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martes, 16 de mayo de 2023

“Barrani” y el auge de la informalidad próspera, por Claudio Scaletta (para "El Destape" del 14-05-23)



 

14 DE MAYO, 2023


Vayamos por partes. Un “influencer”, de esos que podríamos caracterizar como “argentino arquetípico de altos ingresos”, Carlos Maslatón, popularizó la expresión “barrani”, que hace referencia a la economía en negro, la que escapa al ojo vigilante del Estado, no solo de la AFIP, sino también de las estadísticas públicas, que apenas pueden presumirla. Dado que con Internet cualquiera es erudito, una rápida búsqueda nos muestra que la expresión “barrani” deviene del turco y que inicialmente se utilizaba para referirse a los extranjeros o inmigrantes. Como muchos provenían de África, la expresión también pasó a utilizarse como sinónimo de “negro”. Saltando el espacio-tiempo, en épocas de pandemia dura, el influencer local paseaba por restaurantes que trabajaban clandestinamente, fotografiaba los platos, y se jactaba de que todo era “100 por ciento barrani”. La ideología anti Estado de los comensales cerraba el círculo de satisfacción.

Este espacio no es amante de la semiótica para el análisis del comportamiento, de hecho, posmodernismo mediante, le escapa bastante, pero la popularización de un “signo”, de una expresión, digamos su “éxito social”, está directamente relacionada con su potencia descriptiva, con su capacidad de explicar lo que nombra. “Barrani” logró incorporarse rápidamente al lenguaje coloquial de los porteños, no solo por la añoranza clasemediera de comer rico y afuera en medio del encierro obligado, sino porque define un fenómeno, una práctica social muy extendida, el de la informalidad económica.

Aparece aquí otro problema de significados. La expresión “informalidad” se encuentra normalmente asociada a la pobreza, a los sectores de la economía que por su atraso relativo no pueden incorporarse a los beneficios de la formalidad. Sectores que, a grandes rasgos, crecen en las recesiones y decrecen en las expansiones. Sin embargo, el fenómeno nuevo no es la informalidad tradicional, sino una nueva “informalidad próspera”. De ella hablamos.

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El gran problema para el analista económico que aborda la informalidad son los números. En este espacio, siempre que resulta posible, los números se evitan. Llenar de cifras un texto es la mejor manera de perder lectores en el camino. Pero por detrás de los razonamientos económicos los números, aunque no se usen, siempre están presentes. Es lo que permiten afirmar “datos, no opinión”. Sin embargo, lo que sucede con la nueva informalidad es que, por su propia naturaleza, no es posible relatarla con mediciones directas. Al menos inicialmente nos encontramos frente a un mundo de sensaciones. Sin embargo, el fenómeno no es inasible en tanto abundan los indicadores indirectos.

Acerquemos la lupa. En los últimos meses se debatió sobre la naturaleza de la crisis actual. Si se atiende la cada vez más elevada inflación, los alarmantes índices de pobreza y desigualdad y la falta de dólares en el Banco Central, la situación social debería ser, como mínimo, explosiva. Luego, mirando la historia reciente, las crisis pueden recordarse leyendo las cifras y las crónicas de época, pero las más cercanas, como la de 1999-2001, también por los recuerdos personales. El cuadro en las ciudades a fines de los ’90 era desolador: Largas colas de desocupados para empleos de baja calidad, gente comiendo de la basura, la práctica “solidaria” de descartar los alimentos por separado del resto de los desperdicios, los locales comerciales y gastronómicos cerrados o vacíos, la elevada desocupación y la creciente exclusión social. La “malaria” se hacía evidente hasta en el deterioro de la vestimenta y el calzado de los sectores medios.

Si bien el presente es difícil para millones de personas que ven como sus ingresos corren por detrás de la inflación, el panorama contrasta con el descripto y destacan abundantes señales de altos consumos. Lo que se observa “en las calles” son restaurantes llenos, millones de personas colapsando los destinos turísticos en cada fin de semana largo, recitales de estrellas extranjeras que agotan entradas. No se trata de un fenómeno acotado de consumo de zonas ricas. Los mismos fenómenos también se reproducen en las ferias de barrio y lo mismo ocurre en las economías regionales de casi todo el país. Con la post pandemia también se reactivó el turismo emisivo. Los más de 60.000 argentinos en el Mundial de Qatar se contaron entre las nacionalidades más numerosas. Luego, el desempleo sigue bajando, 6,3 por ciento no es una tasa “friccional”, pero casi. La Industria sigue mostrando crecimiento interanual y lo mismo sucede con la Construcción. Dicho de otra manera, a pesar del ajuste del gasto público, la actividad apenas se frenó.


Esta suma de datos no se corresponde con una economía en crisis severa. Algunos observadores comenzaron a notarlo. Una pionera fue la periodista Mariana Moyano en sus imperdibles podcast “Anaconda”. Esta semana también lo hizo el economista Eduardo Crespo en un hilo de Twitter. Hasta el presidente Alberto Fernández habló el último viernes de “una parte de la economía que no se ve” y citó al propio Maslatón, quien sostiene que a pesar de la alta inflación, la economía ingresó en un nuevo ciclo expansivo. No se trata de una descripción precisamente oficialistas, pues el crecimiento ocurriría “a pesar” de las políticas públicas.

La pregunta, entonces, es qué es exactamente lo que está sucediendo, de dónde proviene el impulso del Consumo que se observa en todos lados a pesar del contexto de crisis macroeconómica y contracción del Gasto, fenómenos que, en principio, son contradictorios. Simplificando, por qué la crisis no termina de manifestarse o por qué la actual crisis es distinta a las del pasado. La aproximación a la respuesta tiene varios componentes, el primero apunta hacia una nueva heterogeneidad estructural de la economía, el segundo refiere a los incentivos económicos y el tercero, que surge de los dos anteriores, son los problemas de representación política que entrañan estas transformaciones.

El primer elemento es el más complejo. Refiere a los cambios en el mundo del trabajo, a eso que en términos generales se denomina post fordismo, y a la creciente digitalización de la producción, procesos en los que la pandemia operó como acelerador. El obrero en la fábrica, el administrativo en la oficina, con ingresos formales y estables, sindicalizados, ya no son la norma. Existe un nuevo universo de trabajadores que descubrieron que pueden laborar y comerciar desde una computadora, no solo para la empresa a la que asistían antes de la pandemia, sino también para el resto del mundo. Y no sólo trabajadores aislados, sino también empresas, desde firmas de software hasta de gestión administrativa. Se trata de todo un universo de profesionales: programadores, diseñadores, psicólogos, hasta periodistas, e incluso una multitud de servicios personales como los que se brindan a través de OnlyFans. Todo ello asociado a las nuevas tecnologías, tanto de trabajo en red, desde Zoom a Google Meet, como de medios de pago, que van desde servicios de transferencias tradicionales a MercadoPago, PayPal y criptomonedas.

En principio podría creerse que estas actividades no tienen suficiente relevancia frente a otros complejos productivos exportadores, pero el rubro de “Servicios Basados en el Conocimiento”, por ejemplo, exportó en 2022 alrededor de 8000 millones de dólares “en blanco”. Se destaca que este es uno de los rubros que se presume, por sus características, que más trabajan “barrani”. Un reconocido consultor de la Citi, que prefirió no ser citado hasta publicar su investigación, estimó que las exportaciones totales del sector superan ya los 14.000 millones de dólares, entre blanco y negro. Para tener una idea de lo que esto significa, en 2022 el complejo maicero exportó 9500 millones de dólares, el petrolero-petroquímico, 9300 millones, el cárnico 4300 y Oro y Plata 3000 millones. Es decir estamos frente a un universo que sólo parece superado, en blanco, por el complejo sojero, que vende al exterior cerca de 25.000 millones de dólares.


Esto lleva al segundo elemento, los incentivos económicos. El grueso de estas actividades funciona mayormente en negro producto de la persistencia de un régimen macroeconómico absolutamente agotado, el del llamado “cepo”, que es el que sustenta la existencia de una brecha cambiaria que envía señales absolutamente distorsivas a la economía. Dicho de manera rápida si usted lector exporta como cualquier programandor magros (en términos de comercio internacional) 30 mil dólares anuales y tiene la opción de liquidarlos internamente al valor oficial o a uno que lo duplica, intentará hacerlo al valor más alto. Seguramente buena parte de quienes leen estas líneas conoce a alguien que trabaja para el exterior, gana en divisas y no las liquida a la cotización oficial. Ello explica la existencia de una inmensa porción de la economía que no es captada por las estadísticas oficiales y también un importante efecto ingreso que se traduce en la persistencia de consumos elevados a pesar de la macroeconomía.

Luego, la dimensión “barrani” no se agota en servicios, sino que se presume extensiva al conjunto de la economía. En 2022 se exportaron bienes por 88.500 millones de dólares y servicios por 14.500, 103 mil millones en blanco. Con un tipo de cambio informal que prácticamente duplica al oficial el incentivo a subfacturar es demasiado elevado, más aun cuando nadie paga mayores sanciones penales por ello. ¿Cuál será entonces el verdadero valor de la suma de exportaciones de bienes y servicios? ¿Y cuál será en consecuencia el verdadero tamaño de la economía?

Este auge, por supuesto, es ajeno a quienes siguen viviendo de un salario en el mercado interno que nunca alcanza a ganarle a la alta inflación, aunque indirectamente se beneficien de una demanda agregada oculta originada en las exportaciones en negro. Lo que se destaca es la existencia de una sumatoria de nuevos actores sociales con altos ingresos relativos que integran la nueva “informalidad próspera” que expresa a este novel universo post fordista y “barrani”.

El elemento restante es el de la representación política de los actores de la nueva heterogeneidad estructural. Parece evidente que se trata de un conjunto para quién el Estado es un problema, no una solución (en el presente, no en el pasado, ya que a él le deben la formación, algo que las clases medias aspiracionales prefieren no recordar). También que se trata de actores que sienten que una devaluación no los afecta, incluso los beneficia en tanto cobran en moneda dura, y que en consecuencia pueden permanecer ajenos al ciclo interno. La conclusión preliminar es que probablemente no se sientan representados por el discurso político tradicional que reivindica las funciones del Estado y los derechos laborales del mundo fordista y sí por el anarcocapitalismo más esperpéntico.

Publicado en:
https://www.eldestapeweb.com/economia/economia/barrani-y-el-auge-de-la-informalidad-prospera-20235140534?s=08

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