayoría de estadounidenses y que eso siempre se transforma en ira contra el partido de gobierno. Y allí patea el tablero: dice que, a sus 81 años, a pesar de ser reconocido como alguien centrista, considera que hoy el partido demócrata debe promover la plataforma económica más populista desde la Gran Depresión. Es hora de pasar a la acción de manera agresiva y sin complejos, afirma; insuflar la furia, especialmente de esos sectores rurales que los demócratas han perdido. Y allí recoge una encuesta por la cual el 70% de los estadounidenses considera que el partido demócrata estaría desfasado respecto a sus propios votantes por el hecho de haber abrazado una agenda social identitaria antes que económica. 


Carville, además, indica que el partido demócrata ya no puede ser el partido con un tufo a absolutismo moral y que debe avanzar con medidas simples y efectistas: subir el salario mínimo a 20 dólares la hora, matrícula universitaria pública gratuita, expandir los subsidios para disminuir los costes de los servicios y convertir el cuidado infantil universal en un bien público. 


La razón por la que traigo a colación este análisis de Carville es porque parece estar describiendo el mismo proceso por el que aquí atravesó y atraviesa el peronismo/campo popular/progresismo.


En otras palabras, aun a riesgo de repetición, pues es una pregunta que regresa una y otra vez, el estrepitoso fracaso del posibilismo albertista trabado desde adentro por el internismo del oficialismo opositor kirchnerista, hace que las preguntas de Carville tengan sentido también en Argentina. ¿Y si en vez de acusar de fascistas a todo el que no repite el canon biempensante, el espacio opositor, eventualmente con una figura outsider, una némesis de Milei, avanzara con una agenda económica que patee el tablero? Ni siquiera estamos diciendo que sea lo mejor para la Argentina. De hecho, Carville no dice que sea lo mejor para Estados Unidos, pero quizás sea lo mejor como estrategia para ganar una elección. 


Aclarando que no se trata de una propuesta de este escriba, a quien le preocupa ganar elecciones pero, sobre todo, cómo gobernar bien, esta salida populista y radical en lo económico sería una consecuencia lógica de un tiempo en que lo que garpa es el ataque a la burocracia y al statu quo, a lo cual hay que agregarle particularidades locales: en los últimos 10 años, el kirchnerismo, en la medida en que se radicalizaba ideológicamente, paradójicamente, (o no tanto), debía recurrir a figuras cada vez más moderadas, incluso a figuras antikirchneristas que protagonizaron y protagonizarían hechos bochornosos contra el kirchnerismo: Scioli, Alberto y Massa. Y no le fue para nada bien con esa estrategia. 


Y mientras los progres hacen las políticas públicas e interpretan que “lo personal es político” significa que el Estado arregle con dinero los problemas personales de los progres, de lo que se trata es de romper las reglas y denunciar que eso es el sistema. Porque hay que repetirlo una vez más: hoy, al sistema, lo componen quienes dicen estar contra él.


Para finalizar, entonces, digamos que, dado que el progresismo que hegemoniza el espacio popular y al movimiento anteriormente conocido como peronismo, reacciona como un eco a las modas de las universidades americanas y a la estudiantina podemita, hoy experta en tabernas y cargos en Europa, no debería extrañar que, de repente, se acuerden que un peronismo que no le mejora económicamente la vida a las mayorías está condenado a ser el ganador moral que pierde todas las elecciones. 


Con dirigentes locales desnortados, quizás, paradójicamente, la solución provenga de ese norte que impuso el wokismo y que, ahora, ante su fracaso, decreta, prescribe, (o necesita), acabar con él.

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