Algunas semanas atrás, en la ciudad de Frankfurt, casi en paralelo a la masacre perpetrada por Hamas y al anuncio del inicio de la guerra por parte de Israel, se realizaba la famosa feria del libro de esa ciudad en la cual se premiaría a la escritora palestina Adania Shibli por su novela Un detalle menor. Sin embargo, en solidaridad con el Estado de Israel, la premiación fue suspendida, lo cual generó la reacción de unos 600 escritores de primera línea criticando la medida. Imaginamos que, además de la nacionalidad de la escritora, el conflicto se daba por la trama de la obra. Efectivamente, ambientada en el contexto de la guerra de 1948, una joven palestina se encuentra en las dunas del desierto de Néguev cuando una patrulla israelí la intercepta, la apresa, la encierra, la viola, la mata y la entierra en la arena. A partir de allí, y varios años después, una joven de Ramala da de casualidad con un elemento que le permite comenzar a desentrañar el macabro suceso y no cesará hasta exponerlo y dar con los responsables.
Más allá del posicionamiento personal y de nuestra opinión sobre el conflicto y la decisión de la Feria, lo que aquí cabe destacar es que en realidad a nadie parece importarle la calidad de la novela. Es más, podemos sospechar que no solo las razones para quitarle la premiación sino también las razones para premiarla originalmente, tenían que ver con razones políticas y no con su valor literario. Esto no quiere decir que la obra sea descartable. Quizás sea valiosísima y debería ser premiada en sí misma como tal, pero podemos sospechar que ambas decisiones, lamentablemente, no tienen nada que ver con la literatura. Así, seguramente, primero se buscó a través de la novela y de la nacionalidad de su autora, posicionarse políticamente criticando las acciones del Estado de Israel; luego, abrumados por las imágenes y por presiones de otros sectores, las autoridades de la Feria entienden que la veleta de la corrección política indica que los vientos han cambiado, al menos por ahora, y que es momento de posicionarse políticamente del otro lado.
Vayamos ahora a Florida, donde gobierna el conservador republicano Ron DeSantis. Hasta hace pocos meses, y como parte también de la interna republicana, DeSantis ocupaba las principales noticias de los portales por su disputa sin cuartel contra Disney. Pero, en este caso, la noticia tiene que ver con la decisión de las escuelas públicas del Condado de Collier de censurar más de 300 libros, entre ellos, obras de Stephen King, Arthur C. Clarke, John Grisham y Joyce Carol Oates. La medida se basó en una reglamentación impulsada por el gobernador del Estado que permite a las juntas escolares impugnar contenidos que consideren, de una u otra manera, nocivos para los chicos, especialmente contenidos vinculados a la sexualidad. Sin dudas, se trata de una disputa política y cultural contra el avance de la izquierda woke que tiene una particular predilección por marcar su lineamiento ideológico en los libros escolares.
La estadística muestra que, a su vez, no se trata de un hecho aislado sino que, en el último año, se ha triplicado la cantidad de libros censurados en Estados Unidos, a tal punto que se habla de más de 5800 libros censurados desde 2021. Si pensábamos que este tipo de noticias solo podían ser parte de un baúl de recuerdos o de novelas distópicas, lo cierto es que está sucediendo en el mundo libre, frente a nuestras narices y siempre en nombre del bien, claro.
Tanto el episodio con la escritora palestina en Frankfurt como la censura en Florida, han sido expuestos por medios de todo el mundo, aunque en especial por aquellos cuya línea editorial tiene una tendencia hacia la izquierda. En el primer caso, porque son críticos de la acción del Estado de Israel; en el segundo, porque se trata de la decisión de un Estado gobernado por la derecha. Son, salvo excepciones, claro, los mismos medios que o bien suelen impulsar las cancelaciones de quienes contradicen el nuevo paradigma, o bien callan cuando la persecución y la censura se realiza “por izquierda”, amparados en el victimismo y el nuevo criterio de minorías ofendidas que ha reemplazado el derecho a ofender, eje central de la libertad de expresión. Es que hoy solo se puede ofender a las mayorías y a la derecha. El resto compite en el mercado de la meritocracia inversa para justificar cuál víctima es más víctima que otra y así poder acallar toda voz crítica.
Como reflexión general, entonces, y en la línea que muchas veces hemos mencionado aquí, digamos que si la valoración del arte va a estar supeditada a los vaivenes acomodaticios que brinden las instituciones, y si el solo hecho de que un sujeto se sienta ofendido va a ser suficiente para limitar nuestra libertad de expresión, es de esperar que este tipo de episodios se multipliquen. De hecho, lejos de abrazar principios liberales, la derecha parece responder al estado policiaco y a las patrullas del escrache y la delación impulsadas por la izquierda, con la lógica del espejo, en una carrera alocada donde prima la sobreactuación y, sobre todo, la fuerza.
Es como si todos estuvieran incómodos con los principios básicos de las democracias liberales que mínimamente han logrado ciertos marcos de convivencia básica en las últimas décadas. Así, si originalmente se trataba de reivindicaciones liberales/progresistas contra las censuras de las dictaduras por derecha o por izquierda, la nueva agenda adoptada por un progresismo punitivista e hipermoralista le ha servido en bandeja a la derecha la posibilidad de conectar con idearios de centro y liberales con los cuales tradicionalmente tuvo sus conflictos.
Sin embargo, la oportunidad de construir una derecha más o menos democrática donde puedan convivir elementos conservadores y liberales frente a la hegemonía cultural de la izquierda, acaba sucumbiendo en muchas partes del mundo frente al canto de sirena de los exabruptos de unas derechas populistas que canalizan la furia de sociedades insatisfechas pero que ofrecen salidas reñidas con consensos básicos democráticos que tanto costó conseguir. En ese escenario, y con la excusa, a veces real y a veces falsa, de un “regreso de la ultraderecha”, los bloques progresistas tienen vía libre para avanzar en una agenda monolítica indemne a la crítica y que, por oposición, tiene todo permitido.
Si cada vez vemos más replicado en las distintas sociedades del mundo una polarización creciente entre fuerzas que juegan al extremo y que riñen con los principios de las sociedades que les han permitido desarrollarse, es porque ambos polos se parecen cada vez más y porque la dinámica del espejo les resulta tan necesaria como funcional.
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